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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

suero no aminoró en lo más mínimo el poder tóxico del veneno. Inyectó la mezcla a<br />

otros conejillos, y a los tres días estaban fríos: cuando los ponía boca arriba y los<br />

hurgaba con el dedo, no se movían, y pocas horas después exhalaban el último hipo y<br />

pasaban a mejor vida.<br />

—Lo único que destruye el veneno de la difteria es el suero de los animales<br />

inmunizados o de los que han tenido difteria y se han curado. ¡Sólo ese suero es el<br />

que neutraliza la toxina diftérica— exclamó Behring.<br />

Como un general victorioso arrastrado por el impulso del primer momento de un<br />

éxito sangriento, empezó a inyectar bacilos diftéricos, toxina diftérica y tricloruro de<br />

yodo a conejos, ovejas y perros, con el propósito de convertir aquellos cuerpos vivos<br />

en fábricas de suero curativo, de suero destructor de toxina, de «antitoxina», que tal<br />

fue el nombre con que lo bautizó. Y tuvo éxito después de todos aquellos holocaustos,<br />

mutilaciones y equivocaciones que fueron siempre el preludio indispensable de sus<br />

triunfos. En un plazo corto, disponía ya de ovejas perfectamente inmunizadas, de las<br />

que extrajo grandes cantidades de sangre.<br />

Con todo cuidado inyectó dosis mortales de bacilos diftéricos a un lote de<br />

conejillos de Indias, que al día siguiente estaban ya enfermos y al segundo día<br />

respiraban con dificultad, quedando tumbados, poseídos de una pereza fatal:<br />

entonces Behring separó la mitad del lote de animales moribundos y les inyectó una<br />

buena dosis de antitoxina procedente de ovejas inmunizadas. El efecto fue milagroso;<br />

poco después, casi todos los animalitos (pero no todos) empezaron a respirar con más<br />

facilidad, y a las veinticuatro horas, al ser puestos boca arriba, se levantaban con<br />

presteza y quedaban de pie. Al cuarto día estaban tan buenos como nunca, mientras<br />

que los de la otra mitad del lote no tratados, eran llevados al horno crematorio, fríos y<br />

muertos. ¡El suero curaba!<br />

El viejo laboratorio de Triangel era todo júbilo, con motivo de este final triunfante<br />

de la azarosa odisea de Behring; todo el mundo alimentaba las mayores esperanzas,<br />

seguros ya de que podía salvarse a los niños. Entretanto, Behring preparaba su suero<br />

para llevar a cabo el primer ensayo decisivo en algún niño a punto de morir de<br />

difteria, escribió su informe clásico explicando cómo era capaz de curar animales<br />

condenados a muerte segura, inyectándoles una substancia nueva, increíble,<br />

fabricada en sus propios cuerpos por sus congéneres, a riesgo de morir ellos mismos.<br />

«Carecemos de una receta segura para hacer inmunes a los animales —escribió<br />

Behring—. Los experimentos que aquí cito no se refieren tan sólo a mis éxitos». Y<br />

tanto que no, porque Behring daba cuenta de todos los errores cometidos, de todos<br />

los fiascos, a la par que de los golpes afortunados que le condujeron a su sanguinaria<br />

victoria. ¿Cómo pudo llegar este investigador poeta a descubrir la toxina antidiftérica?<br />

Para intentar explicárnoslo, pensemos también en aquellos hombres primitivos,<br />

anónimos, que inventaron la vela que había de permitir que sus embarcaciones<br />

surcasen velozmente las aguas; también debieron hacer muchas intentonas a ciegas.<br />

¿Cuántos de ellos no naufragarían? así es como se hacen los descubrimientos.<br />

Hacia el final del año 1891, había en la clínica Bergmann, de la Ziegeltrasse, de<br />

Berlín, muchos niños que morían de difteria—, la noche de Navidad, un niño en estado<br />

desesperado gritaba y pataleaba débilmente al sentir en su tierna piel el pinchazo de<br />

la primera inyección de toxina antidiftérica. Los resultados parecían milagrosos, unos<br />

cuantos niños murieron; el hijo de un médico famoso de Berlín falleció<br />

misteriosamente, unos cuantos minutos después de la inyección de suero, y con este<br />

motivo hubo un gran revuelo: pero, no obstante, las grandes fábricas alemanas se<br />

encargaron después de preparar antitoxina, empleando rebaños de ovejas. A los tres<br />

años, habían sido inyectados veinte mil niños, que fueron otros tantos propagandistas<br />

del procedimiento, y Biggs, el eminente médico de la Sanidad de los Estados Unidos,<br />

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