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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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26 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

periódicos <strong>de</strong> la Bolsa, guías <strong>de</strong> vapores y <strong>de</strong> ferrocarriles. En el<br />

extremo, un portero <strong>de</strong> uniforme, estaba <strong>de</strong> pie, cerca a la entrada<br />

<strong>de</strong>l escritorio, yendo y viniendo con tarjetas y recomendaciones<br />

<strong>de</strong> los solicitantes. El señor Farigne, aunque ya muy rico, tenía el<br />

hábito <strong>de</strong>l trabajo, y era tan exacto en sus horas <strong>de</strong> oficina como<br />

el último <strong>de</strong> sus empleados. Había vivido algunos unos años en la<br />

América <strong>de</strong>l Sur, sobre todo en la Argentina y en Venezuela, en<br />

don<strong>de</strong> comenzó su fortuna con unos contratos <strong>de</strong> vapores<br />

fluviales para la navegación <strong>de</strong>l Plata y <strong>de</strong>l Orinoco, protegido<br />

por los gobiernos <strong>de</strong> ambas repúblicas, y con los cuales se<br />

enriquecieron también unos cuantos ministros que entraron en la<br />

especulación, y aunque hacía muchos años que no regresaba a<br />

esos países, se interesaba en las cosas que pasaban por allá,<br />

hablando con entusiasmo <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s fuentes <strong>de</strong> riquezas<br />

naturales y <strong>de</strong> la hidalguía <strong>de</strong> sus habitantes. En su salón se<br />

discutía siempre sobre la América, y en sus fiestas <strong>de</strong> familia<br />

nunca faltaron amigos y personajes americanos. Esa mañana se<br />

encontraban allí algunos <strong>de</strong> ellos que, en tanto que llenaban las<br />

formalida<strong>de</strong>s para recibir el dinero, charlaban sobre la próxima<br />

reunión <strong>de</strong>l Congreso y sobre los planes <strong>de</strong> guerra que forjaban<br />

los <strong>de</strong>l partido caído, para llegar al po<strong>de</strong>r. El más apasionado era<br />

un joven flaco y amarillo, bilioso, que había venido a tomar las<br />

aguas <strong>de</strong> Vichy, y que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dos meses, todavía no había<br />

encontrado hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar a París, yendo todas las noches al<br />

Moulin Rouge a ver bailar el schotisch y el cán cán; discutía con<br />

el doctor Ortega, un viejo abogado, pequeño <strong>de</strong> cuerpo, que tenía<br />

un movimiento nervioso en la nariz, hacia un lado, como si fuese<br />

a estornudar. El viejo este, clerical empe<strong>de</strong>rnido y moralista, que<br />

atacaba la inmigración y la instrucción como progresos que dan<br />

origen a la impiedad en el pueblo, no se le había ocurrido ir una<br />

sola vez a misa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su llegada, y pasaba las noches en los<br />

cabarets <strong>de</strong> Montmartre, con el consuelo, sin embargo, <strong>de</strong> que al<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

volver a su país echaría todas sus sucieda<strong>de</strong>s en un confesionario,<br />

al oído poco escrupuloso <strong>de</strong> un cura amigo; y así estaba contento<br />

porque, aunque es cierto que no entraba en sus hábitos lavarse<br />

con frecuencia el cuerpo, lograba al menos llevar por <strong>de</strong>ntro<br />

limpia la cabeza.<br />

El señor Farigne estaba esa mañana algo contrariado. «¿Ha<br />

avisado usted al joven Doria <strong>de</strong> venir a verme?...»— preguntó<br />

con esa voz suave <strong>de</strong>l que está acostumbrado a ser obe<strong>de</strong>cido, a<br />

un amanuense, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong>l patrón se volvía todo<br />

ojos tratando <strong>de</strong> adivinar lo que éste podía necesitar. — «Sí,<br />

señor, esta mañana temprano ha <strong>de</strong>bido recibir mi carta, no quise<br />

ponerle un telegrama para no alarmarlo. —¿Suce<strong>de</strong> algo <strong>de</strong><br />

nuevo?»...— preguntó el abogado. —«Sí; malas noticias para<br />

este pobre joven. Su padre, un gran amigo, murió en mis brazos<br />

en nuestra última excursión a la Guayana, y ahora, quince años<br />

<strong>de</strong>spués, me toca a mí anunciarle la muerte <strong>de</strong> la madre»... —El<br />

antiguo explorador quedóse pensativo, como recordando aquellos<br />

tiempos tan lejos ya, cuando en su afán <strong>de</strong> riqueza, cansado <strong>de</strong><br />

vejetar como empleado en una aduana francesa, salió una tar<strong>de</strong><br />

en una barca <strong>de</strong> Marasella, con viento hacia la América, en busca<br />

<strong>de</strong> fortuna. Cuántos trabajos inútilmente bajo aquel clima traidor<br />

<strong>de</strong> la Guayana, respirando la muerte, abrasado por un sol <strong>de</strong><br />

fuego, pero con una sed insaciable <strong>de</strong> oro, abriendo la tierra, y<br />

creyendo encontrar en cada zanja, como el maná por tantos siglos<br />

<strong>de</strong>seado, la beta aurífera, inagotable e infinita como su ambición.<br />

Vanos esfuerzos, hasta que al fin <strong>de</strong>shecha la salud, tiritando <strong>de</strong><br />

fiebre huyó a Caracas, y <strong>de</strong> allí pasó a Buenos Aires para hacerse<br />

millonario, cuando menos lo pensaba, sin trabajos <strong>de</strong> ningún<br />

género, viviendo cómodamente en un buen hotel. <strong>La</strong> fortuna no<br />

viene a quien la llama, pensaba; cada vez que en las minas<br />

trabajaba por cuenta <strong>de</strong> la Compañía, como jefe <strong>de</strong> sección,

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