La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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30 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
respiración entre cortada, mientras <strong>La</strong>grange en la mesa más<br />
próxima, leía algunas páginas admirables <strong>de</strong> la Filosofía Natural.<br />
Fue todo un largo mes <strong>de</strong> <strong>tristeza</strong>s. <strong>La</strong>s primeras cartas recibidas<br />
<strong>de</strong>l tío Fermín, llenas <strong>de</strong> <strong>de</strong>talles sobre la enfermedad. <strong>La</strong> pobre<br />
señora en sus últimos días, no pensaba sino en su hijo, <strong>de</strong>seando<br />
tenerlo a su lado, y llamándolo en sus momentos <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirio, o<br />
cuando <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un largo sopor, la morfina le permitía darse<br />
cuenta <strong>de</strong> su estado, calculando el número <strong>de</strong> leguas que los<br />
separaba, siguiendo pensativa el vasto Océano, y murmurando<br />
entre sus labios rígidos y secos, <strong>de</strong>lgados y amarillentos como un<br />
papel. «Imposibles». «No llegará a tiempo». <strong>La</strong> habían hecho<br />
creer que su hijo vendría, y en efecto el tío pretendió llamarlo,<br />
pero los médicos le aseguraron que la enferma no viviría más <strong>de</strong><br />
seis días. ¡Oh! ¡Qué <strong>de</strong> martirios en aquella pobre casa durante<br />
dos semanas! Su única hermana, casada con un ingeniero, que<br />
vivía en el interior <strong>de</strong>l país, vino volando al pueblo a ayudar<br />
morir a la madre.<br />
<strong>La</strong>s conversaciones en voz baja, a escondidas, entrecortadas con<br />
gemidos y crisis <strong>de</strong> nervios, para volver aparentando tranquilidad<br />
a la estancia infectada con los olores <strong>de</strong> los medicamentos, que<br />
en la ventana se alineaban en frascos y botellas, a medio<br />
comenzar, en don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>scubrían las vacilaciones <strong>de</strong> los<br />
médicos que ya no sabían qué cosa prescribir para complacer a la<br />
familia. Y <strong>de</strong>spués, el día <strong>de</strong> la muerte, un domingo, en la<br />
madrugada, la brisa <strong>de</strong>l mar había refrescado la atmósfera, la<br />
casa estaba llena <strong>de</strong> gente, y la pobre viejecita se extinguió como<br />
una luz, sin fuerzas para morir, hasta el último instante en que<br />
abrió los ojos, inmóviles ya como <strong>de</strong> vidrios, y se fue, bañado el<br />
rostro por las lágrimas <strong>de</strong> su hija, y apretando convulsivamente la<br />
mano <strong>de</strong>l tío Fermín, que le dijo, sollozando, con su voz seca y<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
fuerte: «Hasta mañana». Y el día siguiente, el entierro, al cual<br />
asistió todo el pueblo, conduciendo en hombros el féretro,<br />
hundido entre flores todas blancas o moradas, como se estila por<br />
allá. Y luego, la inmensa casa solariega, con sus gran<strong>de</strong>s sótanos<br />
y sus fuertes muros <strong>de</strong> piedra, que parecía haber quedado <strong>de</strong>sierta<br />
con la eterna ausencia <strong>de</strong> la anciana que la había habitado<br />
durante tantos años.<br />
Eduardo <strong>de</strong>sesperábase al leer todas las noticias que <strong>de</strong> su pueblo<br />
recibía. Cómo hubiera <strong>de</strong>seado estar allí, al lado <strong>de</strong> su madrecita;<br />
vivir con ella sus últimos instantes, tener su parte íntegra <strong>de</strong><br />
dolor, haber visto y sentido todo lo ocurrido; mientras que ahora<br />
era un pesar imaginativo, una escena <strong>de</strong> tragedia, formada a su<br />
capricho, como leída en un libro, y vivida más en los recuerdos<br />
<strong>de</strong> su infancia que en las <strong>tristeza</strong>s <strong>de</strong>l presente. Recordaba las<br />
malas acciones, sus <strong>de</strong>sobediencias <strong>de</strong> cuando era niño, los<br />
momentos <strong>de</strong>sagradables que la había hecho pasar. Un día, que<br />
huyó <strong>de</strong> la escuela con otros compañeros <strong>de</strong> su edad, y se fueron<br />
a la montaña a matar garzas, y a bañarse en el agua fría <strong>de</strong>l<br />
arroyo, que caía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto, formando encajes <strong>de</strong> espumas, y<br />
conversando cosas melodiosas. Ya entrada la noche, cuando<br />
comenzaban a encen<strong>de</strong>r los faroles y la campana <strong>de</strong> la iglesia<br />
llamaba a la salve, volvió a su casa todo lleno <strong>de</strong> lodo,<br />
<strong>de</strong>sgreñado y pálido, y con una fiebre muy fuerte que puso su<br />
vida en peligro. Su madre había llorado loca <strong>de</strong> angustia, sin<br />
saber su para<strong>de</strong>ro. Lo recibió con enojo, pero al verlo enfermo,<br />
olvidó todo para cuidarlo y mimarlo como al más obediente <strong>de</strong><br />
los hijos. Y aquella otra vez, cuando ella por hacerle un gran<br />
regalo, le había comprado un bulto para meter sus libros, hecho<br />
con cordones morados, y que tenía una gran asa para llevarlo en<br />
el brazo, y él lo lanzó furioso, diciendo que eso sólo lo usaban las<br />
mujeres. ¡Oh! si hubiera sabido en aquel tiempo que las madres