La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
www.interlectores.com Tapa | Indice<br />
22 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
vapor que comunicaban interiormente todos los pueblos. Los<br />
domingos por las tar<strong>de</strong>s era ese el sitio más concurrido, muy<br />
frecuentado por los militares y ciclistas que <strong>de</strong>scendían al Gran<br />
Hotel, una mala fonda <strong>de</strong> tres pisos, con un corredor <strong>de</strong>lante<br />
lleno <strong>de</strong> mesas, y en don<strong>de</strong> vendían cerveza legítima <strong>de</strong> Poucet,<br />
como lo anunciaba un gran cartel con letras rojas. A veces<br />
llegaban saltimbanquis y equilibristas, que en el centro <strong>de</strong> la<br />
plaza, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> gente, en diversos grupos, alzaban gruesos<br />
pesos <strong>de</strong> hierro, enseñando en un cartón con número, los kilos<br />
que pretendían levantar; otro, daba saltos mortales, y caminaba<br />
<strong>de</strong> cabeza, con los pies mal calzados hacía arriba, y haciendo<br />
muecas con la cara; otro, en fin, que era el clou <strong>de</strong>l espectáculo,<br />
mascaba vidrios, <strong>de</strong>jando para finalizar lo más grueso y difíciles<br />
<strong>de</strong> triturar, fondos <strong>de</strong> botellas y <strong>de</strong> vasos, que hacían sentir<br />
calofríos y grima a los espectadores, que les tiraban centavos y se<br />
alejaban formando comentarios y filosofando rústicamente sobre<br />
los necesitados <strong>de</strong> la vida.<br />
Des<strong>de</strong> temprano se levantaban para bañarse en el río, en la parte<br />
más solitaria, algo distante <strong>de</strong> la casa, y al regreso <strong>de</strong>teníanse a<br />
esperar que pasasen las vacas para beber leche fresca y<br />
espumosa, en tanto que el perro color plomizo <strong>de</strong>l conductor<br />
daba saltos <strong>de</strong> contento al reconocerlos, y que Carlos tomaba<br />
datos sobre las i<strong>de</strong>as políticas y sociales <strong>de</strong> los lugareños,<br />
divididos todavía en monarquistas y republicanos. El placer <strong>de</strong><br />
Marieta era llegar bajo los tilos en los pesados medios días, y<br />
echarse largo a largo sobre los sahuquillos, con la cara al cielo y<br />
los ojos entreabiertos, <strong>de</strong>jando ver el comienzo <strong>de</strong> sus piernas<br />
bien ajustadas en las medias negras y sus botitas amarillas,<br />
siempre muy lustrosas, como en la ciudad; mientras Eduardo la<br />
hacía cosquillas para obligarla a sentarse, y ella, con los párpados<br />
pesados <strong>de</strong> sueño, se adormitaba, vencida por la hora,<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
refunfuñando contra los mosquitos, que la chupaban su sangre.<br />
Entonces Eduardo se extasiaba contemplándola, feliz <strong>de</strong> poseer<br />
aquella criatura <strong>de</strong>liciosa, que en un momento <strong>de</strong> romanticismo<br />
se le había entregado, abandonando el lujo a que estaba,<br />
habituada, por el amor sincero y apasionado <strong>de</strong> un niño, y ella era<br />
dichosa, sintiéndose <strong>de</strong>seada con pureza, como se ama a una<br />
novia o a una esposa, sin la maldad <strong>de</strong> los hombres, hambrientos<br />
<strong>de</strong> placeres falsos y viciosos.<br />
En una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s bajo los tilos, en que Eduardo le besaba las<br />
mejillas enrojecidas y tibias con el sopor <strong>de</strong> la siesta, y ella le<br />
retiraba suavemente la cara, con sus manos amorosas, para que<br />
no la <strong>de</strong>spertase <strong>de</strong> un todo, sentóse <strong>de</strong> repente, y acariciándole la<br />
cabeza, con movimientos nerviosos <strong>de</strong> gata mimada, preguntóle:<br />
¿Tú me amas siempre?... Te adoro, replicó él... ¿Después <strong>de</strong> tres<br />
meses?... Te amaré toda mi vida... Cásate conmigo entonces, le<br />
dijo, seremos tan felices estando juntos para siempre, sin pensar<br />
en la separación..., ¡Oh! ¡Y cómo adoraría yo a mi maridito!...<br />
Eduardo no supo qué contestar. Vacilante, sin atreverse a mirarla,<br />
y contrariado, con un gran ardor en el pecho, sufriendo<br />
cruelmente, sin haber nunca imaginado semejante proposición,<br />
quedóse mudo <strong>de</strong> sorpresa; mientras Marieta, poniéndose en pie,<br />
y sacudiéndose con indiferencia el vestido, lleno <strong>de</strong> hormigas<br />
amarillas y <strong>de</strong> animalejos inofensivos, le dijo con voz<br />
conmovida, mirándolo fijamente con sus ojos melancólicos: «Ya<br />
sabía yo que tu serías como todos »...<br />
Ella se fue a<strong>de</strong>lante, <strong>de</strong>scendiendo muy <strong>de</strong>spacio el estrecho<br />
camino <strong>de</strong> la floresta, llevando abierta su sombrilla color celeste,<br />
reflexionando en la <strong>tristeza</strong> <strong>de</strong> su existencia y en su fatal con<strong>de</strong>na<br />
<strong>de</strong> vagar solitaria por el mundo. Eduardo la seguía a alguna