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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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29 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

cólera contra la Provi<strong>de</strong>ncia a lo que fuese, que envía las<br />

criaturas a la tierra para hacerlas pa<strong>de</strong>cer, ocupación que<br />

encontraba poco digna <strong>de</strong> un Dios. Una confusión <strong>de</strong> doctrinas y<br />

<strong>de</strong> i<strong>de</strong>as venían a embrollarse en su cerebro extraviado, mientras<br />

corría por las calles, atropellado por los carruajes, seguido a<br />

veces por miradas curiosas que lo encontraban raro. «¿Es un<br />

castigo para mí? ¿Y por qué? Suponiendo que yo fuese culpable<br />

<strong>de</strong> algo, ¿<strong>de</strong>bo yo adorar a un Dios vengativo, con pasiones<br />

pequeñas, <strong>de</strong> hombre cruel, que no me conce<strong>de</strong> siquiera el<br />

<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme? Y ella, la pobre viejecita, tan creyente,<br />

tan buena con todos, incapaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>sear mal a nadie, que pasaba<br />

su tiempo haciendo caridad, ¿<strong>de</strong> qué la acusaban? ¿No es cruel,<br />

no es horrible, verse morir en una cama, <strong>de</strong>jando tras <strong>de</strong> sí sus<br />

afectos, los seres queridos abandonados para siempre, en una<br />

lucha en que el dolor y la injusticia salen siempre triunfantes?<br />

Está bien; si somos los más débiles, <strong>de</strong>bemos por lo menos<br />

protestar contra esa fuerza <strong>de</strong>sconocida y pensante, que nos ha<br />

echado al mundo con<strong>de</strong>nados al sufrimiento, y que sabiéndolo<br />

prever todo, con el abuso <strong>de</strong>spótico <strong>de</strong>l más fuerte, nos <strong>de</strong>stroza<br />

el alma como el más <strong>de</strong>spreciable <strong>de</strong> los sicarios». Está bien que<br />

se nos diga que es una lucha <strong>de</strong>sigual entre el Mal y la Debilidad,<br />

entre la Fuerza y el Esclavo, pero que no se pretenda hacer<br />

sagrada una teoría que tiene como base el eterno camino <strong>de</strong><br />

lágrimas por don<strong>de</strong> se perpetua la humanidad, como ley, el temor<br />

a la fuerza suprema, como i<strong>de</strong>al, la mezquina recompensa<br />

póstuma <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una vida <strong>de</strong> miserias y <strong>de</strong> humillaciones.<br />

Eduardo subió tristemente la escalera <strong>de</strong> su casa, paso a paso,<br />

agarrado a la baranda, como si no pudiese con su cuerpo. Tuvo<br />

necesidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerse en el primer <strong>de</strong>scanso, con los ojos muy<br />

abiertos, y en la frente un surco sombrío <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperado. Al <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> oír el ruido <strong>de</strong> la calle comenzó a darse cuenta <strong>de</strong> la horrible<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

realidad, y las lágrimas empañaron sus ojos, que <strong>de</strong> coléricos<br />

habíanse tornado en dulces y vagos. Al llegar a su cuarto,<br />

<strong>La</strong>grange, que lo esperaba lleno <strong>de</strong> angustias, le tendió sus brazos<br />

fraternales, y él se arrojó en ellos, encontrando al fin alguien que<br />

pudiese compren<strong>de</strong>r su pena, y estalló en sollozos, sollozos <strong>de</strong> un<br />

in<strong>de</strong>cible <strong>de</strong>sconsuelo, sin reflexiones y sin vituperios, nobles y<br />

espontáneos, y murmurando sobre el pecho varonil <strong>de</strong> su amigo<br />

palabras tales <strong>de</strong> honda amargura, que Carlos no pudo impedirse<br />

<strong>de</strong> llorar, removiendo todas sus <strong>tristeza</strong>s pasadas, y enviando<br />

nuevos recuerdos aflictivos sobre las tumbas solitarias <strong>de</strong> sus<br />

padres.<br />

Marieta había esperado discretamente que pasara el primer<br />

encuentro entre los dos amigos, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una hora antes miraba<br />

por el balcón, nerviosa y llena <strong>de</strong> miedo, temiendo no le<br />

sucediese algo al saber la noticia imprevista; él, que esa misma<br />

mañana le había hablado con amor <strong>de</strong> su madre adorada;<br />

comenzaba ya a impacientarse, <strong>de</strong>seando que <strong>La</strong>grange saliese a<br />

buscarlo, cuando entró Eduardo, y ella se escurrió sin ser vista al<br />

cuarto contiguo. Cuando él la vio aparecer toda vestida <strong>de</strong> negro<br />

emocionada y pudiendo apenas contener sus lágrimas, tuvo un<br />

segundo acceso <strong>de</strong> dolor, y ella, sentada a su lado, le besaba las<br />

manos tiernamente y le suplicaba se calmase, por su salud, con<br />

su voz mimosa, como quien consuela a un niño, pasándole sus<br />

manos blancas y elegantes por la ardorosa frente, <strong>de</strong>spués,<br />

fatigado, con los párpados hinchados y las mejillas enrojecidas,<br />

en medio <strong>de</strong> un prolongado silencio que nadie osaba interrumpir,<br />

el recostó su cabeza ardiente sobre el seno <strong>de</strong> su amiga,<br />

experimentando un gran alivio físico, quedóse dormido<br />

escuchando el tic tac ca<strong>de</strong>ncioso <strong>de</strong> su corazón, sin que ella<br />

hiciese un sólo movimiento, siguiendo atentamente su

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