La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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40 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
gastando al propio tiempo el interés y el capital, sin preocuparse<br />
mayormente <strong>de</strong> si se disminuía o no, <strong>de</strong>dicándose a hacer la vida<br />
<strong>de</strong> señor, viviendo con gran lujo y en los círculos más escogidos<br />
<strong>de</strong>l París gastador, teniendo algunos amoríos y aventuras, hasta<br />
caer bajo las garras <strong>de</strong>licadas <strong>de</strong> Niní, a quien amaba<br />
rabiosamente, sin el mayor asomo <strong>de</strong> i<strong>de</strong>alismo, por sus encantos<br />
corporales, por sus trajes <strong>de</strong> seda, y los refinamientos <strong>de</strong> sus<br />
toilettes sobre la escena, en don<strong>de</strong> ella era la más fascinante y<br />
<strong>de</strong>generada criatura.<br />
Estaba sometido a sus caprichos y vivía lleno <strong>de</strong> miedo,<br />
previendo los dolores que le esperaban, sabiendo ya que no<br />
tendría fortaleza para <strong>de</strong>cidirse a romper esos lazos<br />
in<strong>de</strong>structibles <strong>de</strong> la materia rebelada. Era un placer doloroso.<br />
Por un instante <strong>de</strong> suprema dicha, pasaba días enteros con el<br />
corazón acribillado a flechazos, y su amiga, <strong>de</strong> rato en rato,<br />
complacíase en hundir o sacar las flechas <strong>de</strong> la herida,<br />
sometiéndolo a un perpetuo martirio que aumentaba<br />
gradualmente su pasión. Esa tar<strong>de</strong> misma mientras en<br />
Longchamps la alegría y la esperanza se habían dado cita para<br />
aquella espléndida fiesta <strong>de</strong>l sport, en medio a la pureza<br />
conmovedora <strong>de</strong>l campo, entre las últimas brisas primaverales,<br />
Eduardo había pa<strong>de</strong>cido cruentamente. Niní, <strong>de</strong> pié sobre los<br />
cojines <strong>de</strong>l coche, no quitaba el anteojo <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> dandys <strong>de</strong><br />
las tribunas que igualmente la veían, y le hacían señales con<br />
mucho disimulo. Eduardo no osaba enojarse temiendo empeorar<br />
su situación, conociendo el carácter <strong>de</strong> su amiga, pero por su<br />
rostro pasaban sombras <strong>de</strong> cólera contenida, y su boca se contraía<br />
nerviosamente. Ella lo veía <strong>de</strong> soslayo, entre sus gran<strong>de</strong>s y<br />
negras pestañas, comprendiendo todo lo que pasaba en su<br />
interior, pero con la curiosidad <strong>de</strong> ver si él se atrevería a<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
protestar. <strong>La</strong> tar<strong>de</strong> había sido un martirio para él, y se sentía,<br />
fatigado, extenuado <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>sahogarse con alguien.<br />
Al regresar, <strong>de</strong>tuviéronse en el Pavillon Chinois, que está a la<br />
salida <strong>de</strong>l Bosque <strong>de</strong> Boloña, como con los brazos abiertos para<br />
impedir a los paseantes entrar en él, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> comienzan<br />
como misteriosas Vías sagradas las dos más bellas Avenidas que<br />
jamás pudo soñar el ingenio humano. Ocho filas <strong>de</strong> carruajes<br />
bajan y suben cómodamente entre árboles y jardines, entre<br />
hoteles y palacios suntuosos, hasta llegar a la Plaza <strong>de</strong> la<br />
Concordia, en don<strong>de</strong> el Obelisco pulcro y primoroso, colocado<br />
allí con verda<strong>de</strong>ra coquetería femenil, presi<strong>de</strong> el <strong>de</strong>rrame<br />
incesante <strong>de</strong> los vehículos que se dirigen hacia el París bullicioso<br />
y alegre en don<strong>de</strong> laten las arterias vitales <strong>de</strong> la ciudad, o por<br />
<strong>de</strong>trás, hacia el inmenso Jardín <strong>de</strong> las Tullerías, o hacia los lados,<br />
para salir por la Magdalena o por la Cámara <strong>de</strong> Diputados, que se<br />
contemplan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos como dos cíclopes <strong>de</strong> piedras, llevando<br />
en la frente como aquellos <strong>de</strong> que nos habla la fábula, el templo,<br />
el ojo ciego <strong>de</strong> la fe, el palacio, el ojo luminoso <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos<br />
<strong>de</strong>l pueblo.<br />
En el Pavillon Chinois, como todos los días, había música. Los<br />
tziganos, <strong>de</strong> casacas rojas con franjas <strong>de</strong> plata, tocaban en sus<br />
violines danzas húngaras y rapsodias <strong>de</strong>sconocidas que invitaban<br />
a estar tristes, pero la concurrencia, distraída con el movimiento<br />
y la vista <strong>de</strong>l exterior, ni siquiera hacía atención al roce<br />
melancólico <strong>de</strong> los arcos sobre las cuerdas. Eduardo, sin<br />
embargo, meditó en cosas tristes, y el final <strong>de</strong> esa tar<strong>de</strong> fue cruel<br />
para su espíritu. «¿Cómo es posible?... Yo, rico y joven, ro<strong>de</strong>ado<br />
<strong>de</strong> comodida<strong>de</strong>s, no soy feliz. Es tal vez el amor que me hace<br />
<strong>de</strong>sgraciado o es el abuso <strong>de</strong> amar quo me ha hecho inconforme.<br />
Si esta mujer fuese buena y amable, ya la habría olvidado, como