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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
Fue a ver al general Wood, para darle cuenta de los sensacionales<br />
acontecimientos que habían tenido lugar; Wood le dio permiso para obrar como<br />
quisiese y, además, dinero para construir un campamento con siete tiendas y dos<br />
barracas, sin olvidar un mástil para la bandera: pero lo mejor de todo es que le dio<br />
dinero para comprar hombres, que serían espléndidamente pagados por correr el<br />
riesgo, de uno contra cinco, de no tener jamás oportunidad de poder gastar ese<br />
dinero. Walter Reed contestó:<br />
—Gracias, mi general.<br />
Y a 11 kilómetros de Quemados se levantó siete tiendas y un mástil, en el que izó<br />
la bandera norteamericana, bautizando el sitio con el nombre de Campamento Lazear.<br />
Hizo venir carpinteros para que construyeran dos barracas en el campamento<br />
Lazear. La barraca número 1 era la más desagradable: medía cuatro metros por seis y<br />
tenía dos puertas ingeniosamente dispuestas, una detrás de la otra, para que los<br />
mosquitos no pudieran penetrar, tenía, además, dos ventanas mirando a mediodía y<br />
en la misma fachada que la puerta, para que no hubiera corrientes de aire. En el<br />
interior fue instalada una estufa para conservar la temperatura por encima de los<br />
treinta y dos grados, y colocaron, además, bartreños con agua para aumentar la<br />
atmósfera tan cargada como la de la cala de los barcos en los trópicos. Vemos, pues,<br />
que era una barraca inhabitable aun en las mejores condiciones; pero, por si era<br />
poco, y para que aquella barraca fuese una maldición completa, el 30 de noviembre<br />
de 1900, varios soldados, sudorosos, llevaron unos cuantos cajones sospechosos,<br />
perfectamente clavados, que procedían de las salas de enfermos de fiebre amarilla del<br />
hospital de Las Animas.<br />
Aquella misma noche del 30 de noviembre, Walter Reed y James Carroll fueron<br />
testigos del milagro de bravura que tuvo lugar en la barraca número 1, cuando<br />
entraron en ella un joven norteamericano, el doctor Cooke, y dos soldados de la<br />
misma nacionalidad, Folk y Jernegan, cuyos monumentos echo de menos.<br />
Estos tres hombres abrieron dentro de la barraca las cajas sospechosas, en una<br />
atmósfera demasiado cargada ya para ser respirable; hubo maldiciones y tapado de<br />
narices, pero siguieron abriendo cajones, de los cuales fueron extrayendo Folk y<br />
Jernegan almohadas manchadas de vómito negro de hombres muertos a consecuencia<br />
de la fiebre amarilla, sábanas y mantas ensuciadas por las deyecciones de hombres<br />
moribundos que no se podían contener; ahuecaron las almohadas y sacudieron las<br />
sábanas y mantas.<br />
Después de esta operación, Cooke, Folk y Jernegan hicieron sus camas de<br />
campaña con aquellas almohadas, sábanas y mantas, se desnudaron y se acostaron<br />
entre las ropas asquerosas, tratando de conciliar el sueño en aquella barraca, más<br />
pestilente que la mazmorra más hedionda de los tiempos medievales.<br />
Walter Reed y James Carroll vigilaron con todo cuidado la barraca para que no<br />
penetrase un solo mosquito, y Folk, Cooke y Jernegan recibieron la mejor<br />
alimentación posible...<br />
Noche tras noche permanecieron los tres en la barraca, pensando quizá en el<br />
destino que habrían sufrido las almas de sus predecesores en el uso de aquellas ropas<br />
de cama; pensando si habría algo más que los mosquitos capaz de propagar la fiebre<br />
amarilla, aunque no fuera cosa demostrada que los culpables fuesen ellos. Después de<br />
esto, procedieron a otros ensayos aun más minuciosos. Recibieron más cajones de<br />
Las Animas, y al abrirlos, Cooke, Folk y Jernegan tuvieron que salir corriendo de la<br />
barraca: tan espantoso era el olor que despedían; pero volvieron a entrar y se<br />
acostaron...<br />
Durante veinte noches seguidas (¿dónde están los monumentos a estos<br />
hombres?) permanecieron allí los tres, y después pasaron a cumplir otra cuarentena<br />
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