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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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Tapa | Indice<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

65<br />

<strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

Segunda parte - Capítulo V<br />

Aquella mañana Eduardo Doria levantóse más temprano que <strong>de</strong><br />

costumbre, con la cabeza pesada y el cuerpo muy quebrantado.<br />

Había dormido mal, y toda la noche la luz había pestañeado<br />

sobre la chimenea, en una lamparilla <strong>de</strong> plata, cubierta con una<br />

pantalla japonesa hecha <strong>de</strong> seda ver<strong>de</strong>, que envolvía la estancia<br />

en una semi oscuridad <strong>de</strong> santuario, como la triste veladora <strong>de</strong> un<br />

altar. Niní, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día anterior, con un pretexto cualquiera,<br />

habíase ausentado, y él estaba solo, a la una <strong>de</strong> la madrugada,<br />

tendido sobre la cama contemplando los dibujos <strong>de</strong> las tapicerías,<br />

que se le antojaban ser rostros raros, que lo veían con insistencia,<br />

con aire amenazador; las flores <strong>de</strong> los muros parecíanle barbas y<br />

bigotes enormes; los triángulos y cuadrados <strong>de</strong>l biombo que<br />

ocultaba la chimenea, cascos y armas <strong>de</strong> combate. Cerraba los<br />

ojos para huir <strong>de</strong> esos engaños <strong>de</strong> la imaginación, y entonces,<br />

llamaradas <strong>de</strong> fuego, que iban cambiando <strong>de</strong> color mientras más<br />

apretaba los párpados, se alzaban en su cerebro. Y pensaba<br />

obstinadamente en los muertos, en su buena madre, en el tío<br />

Fermín, en Iriarte, y en otros más lejanos todavía en sus<br />

recuerdos, que él había visto por casualidad cuando estaba niño,<br />

tendidos en un catre, con un pañuelo que le sostenía la quijada, y<br />

un crucifijo <strong>de</strong> hueso amarillento sobre el pecho. Después,<br />

volteaba <strong>de</strong> un lado a otro la cabeza, con cierto recelo, al menor<br />

ruido que creía oir, o bruscamente, como para sorpren<strong>de</strong>r a

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