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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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23 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

distancia con la cabeza baja. Era la primera vez que pensaba en<br />

el pasado <strong>de</strong> su amiga y sufría horriblemente, recordando a la<br />

pobre viejecita, que tan lejos <strong>de</strong> su amor vivía, al tío Fermín, que<br />

tantos sacrificios había hecho para educarlo, a las niñas <strong>de</strong> su<br />

pueblo, y en especial a Isabel, una chiquita <strong>de</strong>licada y sencilla<br />

como un lirio <strong>de</strong>l valle, a quien había enamorado y a la que había<br />

ofrecido escribir todas las semanas, al llegar a París, sin haberle<br />

cumplido una sola vez su palabra. Pensaba que no había vuelto a<br />

estudiar medicina, y que en sus cartas hacía creer a su familia<br />

que vivía en los hospitales y sobre los libros, que se había hecho<br />

aumentar su pensión a 600 francos, fingiendo tener cursos<br />

preparatorios con nuevos profesores, y que a pesar <strong>de</strong> eso, pasaba<br />

trabajos por la falta <strong>de</strong> dinero, y comenzaba a contraer <strong>de</strong>udas y a<br />

hacer sospechoso al corresponsal por sus pedidos. Recordaba los<br />

consejos <strong>de</strong> su buena madre, proponiéndose ser más fuerte y<br />

tener voluntad para vencerse en sus ten<strong>de</strong>ncias al placer; pero al<br />

ver a Marieta con su bello cuerpo grácil y erguido, irresistible en<br />

su humil<strong>de</strong> traje campestre, con su donaire voluptuoso, que<br />

marchaba <strong>de</strong>lante silenciosa y enojada, un martirio infinito le<br />

oprimía el alma, y tuvo ganas <strong>de</strong> correr, <strong>de</strong> alcanzarla, <strong>de</strong><br />

arrojarse a sus pies, y <strong>de</strong>cirle que si, que seria su esposo, su<br />

esclavo, todo lo que ella quisiera hacer <strong>de</strong> él, pero que no lo<br />

abandonase, que fuera misericordiosa con su pobre corazón; y un<br />

miedo repentino <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rla para siempre lo obligó a apresurar el<br />

paso para unirse a ella y pedirle perdón.<br />

Cuando entraron al jardín en don<strong>de</strong> vagaba un intenso olor <strong>de</strong><br />

resadá, Luciana, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el balcón, al observar que Marieta había<br />

tirado con fuerza la reja y que Eduardo venía <strong>de</strong>trás, como sin<br />

querer llegar hasta ella, les gritó con una voz amable y burlona:<br />

¿Cómo que han tenido su primera disputa los novios?...<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

Después <strong>de</strong> la comida no salieron, como acostumbraban, a dar<br />

una vuelta por el pueblo, temerosos <strong>de</strong> que una nube que<br />

amenazaba caer los empapase, o los hiciese volver a la carrera.<br />

Marieta, empeñóse antes <strong>de</strong> comenzar una partida <strong>de</strong> manilla, en<br />

tirarse las cartas para saber que cosas les auguraban, pero antes,<br />

para interesar a Luciana, que era muy supersticiosa, quiso<br />

tirárselas a Carlos, resultando, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> caer muchas cartas,<br />

entre las que se repetían la dama <strong>de</strong> corazón y el as <strong>de</strong> pica, que<br />

Carlos la engañaba con una rubia, Luciana se ponía colérica <strong>de</strong><br />

ver siempre en el juego <strong>de</strong> su amigo la misma rubia, <strong>de</strong>seando<br />

saber si seria más bonita que ella, y todos reían ante ese ataque<br />

<strong>de</strong> celos intempestivos. Tocó su vez a Eduardo, a quien nunca<br />

había tirado las cartas y que estaba esa noche silencioso,<br />

dominado por i<strong>de</strong>as sombrías, quizás porque Marieta no había<br />

hecho enteramente las paces. En su juego todo fue negro; casi<br />

todos los pies, y las peores cartas <strong>de</strong> la baraja, el valet <strong>de</strong> trefel,<br />

le anunciaba también <strong>de</strong>sgracias. El aullido lúgubre <strong>de</strong> un perro<br />

se <strong>de</strong>jó oír <strong>de</strong>l lado fuera, impresionando <strong>de</strong> tal modo a Marieta,<br />

que abrazó a su amigo, llena <strong>de</strong> miedo, recordando que la noche<br />

anterior había soñado con serpientes. Y Eduardo dichoso <strong>de</strong><br />

volverla a tener a su lado, amorosa y complaciente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

sus dudas y tormentos, se entregó a ella para hacerla olvidar la<br />

escena <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, con toda la pasión que corría por su impetuosa<br />

sangre <strong>de</strong> meridional.<br />

El día amaneció muy bello; la lluvia tibia que había caído por la<br />

noche, había refrescado la atmósfera, y el viento <strong>de</strong>l Norte<br />

soplaba con fuerza, alejando algunas nubes pesadas que se<br />

habían quedado rezagadas, aisladas, en medio <strong>de</strong>l cielo azul. Dos<br />

birlochos algo viejos y <strong>de</strong>rrengados <strong>de</strong> ruedas altas y fuertes, <strong>de</strong><br />

esos que se alquilan en los campos para que los viajeros dirijan<br />

ellos mismos a su capricho, esperaban a la puerta, vigilados los

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