La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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18 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
años al solo ritmo mágico <strong>de</strong> un piano que canta, o <strong>de</strong> un<br />
violoncello que solloza. Razón tenía <strong>La</strong>grange para estar<br />
contento, un cambio repentino había comenzado en el alma <strong>de</strong> su<br />
amigo; él tan estudioso meses atrás, no se había preocupado por<br />
visitar las clínicas y los hospitales, sus libros <strong>de</strong> medicina estaban<br />
en un rincón <strong>de</strong> su cuarto, y la mesa <strong>de</strong> trabajo yacía llena <strong>de</strong><br />
fotografías y <strong>de</strong> libros <strong>de</strong> crítica y <strong>de</strong> historia. Un nuevo ser<br />
germinaba en su cerebro, y la i<strong>de</strong>as que trajo <strong>de</strong> su pueblo y que<br />
a todo trance hubiera querido conservar, <strong>de</strong>saparecían<br />
rápidamente, como un inmenso campo <strong>de</strong> trigo <strong>de</strong>vorado por la<br />
insensible llama <strong>de</strong> un incendio.<br />
Carlos tocó un botón, que se disimulaba al lado <strong>de</strong> la chimenea, y<br />
presentóse una muchacha, con muy buenos colores en la cara, y<br />
ese no se qué <strong>de</strong> la campesina, que hace pensar en la buena leche<br />
y la brisa refrescante <strong>de</strong>l río. «¿No se ha levantado todavía la<br />
señora?» preguntóle. «<strong>La</strong> señora se está vistiendo», respondió la<br />
criada con una voz tímida, <strong>de</strong> persona no acostumbrada a ver<br />
gente <strong>de</strong> fuera. «Bien, dígale que la esperamos para ir a almorzar,<br />
y <strong>de</strong>nos un poco <strong>de</strong> brandy» «Es apetitosa la criadita», dijo<br />
Sánchez, sonriendo maliciosamente. «Lo que significa que no<br />
durará muchos días en la casa», replicó Carlos. «Luciana está<br />
cada día más celosa, y hasta las criadas la asustan. <strong>La</strong>s mujeres<br />
son muy extrañas; como para ellas la vida solo tiene un objeto:<br />
amar y ser amadas; se imaginan que el hombre no piensa <strong>de</strong> día y<br />
<strong>de</strong> noche sino en la misma cosa. Vaya usted a hacerlos<br />
compren<strong>de</strong>r que cuando estamos por la calle no corremos <strong>de</strong>trás<br />
<strong>de</strong> otra mujer, o tenemos una cita o pensamos en una futura<br />
traición".<br />
Luciana entró, saludando amablemente con la cabeza, mientras<br />
se ponía sus guantes, <strong>de</strong> un amarillo color <strong>de</strong> paja muy seca; su<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
sombrero estaba adornado con plumas blancas y azules, medio<br />
cubiertas por un velo muy sutil, <strong>de</strong> puntos <strong>de</strong>l mismo color. El<br />
traje era todo gris claro; toilette casi <strong>de</strong> estío y cortado en esa<br />
forma que las modistas llaman costume <strong>de</strong> tailleur. Luciana era<br />
<strong>de</strong> un tipo bastante general entre las francesas; sin ser gran<strong>de</strong>,<br />
estaba vestida <strong>de</strong> modo a parecer más alta, bien ajustada, sin<br />
fatigas, habituada a llevar siempre el corsé. De ojos negros y<br />
vivos, más dispuesto a expresar la cólera y la <strong>de</strong>sconfianza,<br />
sabían también hacerse amables y esparcir en todo su rostro una<br />
aureola <strong>de</strong> amor. Su boca era gran<strong>de</strong> y sensual; boca para ser<br />
besada todo el tiempo; boca <strong>de</strong> amiga, <strong>de</strong> compañera <strong>de</strong><br />
juventud; y aunque todo su cuerpo respiraba voluptuosidad, en<br />
los momentos en que se quedaba pensativa., con la cabeza<br />
inclinada a un lado, la frente serena, y sus cabellos, <strong>de</strong> un suave<br />
tono <strong>de</strong> oro, caían sobre el pecho y la espalda, como formando un<br />
marco para su cara; toda ella ro<strong>de</strong>ábase <strong>de</strong> un aire <strong>de</strong> inocencia y<br />
<strong>de</strong> candor, tomando un aspecto <strong>de</strong> niña voluntariosa a quien la<br />
mamá no ha traído los dulces y los juguetes prometidos para que<br />
fuese juiciosa. Amaba, furiosamente a su amigo; para ella no<br />
existían los términos medios; incapaz <strong>de</strong> fingir, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
muchos días <strong>de</strong> vacilación, en que Carlos la esperaba a la salida<br />
<strong>de</strong> los almacenes <strong>de</strong>l Louvre, en don<strong>de</strong> trabajaba hasta extenuarse<br />
para ganar unos cuantos francos, se entregó a él con toda su<br />
alma, sin condiciones, con la sola promesa <strong>de</strong> que él no la<br />
olvidaría jamás. Sus padres, humil<strong>de</strong>s obreros <strong>de</strong> la Rue du<br />
Temple, no quisieron verla más, si no seguía en su trabajo, y ella,<br />
apasionada y ciega, como una mariposa que busca la luz, fue a<br />
quemarse las alas en los brazos <strong>de</strong> su amante, y a tener una nueva<br />
casa, en don<strong>de</strong> era complacida y mimada, y que ella alegraba con<br />
su belleza y con su risa. Carlos había tomado aquella unión como<br />
una distracción agradable, sin darle mucha importancia, creyendo<br />
que le sería muy fácil romper en cuanto se le hiciese pesada la