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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
con tanta precisión como si se tratará de un experimento de física. ¿Comprende<br />
usted? He descubierto la forma en que el veneno mata a mis ratones: les coagula la<br />
sangre en las arterias. Esta es la sencilla explicación...<br />
Y Pablo Ehrlich blandía los tubos llenos de coágulos color ladrillo, de sangre de<br />
ratón, para probarle a su ilustre jefe que la cantidad de veneno necesaria para<br />
coagular aquella sangre es exactamente la requerida para matar al ratón de donde<br />
procedía la sangre. Pablo Ehrlich lanzaba torrentes de cifras y de experimentos sobre<br />
Roberto Koch...<br />
—Un momento, querido Ehrlich. No puedo seguirlo; ¡por favor, explíquese con<br />
más claridad!<br />
—Perfectamente, señor doctor. Inmediatamente— y sin parar de hablar tomaba<br />
un trozo de tiza, y arrodillado en el suelo garabateaba sobre el piso del laboratorio<br />
enormes diagramas de sus ideas. ¿Ahora lo ve usted? ¿Esta claro?<br />
A Pablo Ehrlich le faltaba decoro; hasta en sus actitudes, pues hacia dibujos en<br />
cualquier sitio: en los puños de las camisas o en las suelas de los zapatos; en la<br />
pechera de su propia camisa— desgraciadamente para su mujer—, y hasta en las<br />
pecheras de las camisas de sus colegas si se descuidaban, sin más sentido de la<br />
corrección que el que adorna a un niño molesto. Tampoco podría decirse que Pablo<br />
Ehrlich tuviera decoro en sus propósitos, porque las veinticuatro horas del día se las<br />
pasaba dando vueltas a los más desaforados pensamientos sobre el porqué de la<br />
inmunidad o la medida de la inmunidad o de cómo transformar un colorante en bala<br />
mágica. A su paso iba dejando un rastro de dibujos fantásticos, con los que<br />
representaba sus ideas. No obstante, era un hombre muy preciso en sus<br />
experimentos, y también el crítico más severo de las costumbres desordenadas de los<br />
cazadores de microbios que buscan la verdad combinado un poco de esto con un poco<br />
de aquello; en el laboratorio de Robert Koch, asesinaba cincuenta ratones— donde<br />
antes se habrían contentado con uno—, y todo esto con intención de descubrir las<br />
sencillas leyes, expresadas en fórmulas, que presentía se ocultaban tras el enigma de<br />
la inmunidad, de la vida y de la muerte.<br />
Aunque su precisión no le sirvió para resolver estos problemas, en cambio lo<br />
ayudó para fabricar, finalmente, su bala mágica.<br />
III<br />
Era tan grande su jovialidad y su modestia que siempre estaba riéndose de sus<br />
propias ridiculeces; ganaba amigos con facilidad, y como era hombre astuto<br />
procuraba que alguno de ellos fueran personas influyentes. En 1890 lo vemos ya al<br />
frente de su propio laboratorio: el «Instituto prusiano para pruebas de suero», situado<br />
en Steglitz, cerca de Berlín, que consistía en dos pequeñas habitaciones: una que<br />
había sido panadería y establo la otra.<br />
—La falta de precisión nos hace fracasar— exclamaba Ehrlich recordando como se<br />
había inventado la burbuja de las vacunas de Pasteur, y cómo se desinfló el globo de<br />
los sueros de Behring—. El comportamiento de los venenos, de las vacunas y de las<br />
antitoxinas deben regirse por leyes matemáticas— insistía.<br />
Y este hombre, de imaginación tan fecunda, se paseaba por su reducido<br />
laboratorio fumando, explicando, recomendando y midiendo con la mayor precisión<br />
que podía, gotas de veneno, caldos y tubos calibrados de sueros curativos.<br />
¿Leyes? Si hacía un experimento que resultaba bien solía decir: «Vea usted, ésta<br />
es la razón». Y dibujaba un esquema estrambótico de cómo debía ser una toxina y<br />
cómo estaba formada la estructura química de la célula; pero a medida que<br />
continuaba su trabajo y marchaban al sacrificio regimientos de conejillos de Indias,<br />
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