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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

moda el hacerlo así. La emoción y la dignidad de profundizar en el estudio de la<br />

Naturaleza empezaron a abrirse paso en los laboratorios retirados de los filósofos;<br />

Voltaire se refugió en las delicias campestres de la Francia rural para dominar los<br />

grandes descubrimientos de Newton y poderlos vulgarizar en su patria; la ciencia llegó<br />

a penetrar hasta en los brillantes salones, satíricos e inmorales, y grandes damas,<br />

como Madame de Pompadour, leía la prohibida Enciclopedia. A los veinticinco años de<br />

edad hizo Spallanzani una traducción de los poetas clásicos y criticó la versión italiana<br />

de Hornero, considerada hasta entonces como una obra maestra; y bajo la dirección<br />

de su prima Laura Bassi, la célebre profesora de Reggio, estudió matemáticas con<br />

gran aprovechamiento. Por esta época se dedicaba ya en serio a tirar piedras sobre el<br />

agua, y escribió un trabajo científico tratando de explicar la mecánica de estas piedras<br />

saltarinas. Se ordenó sacerdote católico y se ayudaba a vivir diciendo misa.<br />

Antes de cumplir los treinta años fue nombrado profesor en la ciudad de Reggio,<br />

donde explicaba sus lecciones ante un auditorio entusiasta que le escuchaba<br />

pasmado; allí fue donde dio comienzo a su labor sobre los animalillos, aquellos seres<br />

nuevos y pequeñísimos descubiertos por Leeuwenhoek, empezando sus experimentos<br />

cuando corrían el peligro de retornar al nebuloso incógnito de que los había sacado el<br />

holandés.<br />

Estos animalillos eran objeto de una controversia extraña, de una lucha enconada,<br />

y, a no ser por esto, habrían seguido siendo durante siglos curiosidades o habrían sido<br />

olvidados. La discusión giraba en torno de esta cuestión: ¿Nacen espontáneamente los<br />

seres vivos, o deben tener padres forzadamente, como todas las cosas vivientes?<br />

En los tiempos de Spallanzani el vulgo se inclinaba por la aparición espontánea de<br />

la vida.<br />

II<br />

Los mismos hombres de ciencias eran partidarios de este modo de ver: el<br />

naturalista inglés Rosso decía enfáticamente: «Poner en duda que los escarabajos y<br />

las avispas son engendrados por el estiércol de vaca, es poner en duda la razón, el<br />

juicio y la experiencia». Incluso los animales tan complicados como los ratones no<br />

necesitaban tener progenitores, y si alguien dudase de esto, no tenía más que ir a<br />

Egipto, en donde encontraría los campos plagados de ratones para gran<br />

desesperación de los habitantes del país.<br />

Spallanzani tenía ideas vehementes acerca de la generación espontánea de la<br />

vida; ante la realidad de los hechos, estimaba absurdo que los animales, aún los<br />

diminutos bichejos de Leeuwenhoek, pudieran provenir de un modo caprichoso, de<br />

cualquier cosa vieja o de cualquier revoltijo sucio. ¡Una ley y un orden debían predecir<br />

su nacimiento; no podían surgir al azar» ¿Pero cómo demostrarlo?<br />

Y una noche, en la soledad de su estudio, tropezó con un librito sencillo e<br />

inocente, que le demostró un nuevo procedimiento de atacar la cuestión del origen de<br />

la vida. El autor del libro no argumentaba con palabras sino con experimentos que, a<br />

los ojos de Spallanzani, demostraba los hechos con toda claridad.<br />

«Redi, el autor de este libro, es un gran hombre —pensó Spallanzani<br />

despojándose del levitón e inclinando su robusto cuello hacia la luz de la bujía—. ¡Con<br />

cuanta facilidad dilucida la cuestión! Toma dos tarros y pone un poco de carne en<br />

cada uno de ellos; deja descubierto el uno y tapa el otro con una gasa. Se pone a<br />

observar y ve cómo las moscas acuden a la carne que hay en el tarro destapado, y<br />

poco después aparecen en él los gusanos y más tarde las moscas. Examina el tarro<br />

tapado con la gasa y no encuentra un solo gusano, ni una sola mosca. ¡Qué sencillo!<br />

No es más que cuestión de la gasa, que impide a las moscas llegar hasta la carne.<br />

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