La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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50 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
cuentas y lentejuelas que hacía sobre medida para algunas<br />
míseras cantantes, o exageradamente gordas, exageradamente<br />
flacas, que trabajan casi <strong>de</strong> bal<strong>de</strong> en los cafetuchos <strong>de</strong> Bitignoles.<br />
<strong>La</strong> otra, la habitaba un ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> vinos, fósforos y picadura,<br />
que se permitía en los gran<strong>de</strong>s calores sacar a la acera tres o<br />
cuatro mesas <strong>de</strong> tres pies, que atendía un muchacho medio idiota,<br />
hijo o sobrino <strong>de</strong>l amo. Sin embargo, la entrada principal era<br />
bastante aseada, y para llegar hasta el segundo piso, tenía su<br />
alfombra un poco gastada, pero que la portera sacudía todos los<br />
sábados con una larga caña flexible envuelta en trapos. <strong>La</strong>s otras<br />
tres escaleras eran angostas, grasosas e incómodas, y se veía que<br />
apenas llevaban amista<strong>de</strong>s con la escoba.<br />
Iriarte pagaba en su quinto piso, sin muebles ni servicio <strong>de</strong><br />
ningún género, menos <strong>de</strong> cien francos por trimestre, y era dueño<br />
<strong>de</strong> tres piezas, muy ventiladas y sobre todo con muchísima luz.<br />
El único cuarto que había amueblado, era el <strong>de</strong> dormir, en don<strong>de</strong><br />
tenía una ancha cama <strong>de</strong> hierro, con resortes, una mesa, un<br />
aguamanil y un espejo <strong>de</strong> marco negro. En la sala más gran<strong>de</strong><br />
había formado su taller; por una claraboya <strong>de</strong> vidrio plano<br />
entraba la luz, en el centro estaba colocado un gran caballete<br />
vertical, muy pesado, que se movía fácilmente por las cuatro<br />
ruedas <strong>de</strong> la base, y con la ayuda <strong>de</strong> un manubrio se hacía bajar o<br />
subir a voluntad la trasversal que sostenía la tela. En un rincón<br />
estaba otro pequeño caballete portátil, compañero inseparable <strong>de</strong>l<br />
artista, que llevaba con frecuencia al campo para copiar <strong>de</strong>l<br />
natural y que había sido mudo testigo <strong>de</strong> sus horas <strong>de</strong> soledad y<br />
<strong>de</strong>saliento. <strong>La</strong>s pare<strong>de</strong>s estaban llenas con sus mejores<br />
aca<strong>de</strong>mias, figuras casi todas <strong>de</strong> cuerpo entero y al <strong>de</strong>snudo,<br />
premiadas en los concursos <strong>de</strong> la Aca<strong>de</strong>mia Colarozzi; sobre la<br />
mesa se veían bocetos, más o menos acabados <strong>de</strong> los diversos<br />
asuntos <strong>de</strong> sus cuadros. En todo se notaba cierto <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, que<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
ro<strong>de</strong>aba todo el cuarto <strong>de</strong> una atmósfera <strong>de</strong> simpatía. Sobre las<br />
sillas había bustos en barro y en yeso, algunas fotografías <strong>de</strong> sus<br />
mo<strong>de</strong>los, ancianos, mujeres y niños, y retratos <strong>de</strong> los principales<br />
pintores franceses.<br />
En el último cuarto, amontonados unos sobre otros, como en una<br />
casa <strong>de</strong> empeños, estaban sus cuadros, los hijos <strong>de</strong> su ingenio,<br />
que representaban más <strong>de</strong> ocho años <strong>de</strong> trabajo arduo y rabioso,<br />
con la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong>l que <strong>de</strong>sea llegar y hacer una obra<br />
perdurable. Su enfermedad provenía <strong>de</strong> exceso <strong>de</strong> trabajo,<br />
exagerado para su constitución <strong>de</strong>licada como la <strong>de</strong> un niño.<br />
Tenía ocho años que no respiraba sino pintura y aceite, y sus<br />
pulmones ya estaban fatigados <strong>de</strong> tanto mineral absorbido. En su<br />
país le habían quitado una ridícula pensión que lo había<br />
<strong>de</strong>cretado como un gran favor el Congreso, porque uno <strong>de</strong> esos<br />
viejos lascivos que llegan a París como pordioseros <strong>de</strong> amor en<br />
busca <strong>de</strong> besos pagados a precio <strong>de</strong> oro, para sus labios rugosos y<br />
malsanos, y que se vuelven a su tierra odiando la fortaleza y las<br />
energías <strong>de</strong> los cuerpo jóvenes, había dicho que Iriarte se estaba<br />
eticando con la vida licenciosa que llevaba. Y el pueblo entero<br />
siguió repitiéndolo, estúpidamente, por <strong>de</strong>cir algo distinto, que<br />
diese aire a la gente <strong>de</strong> estar siempre al corriente <strong>de</strong> las cosas que<br />
suce<strong>de</strong>n en Europa. Des<strong>de</strong> entonces, la vida <strong>de</strong>l artista fue una<br />
lucha sublime entre sus i<strong>de</strong>ales y la necesidad <strong>de</strong> comer y<br />
abrigarse. Y trabajó heroicamente, con una voluntad rayana en<br />
locura, hasta hacía un mes que los pinceles se le habían caído <strong>de</strong><br />
sus manos flacas y huesosas como <strong>de</strong> esqueleto. Sin embargo,<br />
había obtenido ya dos medallas en el Salón <strong>de</strong>l Campo <strong>de</strong> Marte,<br />
y luchaba, medio moribundo, porque el Jurado lo <strong>de</strong>clarase Hors<br />
<strong>de</strong> concours! Sus i<strong>de</strong>as sobre el arte, eran las más nobles y<br />
sinceras que podían caber en el corazón <strong>de</strong> un artista, y se había<br />
negado a ven<strong>de</strong>r su último cuadro: <strong>La</strong> Abandonada, por el cual le