La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
www.interlectores.com Tapa | Indice<br />
20 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
Eduardo creía soñar al verse solo en su casa con Marieta, a quien<br />
el día anterior imaginaba intocable como una diosa. No se<br />
hubiera nunca atrevido a hablarle, si ella, por la tar<strong>de</strong>, en el salón<br />
<strong>de</strong> la Rue <strong>de</strong> Rennes, no se hubiese sentado a su lado, a<br />
confesarlo y a enloquecerlo con sus ojillos burlones, y un vago<br />
perfume <strong>de</strong> voluptuosidad que salía <strong>de</strong> su cuerpo como el aroma<br />
<strong>de</strong> una flor.<br />
Allí le dijo que la amaba, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche en que había<br />
escuchado la música penetrante <strong>de</strong> Manón, se sentía <strong>de</strong>sgraciado,<br />
y sufría en silencio, pensando cruelmente en ella, como piensa el<br />
que tiene sed en un manantial <strong>de</strong> agua cristalina. Ella reía, y lo<br />
<strong>de</strong>sesperaba con sus dudas e ironías, pero en lo íntimo <strong>de</strong> su ser<br />
experimentaba una grata sensación inexplicable al verse amada<br />
sinceramente por un hombre, casi un niño, que venía <strong>de</strong> un país<br />
<strong>de</strong>sconocido, ignorando los peligros y los refinamientos <strong>de</strong>l<br />
placer, y que se entregaba a ella todo entero, feliz <strong>de</strong> obe<strong>de</strong>cerla,<br />
dispuesto a probarla por cualquier medio su pasión,<br />
i<strong>de</strong>alizándola, y contemplándola, como a la suprema belleza <strong>de</strong><br />
que tanto le habían hablado en su lenguaje mundano los artistas y<br />
los poetas. Un <strong>de</strong>seo repentino <strong>de</strong> romanticismo se había<br />
apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> ella, vivir con él una vida <strong>de</strong> poesía y <strong>de</strong> candor,<br />
volviendo a ser la niña honesta y sana <strong>de</strong> sus primeros años,<br />
abandonando la atmósfera asfixiante en que por <strong>de</strong>sgracia había<br />
caído, siendo otras vez casta, como cuando huyó loca <strong>de</strong> amor,<br />
en los brazos <strong>de</strong> su primer amante, <strong>de</strong>jando para siempre su<br />
familia y su pueblo. Se complacía en hacerlo sufrir, en hacerle<br />
creer que nunca le pertenecería y cuando Eduardo, con los ojos<br />
hume<strong>de</strong>cidos, llevando en el alma un tormento que le quemaba<br />
todo el ser, tomó el sombrero, <strong>de</strong>sesperado, para salir a la calle y<br />
estar solo con su dolor, ella lo <strong>de</strong>tuvo, y conmovida, frente a la<br />
Venus vencedora, que parecía mover su seno majestuoso, como<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
las ondas <strong>de</strong>l Océano, le dio un beso <strong>de</strong> fuego en los labios, los<br />
ojos contra los ojos, embriagándolo con su aliento, como en un<br />
paroxismo <strong>de</strong> amor, y le dijo fuera <strong>de</strong> sí, con una voz ronca y<br />
temblorosa. Yo te amo... Yo te adoro...<br />
Eduardo creyó morir <strong>de</strong> emoción, <strong>de</strong>svanecido, se <strong>de</strong>jó caer<br />
sobre el sofá, mientras ella volvía a tomar su aspecto, sereno y<br />
confiado, <strong>de</strong> reina adorada; y Luciana, que adivinaba lo que<br />
había sucedido, entraba, sonriendo y satisfecha, trayendo en la<br />
mano un manojo <strong>de</strong> rosas rojas y <strong>de</strong> lilas perfumadas para<br />
adornar la estancia, abriendo <strong>de</strong> par en par los balcones por<br />
don<strong>de</strong> penetró una bocanada <strong>de</strong> aire fresco, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> se veía<br />
<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r, entre clarida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> oro y grana, uno <strong>de</strong> esos últimos<br />
crepúsculos sugestivos <strong>de</strong> primavera, en que el sol, como un<br />
vidrio empañado se oculta lentamente en el horizonte.