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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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33 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

mineral, están sometidos a las mismas leyes en la evolución <strong>de</strong>l<br />

tiempo. Con el fin <strong>de</strong> la vida, que es solamente un movimiento,<br />

la materia no perece, se transforma; y esa fuerza que él entendía<br />

por alma, y que posee en la misma esencia, pero en diversos<br />

grados <strong>de</strong> perfección el hombre, el animal y el vegetal, tampoco<br />

perece; sigue su transformación hacia el supremo i<strong>de</strong>al, pero sin<br />

conservar ni sensaciones, ni i<strong>de</strong>as, ni memoria, ni voluntad, cosas<br />

todas que no pue<strong>de</strong>n existir sino en contacto íntimo con la<br />

materia. Es un absurdo creer que los muertos recuerdan, o sufren,<br />

o gozan. Para darnos una i<strong>de</strong>a exacta <strong>de</strong> lo que seremos <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> muertos, no tenemos sino que pensar que hemos pasado a<br />

través <strong>de</strong> los siglos en la muerte, y que, por consiguiente, no es<br />

ese un misterio para nosotros. En aquel tiempo, ¿sufríamos,<br />

gozábamos, recordábamos? No. Luego entonces, ¿por qué ese<br />

temor pueril a un estado que nos es más conocido que la vida? <strong>La</strong><br />

muerte es nuestro estado natural; la vida es lo anormal, lo<br />

misterioso, lo ilógico. Que cada cual se ro<strong>de</strong>e <strong>de</strong> toda la poesía<br />

que <strong>de</strong>see; las religiones y sus i<strong>de</strong>ales son <strong>de</strong>talles sin<br />

importancia, que no han <strong>de</strong> revelarnos nada en el misterio <strong>de</strong> la<br />

existencia y que no merecen discutirse, porque todas tienen como<br />

base lo que exista más allá <strong>de</strong> la tumba. Pensemos solamente en<br />

el enigma <strong>de</strong> la vida, en esta santa unión <strong>de</strong> la materia y <strong>de</strong> la<br />

fuerza, que es la que engendra todos los dolores, y la única que<br />

pue<strong>de</strong> mostrarnos todos los placeres.<br />

Habíase entregado a leer filosofía, prefiriendo los autores<br />

alemanes; pero una vez conocidas las diferentes teorías antiguas<br />

y mo<strong>de</strong>rnas, formóse una más enfermiza que las otras, sin dar<br />

mucha importancia a las divagaciones, y con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> llevarla<br />

a la práctica. <strong>La</strong> manera <strong>de</strong> esperar la muerte era su mayor<br />

preocupación. <strong>La</strong> juventud es la vida; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que comienzan la<br />

vejez y las enfermeda<strong>de</strong>s, ya no se vive, se espera la hora <strong>de</strong>l<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

tránsito, y nada más; y puesto que la verda<strong>de</strong>ra vida no dura sino<br />

un instante, la época <strong>de</strong>l placer y <strong>de</strong>l amor, amemos y gocemos,<br />

que tiempo <strong>de</strong> sobra tendremos para pensar y pa<strong>de</strong>cer.<br />

Sin embargo, Eduardo Doria era el menos egoísta <strong>de</strong> los<br />

hombres, y jamás llegó a su boca la copa <strong>de</strong>l placer sin que<br />

quedasen en sus labios heces <strong>de</strong> amarguras <strong>de</strong>sconocidas. E1<br />

amor apasionado que sentía por Marieta, estaba siempre<br />

mezclado con <strong>tristeza</strong>s y <strong>de</strong>sengaños; y cuando <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esos<br />

instantes <strong>de</strong> suprema felicidad, en que ambos, como dos palomas,<br />

olvidaban el mundo, aislados y silenciosos, con las almas<br />

rebosantes <strong>de</strong> alegría, él abría la ventana, y allí, solos,<br />

acariciando con una mano los cabellos negros y sedosos <strong>de</strong> su<br />

amiga., entregábase a contemplar la oscuridad <strong>de</strong>l bosque,<br />

imaginándose percibir voces lejanas que lo llamaban <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

los árboles, espectros <strong>de</strong> sus dolores futuros que le hacían<br />

muecas y burlas para significarle que esa felicidad <strong>de</strong> poseerla<br />

era efímera y falaz, y que muy pronto el olvido y la separación<br />

vendrían diligentes a tocar a su puerta. Entonces la veía y la<br />

besaba dolorosamente, como a una futura muerta <strong>de</strong> su alma, que<br />

había <strong>de</strong> llevarse consigo un pedazo <strong>de</strong> esa juventud y <strong>de</strong> ese<br />

placer que en su filosofía representaba la verda<strong>de</strong>ra existencia. Y<br />

ella, sin sospechar esos martirios ocultos, creyéndolo dichoso, sin<br />

una sombra <strong>de</strong> melancolía, respondía a sus besos con nuevos<br />

besos ardorosos, sonreída y <strong>de</strong>liciosamente <strong>voluptuosa</strong>. Luego lo<br />

traía hasta el piano, y él se entregaba a improvisar; sus dudas y<br />

sus nostalgias transformábanse en arpegios y armonías, que<br />

terminaban por entristecerla, y Marieta respetaba sus<br />

pensamientos, y lo seguía, recostada en un rincón <strong>de</strong>l salón,<br />

colocando sus pies chiquitos y nerviosos sobre un cojín azul, sin<br />

atreverse a interrumpirlo, pero sin prever que fuese ella la causa<br />

<strong>de</strong> esas <strong>tristeza</strong>s no vividas. Eduardo pensaba, entre tanto, que

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