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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
Los moralistas, entre los que se contaban precisamente muchos médicos,<br />
iniciaron una protesta contra estos experimentos de Metchnikoff, diciendo:<br />
—Desaparecerá la penalidad de la inmoralidad si se extiende un medio de<br />
prevención tan fácil y tan perfecto.<br />
A lo que Metchnikoff se limitó a replicar:<br />
—Se me ha hecho la objeción de que es inmoral el intento de impedir la<br />
propagación de esta enfermedad, pero como todos los medios de profilaxis moral ha<br />
podido evitar el enorme incremento de la sífilis y la contaminación de los inocentes, lo<br />
inmoral precisamente es restringir el empleo de cualquier medio de que dispongamos<br />
para combatir esta plaga.<br />
(Nota: Esta polémica cobra actualidad en nuestros días con los sistemas de<br />
prevención contra el SIDA, entre los cuales el más eficaz ha demostrado ser el uso de<br />
preservativos o condones»).<br />
VIII<br />
Metchnikoff, entretanto, seguía soñando y discurriendo que otras cosas podían<br />
contribuir al endurecimiento de las arterias, y de pronto inventó otra causa, y digo<br />
inventar, pues nadie puede asegurar que la descubrió.<br />
—La causa del endurecimiento de las arterias, lo que nos hace envejecer<br />
prematuramente, es seguramente la autointoxicación. el envenenamiento producido<br />
en nuestro intestino grueso por los microbios de la putrefacción— exclamó.<br />
El ideó pruebas químicas, horribles muchas de ellas, para comprobar si el cuerpo<br />
era envenenado por la vía intestinal.<br />
—Viviríamos más tiempo si no tuviéramos intestino grueso. Hay datos de dos<br />
personas a quienes ha sido extirpado el intestino grueso y que continúan viviendo<br />
perfectamente sin él.<br />
Esta nueva teoría suya era tan extraña que movió a risa a las gentes, y dio lugar<br />
a tantas burlas, que Metchnikoff empezó a sentirse otra vez molesto. La gente le<br />
escribía recordándole que los elefantes poseen un intestino grueso enorme, y que a<br />
pesar de ellos viven cien años o más; que la raza humana, no obstante el intestino<br />
grueso de que está dotada, es una de las especies más longevas. Estas pullas<br />
condujeron a Metchnikoff a una dilatada y sucia discusión acerca de por qué la<br />
evolución ha permitido a los animales conservar el intestino grueso, cuando de pronto<br />
halló su gran remedio para la autointoxicación: había pueblos en Bulgaria de los que<br />
se contaba que sus habitantes vivían más de un siglo. Metchnikoff no fue a verlo, pero<br />
lo creyó, y la leyenda añadía que el alimento principal de aquellas gentes era la leche<br />
agria o «yogurt».<br />
Encargó a sus discípulos más jóvenes que estudiasen el microbio que agriaba la<br />
leche, con lo que al poco tiempo el célebre bacilo búlgaro ocupó un puesto<br />
preeminente entre las filas de medicamentos específicos.<br />
—Este bacilo —explicaba Metchnikoff—, al producir ácido láctico, elimina los<br />
bacilos venenosos del intestino.<br />
Y él mismo empezó a beber grandes cantidades de Yogurt, y más tarde, durante<br />
años enteros, se atracó de cultivos de bacilo búlgaro. Escribió copiosos tratados<br />
acerca de esta nueva teoría suya, que un periódico inglés serio calificó de como uno<br />
de los tratados científicos más importantes aparecidos después de «El origen de las<br />
especies» de Darwin. El bacilo búlgaro hizo furor; se fundaron Compañías para<br />
prepararlo, cuyos consejeros se enriquecieron vendiendo el estúpido microbio.<br />
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