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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

Los ratones anidaban entre los libros apilados en el viejo sofá de su despacho; y<br />

cuando no estaba tiñendo animales, tanto por dentro como por fuera, se pasaba el<br />

tiempo hojeando aquellos libros; lo más importante de su contenido, se grababa en el<br />

cerebro de Ehrlich, para madurar y transformar en ideas fantásticas que esperaban<br />

ser utilizadas. Sin que a nadie se le haya ocurrido acusarlo de robar ideas ajenas.<br />

Pablo Ehrlich sacaba sus ideas de los libros, y estos pensamientos ajenos se<br />

transformaban al hervir en el cerebro de Ehrlich.<br />

Así, ahora, en 1901, a los ocho años de buscar la bala mágica, leyó un día los<br />

trabajos de Alfonso. Laveran, quien como recordarán, descubrió el microbio del<br />

paludismo y en los últimos tiempos se dedicaba al estudio de los tripanosomas. Había<br />

inyectado a ratones aquellos diablos atetados que tan graves males ocasionaban en<br />

las ancas de los caballos, produciéndoles la enfermedad conocida como mal de<br />

caderas. Laveran observó que los tripanosomas mataban a ciento de cada cien<br />

ratones, y entonces inyectó arsénico a los ratones enfermos, tratamiento que mató<br />

muchos tripanosomas y que los alivió un tanto, sin que realmente se produjera una<br />

notable mejoría. Hasta allí llegaron las investigaciones de Laveran. Los ratones<br />

siguieron muriendo en todos los casos.<br />

Pero esta simple lectura fue suficiente para encandilara Ehrlich.<br />

—Este es un microbio excelente para experimentar. Es grande y por lo tanto<br />

fácilmente visible; se desarrolla perfectamente en los ratones y los mata con perfecta<br />

regularidad. Es infalible. ¿Qué mejor microbio que el tripanosoma para buscar una<br />

bala mágica que cure sus efectos? ¡Sí pudiera encontrar el colorante que salvara<br />

aunque fuera a un solo ratón!<br />

IV<br />

Paul Ehrlich empezó la búsqueda en 1902; dispuso toda su batería de colorantes<br />

vistosos y brillantes, y exclamó: «¡Es—plén—di—do!, al contemplar las estanterías<br />

ocupadas por un maravilloso mosaico de frascos diversamente coloreados. Se procuró<br />

una buena provisión de ratones blancos y un doctor japonés, llamado Shiga, hombre<br />

serio y trabajador, para que se ocupase de ellos, de cortarles un pedacito de la punta<br />

de la cola y buscar los tripanosomas en la gota de sangre así obtenida, de cortar otro<br />

pedacito de las mismas colas e inyectar a otro ratón la gota de sangre que brotaba;<br />

en fin, para llevar a cabo una labor que requería toda la paciencia y el laborismo de<br />

un japonés. Los malvados tripanosomas del mal de caderas, que llegaron al<br />

laboratorio en un conejillo de Indias procedente del instituto Pasteur, de París, fueron<br />

inyectados en el primer ratón y empezó la labor experimental.<br />

Ensayaron cerca de quinientos colorantes. ¡Qué cazador tan poco científico era<br />

Paul Ehrlich!<br />

Estaba Ehrlich ensayando el efecto que producían en los ratones los vistosos y<br />

complicados colorantes derivados de la benzopurpina, y los animales seguían<br />

muriendo del mal de caderas con una regularidad desesperante.<br />

Shiga inyectó tripanosomas de las caderas a dos ratones blancos, pasó un día y<br />

otro; los párpados de los ratones empezaron a pegarse con el mucílago de su destino,<br />

se les erizó el pelo con el miedo de su destrucción: un día más y todo habría<br />

terminado para aquellos ratónenlos. Pero entonces les inyectó Shiga un poco de aquel<br />

colorante modificado: Ehrlich vigila, se pasea, masculla palabras, gesticula y se tira de<br />

los puños de la camisa: a los pocos minutos las orejas de los ratones se ponen<br />

encarnadas y los ojos, casi cerrados, se vuelven más rosados que la de sus hermanos<br />

albinos.<br />

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