C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s P a u l d e K r u i f 34
C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s P a u l d e K r u i f CAPITULO IV ROBERTO KOCH EL PALADÍN CONTRA LA MUERTE I En los asombrosos y sensacionales años que transcurrieron entre 1860 y 1870, en tanto Pasteur se dedicaba a salvar la industria del vinagre, maravillando a reyes y pueblos, mientras diagnosticaba las enfermedades de los gusanos de la seda, un alemán miope, serio y de baja estatura, estudiaba medicina en la Universidad de Gotinga. Se llamaba Roberto Koch. Era buen estudiante, pero soñaba con cacerías de tigres mientras atasajaba cadáveres. Memorizaba a conciencia los nombres de cientos de huesos y músculos, pero el lamento imaginario de las sirenas de los barcos que partían rumbo a Oriente le hacían olvidar aquella jerga de latín y griego. El sueño de Koch era ser explorador, o médico militar para ganar Cruces de Hierro, o por lo menos médico naval para tener la oportunidad de visitar países remotos; pero, después de recibirse, tuvo que hacer su internado en el poco interesante manicomio de Hamburgo. Ocupado en atender a los locos furiosos y a los idiotas incurables, difícilmente podrían llegar a sus oídos los ecos de las profecías de Pasteur sobre la existencia de seres tan terribles como los microbios asesinos. Aún seguía escuchando las sirenas de los vapores cuando al atardecer se paseaba por los muelles con Emma Frantz, a quien le rogó se casara con él, hablándole de lo románticos viajes que habrían de realizar alrededor del mundo. Emma respondió a Roberto que se casaría con él, a condición de que se olvidara de todas aquellas nececedades de una vida aventurera, y se estableciera en Alemania para ejercer su profesión como un buen y útil ciudadano. Koch accedió; el atractivo de cincuenta años de dicha junto a ella, logró hacer que se esfumaran sus sueños de elefantes y países exóticos, y se decidió a practicar la medicina, ejercicio que siempre encontró, monótono, en una serie de pueblos prusianos. Mientras Koch escribía recetas y atravesaba a caballo grandes lodazales, para pasar en vela las noches a la cabecera de las parturientas campesinas prusianas, Líster comenzaba en Escocia a salvarles la vida mediante la asepsia. Los profesores y estudiantes de las facultades de medicina de Europa empezaban a interesarse por las teorías de Pasteur y a discutirlas. Aquí y allá se hacían toscos experimentos, pero Koch se hallaba tan aislado del mundo científico como Leeuwenhoek, doscientos años antes, cuando empezó a tallar lentes en Delft, en Holanda. Parecía que su destino sería el de consolar enfermos y la también encomiable tentativa de salvar la vida de los moribundos, cosa que, naturalmente, no conseguía en la mayoría de los casos, Emma, su mujer, estaba muy satisfecha con su situación, y se sentía orgullosa cuando su marido ganaba veinte pesos en dos días de mucho trabajo. 35