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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

ferrocarril y provisto de dinero por la reina de Italia, se, convirtió en un dictador, en<br />

un Faraón con látigo. Ciento doce personas, entre ferroviarios y sus familias, pasaron<br />

a ser animales experimentales a las órdenes de Battista Grassi, y tuvieron que cumplir<br />

con lo que éste les ordenó: permanecer dentro de sus casas a la hora del crepúsculo,<br />

hermoso, pero peligroso. Indiferente a la muerte, especialmente a una muerte<br />

invisible, como lo son todos los seres humanos que disfrutan de buena salud, aquellos<br />

ciento doce Italianos tenían que tomar precauciones para no ser acribillados por los<br />

mosquitos. Grassi pasaba muy malos ratos con la gente, se vio obligado a<br />

reprenderlos, y para conseguir que permanecieran al abrigo de la tela metálica tuvo<br />

que recurrir a gratificarlos. El mismo les dio el ejemplo, yendo a dormir a Albanella, el<br />

peor de todos los sitios, dos noches por semana, al abrigo de la tela metálica. Los<br />

zanzarones zumbaban a millares en torno a las estaciones protegidas con tela<br />

metálica. Sobre las estaciones vecinas no protegidas con tela metálica, y en las que<br />

vivían cuatrocientos quince desgraciados, se precipitaban los zanzarones en busca de<br />

su presa, y casi todos aquellos cuatrocientos quince seres, hombres, mujeres y niños,<br />

cayeron enfermos de paludismo.<br />

Y a todo esto ¿qué era de los ciento doce prisioneros nocturnos tras las telas<br />

metálicas? Pues se calaron los días de lluvia, respiraron aquel aire que durante mil<br />

años había sido considerado por los hombres más doctos como la causa del<br />

paludismo; se quedaban dormidos al oscurecer, hicieron toda clase de cosas<br />

reputadas como peligrosas por los médicos eminentes; pero por las noches durmieron<br />

al abrigo de las telas metálica, y en todo el verano sólo cinco de ellos tuvieron el<br />

paludismo. Fueron casos benignos: tal vez recaídas, como decía Grassi.<br />

—En la estación de Albanella, tan temida, de la que han salido durante años<br />

enteros tantos ataúdes, se puede vivir saludablemente como en el sitio más sano de<br />

Italia —pregonó Grassi.<br />

Tal fue la lucha sostenida por Ronald Ross y Battista Grassi contra los asesinos de<br />

los glóbulos rojos de la sangre, zapadores de la vida vigorosa, destructores de<br />

hombres, principal azote de los países meridionales: contra el microbio del paludismo.<br />

En esta lucha hubo incidentes secundarios, algunos largos de contar, otros muy<br />

dolorosos; buenos unos, malos otros.<br />

En Italia, la India y América hay ahora campos fértiles y niños robustos, donde<br />

antes el zumbido del Anopheles significaba sangre anémica y dientes castañeteantes,<br />

tierras desoladas y la muerte.<br />

Ahí está el canal de Panamá...<br />

Ahí está Ronald Ross, a quien fue otorgado el Premio Nobel de 7.880 libras<br />

esterlinas, por haber descubierto el mecanismo de la transmisión del paludismo a los<br />

pájaros por los mosquitos grises.<br />

Ahí está Battista Grassi, que no obtuvo Premio Nobel y que ahora está casi<br />

olvidado, excepto en Italia, en donde le aclamaron y le hicieron senador.<br />

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