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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

mientras que sus congéneres no sometidos a tratamiento habían sucumbido días<br />

antes!<br />

Con ansiedad febril se dedicó a curar con el producto yodado a más conejillos de<br />

Indias, unas veces los mataban los microbios de la difteria, otras veces el remedio;<br />

pero de tarde en tarde sobrevivían uno o dos, y se ponían de pie trabajosamente.<br />

Los conejillos supervivientes desearían probablemente haber muerto, porque el<br />

tricloruro. al mismo tiempo que los curaba, les causaba tremendas quemaduras en la<br />

piel, y los pobres animales chillaban lastimeramente cuando se rozaban aquellas<br />

heridas dolorosas.<br />

El hecho era que seguían vivos unos cuantos conejillos de Indias, que hubieran<br />

muerto de difteria a no ser por el tricloruro de yodo. Con frecuencia pienso en lo<br />

terrible del estímulo que impulsaba a los hombres como Behring a intentar la curación<br />

de enfermedades; no eran investigadores en busca de la verdad, sino más bien<br />

experimentadores frenéticos, curanderos dispuestos a matar de una enfermedad a un<br />

animal o tal vez a un niño, con tal de curarlos de otra; no se detenían ante obstáculo<br />

alguno. Sin más fundamento que unos cuantos conejillos de Indias en mal estado, sin<br />

otra prueba de las virtudes curativas del tricloruro de yodo, Behring procedió a<br />

ensayarlo en niños atacados de difteria.<br />

Su informe decía así: «No considero alentadores los resultados obtenidos con el<br />

tricloruro de yodo en las pruebas realizadas con todo cuidado en niños atacados de<br />

difteria...»<br />

Pero aún le quedaban aquellos conejillos convalecientes, pero curados, y Behring<br />

se agarró a lo poco bueno que sus tanteos asesinos podían proporcionarle. Los dioses<br />

le fueron propicios, reflexionó y, finalmente, se hizo la pregunta siguiente: 'Serán<br />

inmunes para la difteria estos animales curados?, y les inyectó una dosis enorme de<br />

bacilos diftéricos, iy la resistieron!: permanecieron inconmovibles ante los millones de<br />

bacilos, suficientes para matar una docena de animales de talla corriente. ¡Estaban<br />

inmunizados!<br />

Behring había perdido ya, a estas alturas, la confianza en los productos químicos<br />

(no hay más que recordar el número de animales que habían ido a parar al horno<br />

crematorio), pero seguía con su idea fija de que la sangre era la savia más<br />

maravillosa que corría por los seres vivos; reverenciaba a la sangre: en su<br />

imaginación le concedía excelencias no oídas y virtudes extrañas. Por está razón, y<br />

con más o menos molestias para sus decadentes y curados conejillos de Indias, con<br />

una jeringuilla les extrajo un poco de sangre de la carótida, y la dejó reposar en<br />

tubos, hasta que por encima de los glóbulos rojos se separó el suero transparente, de<br />

color pajizo. Con una pipeta diminuta extrajo el suero con todo cuidado, y lo mezcló<br />

con una cierta cantidad de bacilos diftéricos virulentos.<br />

Esperaba ver cómo los microbios se marchitaban, como morían; pero al observar<br />

al microscopio, los vio danzando en masa, los vio multiplicarse, «se multiplicaban<br />

exuberantemente», escribió en sus notas, y con gran sentimiento, por cierto. Pero la<br />

sangre es una substancia maravillosa; de alguna manera debía intervenir en la<br />

inmunidad de los conejillos de Indias.<br />

—Después de todo —murmuró Behring—, ese francés Roux, ha demostrado que lo<br />

que mata no es el microbio de la difteria, sino el veneno que segregan; es el veneno<br />

el que mata animales y niños. Quizá estos mismos conejillos curados con tricloruro de<br />

yodo sean también inmunes para el veneno.<br />

Después, bajo la mirada de Koch, el maestro, y rodeado de la cuadrilla de<br />

maniáticos que contenían la respiración, con la ansiedad del resultado, Behring realizó<br />

su famoso experimento crítico; mezcló toxina diftérica con suero de un conejillo de<br />

Indias no inmunizado, que nunca había padecido difteria o sido curado de ella, y este<br />

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