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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
Casi un año había perdido: pero ¿quién podía culpar a los enemigos naturales de<br />
Bruce, de alto mando, de impedirle se dedicase a la investigación? Le miraban y<br />
temblaban interiormente ante su corpulencia, sus bigotes y su aire fanfarrón. ¡Aquel<br />
individuo había nacido para ser soldado! Pero. Hely-Hutchinson volvió a interesarse<br />
por Bruce, y en septiembre de 1895 éste y su mujer volvieron a tomar el camino de<br />
Ubombo para intentar despejar la incógnita de cómo la nagana pasa de un animal<br />
enfermo a otro sano.<br />
Algunos europeos experimentados le dijeron:<br />
—Las moscas tsetsé son la causa de la nagana. Las moscas pican a los animales<br />
domésticos y les inyectan alguna especie de veneno.<br />
Los sabios jefes zulúes y los brujos de las tribus decían, en cambio:<br />
—La nagana procede de la caza mayor. Los excrementos de los búfalos y<br />
antílopes contaminan la hierba y los abrevaderos, siendo la causa de que la nagana<br />
ataque a los caballos y al ganado vacuno.<br />
—Entonces, ¿por qué no conseguimos jamás atravesar con los caballos salvos la<br />
región de las moscas? ¿Por qué llaman enfermedad de la mosca a la nagana? —<br />
preguntaban los europeos.<br />
Los animales pueden atravesar a salvo las zonas de la mosca, con tal de no<br />
dejarles comer ni beber— contestaban los zulúes.<br />
Bruce escuchaba a unos y a otros, y procedió a poner a prueba ambas opiniones.<br />
Eligió unos cuantos caballos, a los que ató al morro unos sacos de lona, para impedir<br />
que comieran o bebieran, y los hizo bajar de la colina a aquellos bosques de mimosas,<br />
infiernos encubiertos y acogedores, en donde los tenía varias horas al día. Mientras<br />
vigilaba para que no se quitasen los sacos, enjambres de moscas tsetsé, pardas y<br />
doradas, caían sobre los caballos, hostigándolos, y veinte segundos después se<br />
elevaban convertidas en globos de sangre. El mundo parecía hecho de moscas tsetsé;<br />
Bruce no cesaba de agitar los brazos para librarse de ellas.<br />
Pasados unos quince días, y con gran satisfacción de Bruce y su mujer, uno de los<br />
caballos, empezó a presentar mal aspecto y a tener la cabeza colgante; en la sangre<br />
de aquel caballo apareció la vanguardia del microscópico ejército de diablos con aleta,<br />
que atacaban tan inteligentemente a los glóbulos rojos de la sangre, y lo mismo<br />
sucedió con todos los caballos que habían bajado a los bosques de mimosas, sin que<br />
ninguno de ellos hubiera comido ni una sola brizna de hierba o bebido agua: todos<br />
murieron de nagana.<br />
—Hay manera de comprobarlo: en lugar de bajar los —caballos, voy a subir<br />
moscas.<br />
Compró más caballos sanos, los mantuvo en la colina, sitio seguro, a cientos de<br />
metros sobre la planicie peligrosa, y volvió a descender de su altura para dedicarse a<br />
la captura de moscas, dando pruebas de su afición a la caza y llevando como reclamo<br />
un caballo, sobre el cual se posaron tsetsé, que Bruce y los zulúes recogieron<br />
cuidadosamente a centenares, metiéndolas en una jaula, volviendo a subir a la colina<br />
para colocar la jaula llena de moscas zumbadoras sobre el lomo del caballo sano. A<br />
través de un cristal colocado en uno de los costados de la jaula, observó cómo las<br />
moscas clavaban vorazmente sus trompas en el caballo, y en menos de un mes, todos<br />
los caballos sometidos a este tratamiento, y que no habían comido ni bebido en la<br />
llanura, ni siquiera respirado el aire, murieron de nagana.<br />
Mr. Bruce esterilizó hebras de seda, que empapaba en sangre plagada de<br />
tripanosomas, y que cosía después abajo la piel de perros sanos, para saber cuánto<br />
tiempo conservaba aquella sangre sus mortíferas cualidades, Bruce no dudaba ya que<br />
fueran las moscas tsetsé, y sólo ellas, las portadoras de la nagana, y entonces se<br />
preguntó:<br />
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