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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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42 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

i<strong>de</strong>ales por un camino que ya ha perdido sus gran<strong>de</strong>s atractivos,<br />

porque nos es completamente conocido. Y es entonces que<br />

apelamos a los refinamientos para hacer vibrar las virginida<strong>de</strong>s<br />

que aún poseemos. Después <strong>de</strong> amar el rostro, y los ojos, y la<br />

boca, y el cuerpo, terminamos por no amar sino los trajes <strong>de</strong> seda<br />

y los fondos <strong>de</strong> color, y las medias sutilísimas, y el calzado muy<br />

brillante, bien hecho y bien llevado y luego, es peor todavía, se<br />

ama la alcoba, y las cortinas <strong>de</strong> damasco, y los muebles raros,<br />

haciéndolos cambiar con frecuencia para imaginarnos que vamos<br />

hacia un viaje interminable <strong>de</strong> amor y <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo.»<br />

«Y <strong>de</strong>spués ya no se ama sino el perfume, el perfume que<br />

envenena el último resto <strong>de</strong> los sentidos, y es el principio letal<br />

<strong>de</strong>l extravismo y la locura.»<br />

Y en efecto, Eduardo no amaba la mujer en Niní Florens; amaba<br />

la esfinge insensible y <strong>de</strong>spótica, se sentía atraído hacía ella,<br />

porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> martirizarlo horriblemente, ella se le<br />

entregaba amorosa y gentil, como una mujer extraña,<br />

contemplándola con sus ojos color <strong>de</strong> ajenjo y acariciándolo con<br />

sus manos flacas, <strong>de</strong> venas transparentes y azules. Entonces él<br />

era feliz como no podía suponer ningún mortal, y el placer <strong>de</strong><br />

pocas horas superaba con creces los dolores que le precedían.<br />

«¿Qué importa, pensaba en esos momentos, que ella me <strong>de</strong>sgarre<br />

el alma y dé la muerte a todas las fibras <strong>de</strong> mi amor futuro, si ella<br />

posee, como las divinas paganas <strong>de</strong> Lesbos, en su aliento el<br />

olvido <strong>de</strong> la vida, y en su contacto el sopor misterioso <strong>de</strong> la<br />

muerte. Morir por haber vivido es siempre vivir. No <strong>de</strong>bemos<br />

discutir la intensidad <strong>de</strong>l placer, porque ¡ay <strong>de</strong> nosotros si la<br />

vejez nos sorpren<strong>de</strong> regateando todavía al organismo las crisis <strong>de</strong><br />

la pasión. Como el avaro que ha pasado su juventud amasando el<br />

oro en sus talegas, ya no tendremos tiempo <strong>de</strong> amar y <strong>de</strong> gozar, y<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

nuestro cuerpo, con todas sus virginida<strong>de</strong>s, irá al seno insaciable<br />

<strong>de</strong> la muerte.»<br />

Ya algo avanzada la noche, <strong>de</strong>jaron el coche a la puerta, <strong>de</strong> El<br />

Doyen, y penetraron, entre las miles cortesías <strong>de</strong>l maître d’hotel,<br />

al restaurant elegantísimo que poseía en esa época la más<br />

escogida clientela <strong>de</strong> París. Ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> jardines, y profusamente<br />

iluminado con farolillos <strong>de</strong> papel, parecía una feria mitológica.<br />

Los dueños celebraban, como todos los años, el Grand prix, y los<br />

extranjeros invadían los salones reservados, acompañados con<br />

damas alegres. Era la hora <strong>de</strong> los postres, y se comprendía que ya<br />

el champagne comenzaba a montarse a la cabeza, porque al<br />

entrar o salir los garçones cargados con platos y botellas, <strong>de</strong> las<br />

puertas entreabiertas brotaba como una bocanada <strong>de</strong> alegría, y se<br />

escuchaban risas argentinas, gritos nerviosos contenidos y<br />

canciones tarareadas por voces femeninas, interrumpidas por el<br />

sonido <strong>de</strong> las copas o el chasquido armonioso <strong>de</strong> los besos. No<br />

pudieron obtener sino un salón en don<strong>de</strong> había dos mesas, una <strong>de</strong><br />

las cuales estaba ya en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, ocupada por tres jóvenes, en<br />

quienes Eduardo reconoció al momento los impertinentes que en<br />

la tar<strong>de</strong> habían flirtado con su amiga <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las tribunas. Esto<br />

contribuyó a ponerlo <strong>de</strong> malísimo humor; sin embargo, correcto<br />

y discreto, se sentó en la otra mesa, como si no hubiese fijado su<br />

atención en ellos. <strong>La</strong> comida se pasaba sin inci<strong>de</strong>nte alguno, y<br />

hasta con cierta monotonía; pero los caballeros <strong>de</strong>l frente, que<br />

habían bebido sin mucha temperancia, comenzaron a dirigir<br />

miradas ávidas a Niní. Uno <strong>de</strong> ellos, sobre todo, insistía<br />

tercamente. Ya Eduardo le había lanzado dos miradas coléricas,<br />

y el otro había disimulado como si estuviese observando<br />

distraídamente los ramilletes <strong>de</strong> flores eléctricas <strong>de</strong>l plafond. En<br />

el momento en que los garçones, todos <strong>de</strong> frac, cambiaban el<br />

mantel y cubrían la mesa con dulces, frutas y helados, Eduardo

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