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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
Pasteur ideó más tarde un experimento que, a juzgar por la cuidadosa<br />
investigación hecha en los documentos de aquel tiempo, fue suyo exclusivamente; un<br />
gran experimento semipúblico, que implicaba tener que atravesar Francia en tren, un<br />
ensayo que le obligó a deslizarse por los glaciares.<br />
Mientras hervía el caldo estiraron los cuellos de los matraces a la llama azul del<br />
soplete de gas, hasta que quedaron cerrados. Cada uno de aquellos matraces, que<br />
formaban un regimiento, contenía caldo y... el vacío.<br />
Pertrechado de docenas de estos matraces, que eran objeto de constante<br />
preocupación, dio comienzo Pasteur a sus expediciones. Bajó a las húmedas cuevas<br />
del Observatorio de París, aquel famoso Observatorio donde trabajada el gran Le<br />
Verrir, que había llevado a cabo la soberbia hazaña de profetizar la existencia del<br />
planeta Neptuno.<br />
—La atmósfera es tan tranquila, tan apacible en este lugar —dijo Pasteur a sus<br />
ayudantes—, que apenas si habrá polvo y ningún microbio.<br />
Y a continuación, manteniendo los matraces a ¿ cierta distancia del cuerpo y<br />
empleando pinzas previamente calentadas al rojo, fueron rompiendo los cuellos a diez<br />
matraces, y a medida que iban realizando esta operación se escuchaba el silbido del<br />
aire que en ellos penetraba. Seguidamente volvieron a cerrar los matraces a la llama<br />
vacilante de una lamparilla de alcohol. La misma faena tuvo lugar en el patio del<br />
Observatorio con otros diez matraces, y después se apresuraron a regresar al<br />
laboratorio para gatear bajo la escalera y colocarlos en la estufa de cultivo.<br />
—De los diez matraces que abrimos en las cuevas del Observatorio, hay nueve<br />
perfectamente transparentes, sin un solo microbio. Todos los que abrimos en el patio<br />
están turbios, llenos de colonias de seres vivos. Es el aire el vehículo que los lleva<br />
hasta el caldo de cultivo; entran con el polvo del aire.<br />
Recogió los matraces restantes y tomó el tren: era la época de las vacaciones de<br />
verano, cuando descansaban los demás profesores. Fue a su casa natal, en las<br />
montañas del Jura, y trepó al monde Popet, en donde abrió veinte matraces—,<br />
después a Suiza, y arrostrando peligros, dejó penetrar, silbando, el aire en otros<br />
veinte matraces, en las faldas del Mont Blanc, y encontró, como esperaba, que<br />
cuando más se elevaba, menor era el número de matraces enturbiados por las<br />
colonias de microbios.<br />
—La cosa está resultando como debe ser— exclamó, cuanto mayor es la altura y<br />
más puro el aire, hay menos polvo y menor número, por tanto, de microbios<br />
adheridos a las partículas de éste.<br />
Regresó a París entusiasmado, y comunicó a la Academia, aportando pruebas que<br />
asombraría a cualquiera, que estaba totalmente convencido de que el aire por sí solo<br />
no podía hacer nacer seres vivos en el caldo de cultivo.<br />
—Aquí hay gérmenes, al lado mismo no hay ninguno, un poco más allá hay otros<br />
diferentes, y donde el aire está en perfecta calma no hay ninguno— exclamaba.<br />
A continuación empezó a montar la escena para una posible y magnífica proeza.<br />
—Me gustaría haber podido subir en globo, para haber abierto las matraces a<br />
mayor altura aún.<br />
V<br />
Volvió a emprender la tarea de demostrar a Francia entera cómo la ciencia podía<br />
ahorrar dinero a la industria. Embaló unos cuantos aparatos de vidrio y, acompañado<br />
de un ayudante, Duclaux, joven vehemente, marchó precipitadamente a su casa<br />
natal, a Arbois, para salvar la industria vinícola, que estaba en peligro. Instaló su<br />
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