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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

querían morir, lo mismo que todos nosotros queremos dormir al término de un día de<br />

duro trabajo.<br />

Un hombre de ciencia escandinavo, Edgren, había estudiado detenidamente el<br />

endurecimiento de las arterias, causa de la vejez, según él, y entre los motivos del<br />

endurecimiento de las arterias mencionaba el alcohol, la sífilis y otras enfermedades,<br />

Metchnikoff decidió estudiar el enigma del endurecimiento de las arterias. Corría el<br />

año de 1903 y acababa de recibir un premio de cinco mil francos, y Roux, que siempre<br />

había estado de parte del loco Metchnikoff, aunque era tan distinto de éste y un<br />

investigador de cuerpo entero, había obtenido el gran premio Osiris, de cien mil<br />

francos. Jamás se han visto dos hombres tan dispares en la manera de hacer ciencia,<br />

pero tan iguales en el poco apego que tenían al dinero, y juntos acordaron emplear<br />

todos esos francos, más treinta mil que Metchnikoff había sonsacado a algunos ricos<br />

rusos, en estudiar la plaga venérea, intentando contagiarla a moños, tratando de<br />

descubrir el hasta entonces virus misterioso, prevenirla y curarla, si era posible: pero,<br />

sobre todo, lo que Metchnikoff quería era estudiar como la sífilis endurece las arterias.<br />

Con aquel dinero compraron monos; los gobernadores franceses del Congo tuvieron<br />

que enviar negros a dar una batida por las selvas en busca de esos animales, y poco<br />

después unas grandes salas del Instituto Pasteur resonaban con el babel de chillidos<br />

de chimpancés y orangutanes.<br />

Roux y Metchnikoff hicieron casi en seguida un importante hallazgo; sus<br />

experimentos eran ingeniosos y tenían una cierta seriedad y precisión extrañamente<br />

antimechnikoffiana.<br />

El laboratorio empezó a ser frecuentado por hombres desgraciados,<br />

recientemente contaminados de sífilis, con uno de estos inocularon a un mono, primer<br />

experimento que fue un éxito, pues el chimpancé adquirió la enfermedad. De ahí en<br />

adelante, y durante más de cuatro años, siguieron trabajando, transmitiendo la<br />

enfermedad de un mono a otro, buscando el oculto microbio sin lograr encontrarle,<br />

viendo la manera de atenuar el virus, como había hecho Pasteur con el germen<br />

desconocido de la rabia, con el fin de descubrir una vacuna preventiva.<br />

Con Roux al lado, siempre meticuloso e insistiendo en experimentos bien<br />

comprobados, después de tanto teorizar acerca de la inmunidad, realizó uno de los<br />

ensayos más profundamente prácticos de toda la microbiología: inventó el ungüento<br />

gris a base de calomelanos, que en la actualidad está extirpando la sífilis de los<br />

ejércitos del mundo entero. Eligió dos monos, los inoculó con virus sifilítico recién<br />

extraído de un hombre, y una hora más tarde frotó con ungüento gris las<br />

escarificaciones hechas a uno de los monos, pudiendo comprobar que en el mono no<br />

tratado aparecieron todos los horribles síntomas de la enfermedad, mientras que no<br />

llegaron a aparecer en el mono tratado con ungüento. Después de esto, Metchnikoff<br />

convenció a un joven estudiante de Medicina, Maisonneuve de nombre, para que se<br />

prestase voluntariamente a ser inoculado de sífilis procedente de un enfermo. Ante la<br />

Comisión de los médicos franceses más ¡lustres, se presentó el valiente Maisonneuve<br />

para recibir seis largas incisiones, en las que fue depositado el peligroso virus;<br />

inoculación más grave que la que cualquier persona pudiera recibir naturalmente, y<br />

cuyos resultados podían haberle convertido en un despojo humano o haberle enviado,<br />

loco, a la muerte. Una hora estuvo aguardando Maisonneuve, pasada la cual,<br />

Metchnikoff plenamente confiado, le frotó las heridas con un ungüento gris, sin hacer<br />

la misma operación con las incisiones que, al mismo tiempo que al estudiante, había<br />

hecho a un chimpancé y a otro mono. El resultado fue soberbio, porque Maisonneuve<br />

no presentó el menor signo de ulcera maligna, mientras que, treinta días más tarde,<br />

la enfermedad hizo su aparición en los simios: no cabía duda acerca de la excelencia<br />

del remedio.<br />

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