La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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43 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
creyó ver que Niní se sonreía con el vecino, y le dijo secamente,<br />
dominando la cólera que lo segaba: «Es estúpido lo que estas<br />
haciendo, querida.» Ella volvió el rostro sorprendida, y<br />
contestóle con cierta sorna: «No eres tú quien pue<strong>de</strong> enseñarme<br />
la manera <strong>de</strong> comportarme <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la gente.» «Yo te prohíbo<br />
que vuelvas a ver ese hombre». «¡Tú!» Y la cantante, fiera y<br />
voluntariosa, soltó la risa, una risa que quemó la cara <strong>de</strong> Eduardo<br />
como una bofetada; se puso en pie, y dirigiéndose al joven <strong>de</strong> la<br />
otra mesa, le dijo, alta la frente y con una brusca crispatura en las<br />
manos: «Sois un imbécil, señor. A una mujer, cuando está<br />
acompañada, no se mira <strong>de</strong> ese modo, y yo sé hacerme respetar<br />
<strong>de</strong> la gente mal educada.» El otro, pálido y tembloroso,<br />
contestóle: «¿De qué modo, señor?» Eduardo alzó la mano para<br />
castigar a su adversario, pero los compañeros lograron intervenir<br />
a tiempo para evitar las vías <strong>de</strong> hecho. En tanto que los garçones<br />
alarmados, habían traído al dueño, y ambos jóvenes, con una<br />
calma aparente, se cruzaban mutuamente sus tarjetas. Todos<br />
bajaron a los jardines, en don<strong>de</strong> soplaba el aire fresco <strong>de</strong> la<br />
noche, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> se oía el rumor lejano <strong>de</strong> la gran ciudad,<br />
arrastrado por el viento que vibraba en el espacio como ondas<br />
tormentosas <strong>de</strong> pasiones humanas, y que se propagaba<br />
tenuamente, perdiendo su po<strong>de</strong>r, hacia los campos silenciosos en<br />
don<strong>de</strong> el vicio es vencido por el trabajo y la constancia.<br />
En su interior Niní estaba contenta <strong>de</strong> lo ocurrido. Si se<br />
verificaba un duelo, todo París sabría que era por ella, y eso la<br />
serviría <strong>de</strong> réclame y para hacer rabiar a sus rivales. Probarles<br />
que era ella la vencedora, y que los hombres, como arrojar rosas<br />
sobre el pe<strong>de</strong>stal <strong>de</strong> una diosa, arrojaban sus vidas a sus pies,<br />
felices <strong>de</strong> encontrar la muerte luchando por su amor, como<br />
luchaban en los torneos <strong>de</strong> la Edad Media los caballeros <strong>de</strong> cota y<br />
espada por <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la dama <strong>de</strong> sus amores. Sin embargo, ella se<br />
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hacía la disgustada, y <strong>de</strong>cía con aire ofendido a su amigo, que él<br />
la perjudicaba con esos escándalos, y que si no variaba <strong>de</strong> tono y<br />
<strong>de</strong> conducta, todo quedaría terminado entre ellos. Cada vez que<br />
Niní lo amenazaba con abandonarlo, Eduardo sentía el vértigo <strong>de</strong><br />
la locura apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> él, cerraba los ojos, y todo lo veía negro y<br />
fúnebre; se creía capaz <strong>de</strong> todo para evitarse una pena tan honda,<br />
y, sin embargo, en sus instantes <strong>de</strong> reflexión, cuando se<br />
encontraba solo, lejos <strong>de</strong> ella, <strong>de</strong>seaba que llegase la ruptura, <strong>de</strong><br />
un modo inevitable, por un inci<strong>de</strong>nte inesperado, que <strong>de</strong>spués<br />
fuese imposible reanudar, y pasase <strong>de</strong> una vez esa tormenta <strong>de</strong><br />
dolor que se agitaba sobre su cabeza, y que un día u otro <strong>de</strong>bía<br />
estallar. Se sentía sin voluntad en presencia <strong>de</strong> la cantante; pero<br />
pensaba que no podía vivir con un dolor inminente que la<br />
amenazaba sin <strong>de</strong>scanso. Temía sufrir, pero esa cobardía<br />
aumentaba el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> haber ya experimentado ese dolor, para<br />
estar libre <strong>de</strong> esa mortificante perspectiva.<br />
Al llegar a la casa, un lujoso apartamento que Eduardo había<br />
alquilado por año frente al Parque Monceau, uno <strong>de</strong> los barrios<br />
más aristocráticos <strong>de</strong> la elegancia parisiense, Niní se <strong>de</strong>svistió<br />
muy <strong>de</strong>spacio, sin <strong>de</strong>cir una palabra, y acostóse perezosamente,<br />
como indiferente a lo que había acontecido. Pero muy pronto<br />
comenzaron, los reproches <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> Eduardo, que adivinaba<br />
que ella se disponía a hacerlo sufrir toda la noche, y <strong>de</strong> una<br />
nimiedad se pasó a cosas más serias, ultrajando Niní el amor<br />
propio <strong>de</strong> su amante. «Sí, querido; yo soy una imbécil <strong>de</strong> estar<br />
contigo, pudiendo vivir con gente más chic y mejor quo tú.»<br />
Eduardo estaba esa noche con los nervios excitadísimos, y le<br />
respondía con ironías y risitas <strong>de</strong> indiferencia. Ella le llamó<br />
«salvaje», «extranjero», y todos sus instintos <strong>de</strong> plebeya engreída<br />
se revelaron, insultándolo soezmente en una crisis <strong>de</strong> cólera<br />
inesperada, y sin que ella misma supiera el por qué <strong>de</strong> tantos