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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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48 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

bestialidad que dos hombres expusieran sus vidas por una mujer<br />

indigna, como él <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong> ser amada.<br />

Esa mañana se encontraba fuerte, y con gran voluntad para no<br />

ocuparse más <strong>de</strong> Niní; la crisis <strong>de</strong> la noche anterior había<br />

aliviado momentáneamente su espíritu, y creía que todo estaba<br />

terminado, y que él iba por fin a <strong>de</strong>scansar y a tomar nuevas<br />

fuerzas en sus libros. «No, querido, no pretendas hacer muchos<br />

sacrificios, proponte cumplir esa sola promesa, y ya es bastante»,<br />

le <strong>de</strong>cía Carlos, convencido <strong>de</strong> la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> su amigo en<br />

cumplir ese género <strong>de</strong> propósitos. «Proponte olvidar a Niní, no<br />

vayas más a los conciertos en don<strong>de</strong> ella trabaje, múdate <strong>de</strong> casa,<br />

vete a Budapest, por ejemplo, a ver la exposición <strong>de</strong> Bellezas .»<br />

«...No merece la pena», replicaba con <strong>tristeza</strong> Eduardo, «salir <strong>de</strong><br />

una para entrar en otra, es como un prisionero a quien cambiasen<br />

<strong>de</strong> cárcel.» Y entonces comenzaba a exponer sus teorías,<br />

negando la voluntad y la responsabilidad <strong>de</strong>l hombre en los actos<br />

<strong>de</strong> la vida. «Somos hijos <strong>de</strong> generaciones pasadas, y contra el<br />

atavismo y contra las ten<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong>generadas no se pue<strong>de</strong> luchar.<br />

Nosotros nos imaginamos que hacemos lo que queremos, cuando<br />

en realidad, son los acontecimientos que nos guían y transforman<br />

a su capricho, <strong>de</strong>sarrollando en nosotros las enfermeda<strong>de</strong>s que<br />

vivían en nuestros organismos en estado latente.»<br />

Si él no hubiera salido nunca <strong>de</strong> su pueblo, quizá a estas horas<br />

sería un buen médico, sin pasiones y sin vicios, pero al llegar a<br />

París, su patria intelectual, la patria <strong>de</strong> su familia, <strong>de</strong> sus abuelos,<br />

se <strong>de</strong>sarrollaron las ten<strong>de</strong>ncias enfermas, heredadas <strong>de</strong> algunos<br />

<strong>de</strong> ellos, y ya él se consi<strong>de</strong>raba incapaz <strong>de</strong> dominarlas y<br />

corregirlas. Se hereda el suicidio, la locura, la voluptuosidad, <strong>de</strong>l<br />

mismo modo que se heredan la tisis y el cáncer. Muchas veces<br />

había pensado en el matrimonio, unirse a una joven pura como<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

una azucena, pero <strong>de</strong>cía que serían <strong>de</strong>sgraciados, porque él<br />

preten<strong>de</strong>ría encontrar en su esposa los refinamientos que llevaba<br />

en su sangre y a que su organismo enfermo estaba ya habituado.<br />

Ella no podría ofrecerle sino purezas y virginida<strong>de</strong>s que su<br />

paladar embotado estaba incapacitado <strong>de</strong> gustar; y <strong>de</strong> allí vendría<br />

la repulsión y hasta el odio a la mujer, que como una sombra se<br />

alzaría constantemente a su lado, para recordarle las sensaciones<br />

muertas y los placeres fenecidos <strong>de</strong> su pasado.<br />

En sus momentos <strong>de</strong> intenso i<strong>de</strong>alismo, su martirio era verse<br />

ligado a la vida por un nudo material, por el es- pasmo <strong>de</strong> la piel,<br />

por la servidumbre <strong>de</strong> la carne revelada. Para él, la vida era el<br />

amor, pero el amor sin purezas, el amor <strong>de</strong> las sensaciones<br />

extrañas, <strong>de</strong> los <strong>de</strong>liquios imprevistos. ¡Cómo pensar en el<br />

matrimonio, si para su temperamento no existía sino la esposa<br />

amiga, la compañera <strong>de</strong>l placer, coqueta, voluble, caprichosa,<br />

tirana <strong>de</strong> los sentidos, foco adorable <strong>de</strong> imperfecciones psíquicas<br />

y <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos siempre nuevos, vagos e impalpables! <strong>La</strong> esposa<br />

madre, centro <strong>de</strong> la familia y <strong>de</strong>l pudor, honesta, sin celos, sin<br />

rencores, sin tormentos, no sería para él sino un manjar insípido,<br />

una bella fruta sin olor ni sabor. El <strong>de</strong>seo honesto, lleno <strong>de</strong><br />

castida<strong>de</strong>s, blanco y suave como el lirio, encerraba para sus<br />

sentidos la belleza fría <strong>de</strong> la nieve que cae. Y por eso rechazaba<br />

la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l matrimonio, no amando sino los labios pintados con<br />

carmín y los ojos que el carbón sombreada, haciendo las pupilas<br />

brillantes, gran<strong>de</strong>s, expresivas. Y era un voluptuoso, pero un<br />

voluptuoso triste, refinado, con perfecta conciencia <strong>de</strong> que<br />

marchaba hacia una vía dolorosa, ficticia, llena <strong>de</strong> sombras y <strong>de</strong><br />

engaños.<br />

A<strong>de</strong>más, entrar al matrimonio como a un hospital, a aliviar su<br />

cuerpo y a esperar con paciencia la muerte, era una i<strong>de</strong>a que

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