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Boletin A.U.L.I. Nº 44-45 - Trapolandia

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XVIII<br />

las artes en su más extensa plenitud. Lo que el<br />

poder no advirtió es que esas artes destruidas<br />

igual emergieron como el Ave Fénix desde<br />

las cenizas y se juntaron con lo que traían los<br />

esclavos desnudos en sus recuerdos, sus cantos<br />

y sus danzas; se juntaron con lo que también<br />

traían los propios conquistadores, mezclado<br />

entre sus avaricias, creaciones de cantos, músicas<br />

y poesías nacidos de la alquimia de las<br />

palabras de idiomas bellísimos y así, como una<br />

trenza, se fue construyendo este calidoscopio<br />

de múltiple sonoridad que es nuestra cultura<br />

latinoamericana.<br />

Aquellas manifestaciones teatrales signadas<br />

por lo místico, lo religioso y lo espiritual,<br />

permanecen hasta nuestros días y se pueden ver<br />

por detrás de los lenguajes conquistadores y entre<br />

la cosmogonía imperial que muchas veces<br />

intenta tapar la esencia de la visión del universo<br />

que tenían nuestros pueblos autóctonos.<br />

Dice César Valencia Solanilla, profesor de<br />

literatura de la Universidad Tecnológica de<br />

Pereira, Colombia: “Conforme lo relataron de<br />

manera unánime los cronistas, las culturas más<br />

desarrolladas de los aztecas, mayas e incas,<br />

expresaban en sus fastuosas y complicadas<br />

ceremonias a los dioses, a los gobernantes<br />

y a los héroes legendarios, unas visiones del<br />

mundo y del hombre en donde se fusionaban<br />

el mito y la historia, el mundo real y el de los<br />

sueños, la cotidianidad y la fantasía.”<br />

A esto hay que agregarle que esas manifestaciones<br />

ceremoniales siempre iban acompañadas<br />

de música, bailes, coreografías, dándole<br />

a las creaciones poéticas, épicas y dramáticas,<br />

un entorno tal que demuestra que la palabra<br />

artística y ceremonial requería del auxilio de<br />

otras artes, de instrumentos y de movimientos,<br />

de pantomima o representación de personajes<br />

que se estaban venerando. La poesía dramática<br />

tenía todo un guión para su escenificación que,<br />

sin duda, la ubican en propuestas teatrales más<br />

o menos complejas. Esas actuaciones, literal-<br />

mente hablando, se realizaban a los dioses, a la<br />

naturaleza dominada por ellos, a la guerra, a los<br />

valientes guerreros, a la belleza, hilvanando así<br />

las tradiciones, la liturgia y la vida social que<br />

aportaban significativamente a la memoria. A<br />

diferencia del universo religioso conquistador,<br />

donde Dios se convierte en hombre, en los pueblos<br />

precolombinos es el hombre el que busca<br />

alcanzar la inspiración, la espiritualidad politeísta<br />

en la esencia de su mundo circundante<br />

y esto también es parte de las manifestaciones<br />

teatrales de los pueblos originales.<br />

El teatro, en resumen, no fue una interpretación<br />

de la realidad, sino un camino para<br />

alcanzar lo mágico, lo sagrado, procurando<br />

transformar esa realidad en comunicación<br />

con los dioses para hacer llover o para obtener<br />

cosecha abundante o para rendir pleitesía.<br />

Así pues, los Poemas Mexicanos de la cultura<br />

náhuatl, o la epopeya de Ollantay en la cultura<br />

quechua o el Baile de los Gigantes basada<br />

en el Popol Vuh maya-quiché, son muestras<br />

muy precisas de teatro precolombino, más<br />

allá de que las hayamos recibido con fuertes<br />

ingredientes cristianos. A esto hay que sumarle<br />

muchísimas interpretaciones dedicadas a la<br />

tierra, al maíz, a la lluvia, siempre con fuerza<br />

religiosa y combinando todas las artes en torno<br />

a la dramatización, sin olvidarnos de El Varón<br />

o guerrero de Rabinal, pasaje trágico sobre la<br />

guerra y la relación entre él, el varón de Queché<br />

y el jefe Cinco-Lluvias.<br />

Es que el teatro ha sido siempre eso, la<br />

asamblea de las artes, donde converge la<br />

música, la plástica, la danza, la escultura, la<br />

poesía.<br />

Uno de los ejemplos más claros del teatro<br />

revolucionario, trasgresor y de carácter liberador,<br />

fue el drama de Ollantay que después<br />

de la rebelión de Tupac Amarú en 1781, las<br />

autoridades conquistadoras prohibieron su<br />

representación con durísimas penas, incluso,<br />

a quienes concurrieran a verla.

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