La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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44 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
improperios. De repente levantóse, vistióse a toda prisa, y le dijo<br />
que no valía la pena <strong>de</strong> que se ocupase mas <strong>de</strong> ella, porque todo<br />
había concluido para siempre entre los dos.<br />
Eduardo no esperaba ese final. Demudado y fuera <strong>de</strong> sí,<br />
obe<strong>de</strong>ciendo al grito <strong>de</strong>l instinto, que lo impelía hacia el <strong>de</strong>seo, y<br />
herido en su orgullo <strong>de</strong> hombre,... agarró brutalmente a Niní por<br />
los brazos, quedando impresas en las muñecas <strong>de</strong> su amiga las<br />
señales sangrientas <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> acero. Ella lanzó un grito<br />
agudo <strong>de</strong> dolor, y al sentir sueltas sus manos, nerviosas y frágiles<br />
como tallos <strong>de</strong> flores le dio una bofetada en plena cara. Eduardo<br />
no supo más <strong>de</strong> él. Olvidó la <strong>de</strong>sigualdad <strong>de</strong> los sexos, y se<br />
batieron como dos machos, ciegos <strong>de</strong> pasión, creyendo <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />
la propia vida.. Ella, dominada al fin, cayó bañada en lágrimas<br />
sobre el suntuoso canapé <strong>de</strong> velour rojo, y <strong>de</strong>speinada, con el<br />
rostro <strong>de</strong>sfigurado por la ira, arrojó en el último esfuerzo un<br />
pesado bibelot <strong>de</strong> bronce que hacía juego sobre la mesa, y que<br />
fue a hacer astillas el hermoso espejo <strong>de</strong> molduras doradas que<br />
adornaba la estancia. Entonces, mientras Eduardo con el ruido<br />
que hizo el cristal al caer al suelo, comenzaba a darse cuenta <strong>de</strong><br />
lo que había hecho, Niní, llena <strong>de</strong> miedo, pero ya con la puerta<br />
abierta, le gritó con una voz apagada, casi afónica: «¡Yo te<br />
<strong>de</strong>sprecio! ¡Miserable! ¡Cobar<strong>de</strong>!».<br />
Un silencio profundo reinó en el cuarto. Niní había ya<br />
<strong>de</strong>scendido las escaleras. Y Eduardo, sobre una silla, se creyó<br />
loco, y tuvo miedo <strong>de</strong> estar solo. Su frente estaba helada, y sus<br />
vestidos <strong>de</strong>spedazados, le daban un aspecto tétrico <strong>de</strong> criminal<br />
perseguido que huyó a escon<strong>de</strong>rse en la casa vecina.<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
Pasados algunos minutos, tuvo horror <strong>de</strong> sí mismo, y se dijo<br />
como si <strong>de</strong>spertase <strong>de</strong> un sueño ante su vida miserable y<br />
<strong>de</strong>sastrosa: «Yo soy un <strong>de</strong>sgraciado.»<br />
Después pensó en ella, en su mujercita seductora que tanto había<br />
amado y que ahora había perdido para siempre, en las horas <strong>de</strong><br />
infinito placer que con ella había vivido, en sus exquisitas<br />
toilettes, raras y <strong>de</strong>generadas, en sus piececitos primorosos que<br />
tantas veces había besado. Y al contemplar el lecho en don<strong>de</strong><br />
estaban todavía marcadas las formas <strong>voluptuosa</strong>s <strong>de</strong> su amiga,<br />
sintió una pena infinita <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l pecho, y se envolvió la cabeza<br />
entre las sábanas, blancas como la nieve, estallando en sollozos,<br />
y aspirando con avi<strong>de</strong>z el mortificante perfume que había <strong>de</strong>jado<br />
el cuerpo <strong>de</strong> Niní.