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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
congestionada. A la mañana siguiente Lazear lo envió al pabellón de los enfermos de<br />
fiebre amarilla en donde permaneció días y días, debatiéndose con la muerte.<br />
Por un momento pensó que su corazón había dejado de latir... Como ven, el<br />
médico auxiliar Carroll pasó malos momentos...<br />
Después decía siempre que aquellos fueron los días más orgullosos de su vida. «<br />
Fui el primer caso de fiebre amarilla producida por la picadura experimental de un<br />
mosquito»—repetía Carroll.<br />
También hay que mencionar a aquel soldado norteamericano llamado por aquellos<br />
investigadores desalmados XY, y cuyo verdadero nombre era William Dean, de Gran<br />
Rapids, Michigan. Mientras James Carroll sentía los primeros dolores de cabeza,<br />
hicieron que cuatro mosquitos picaran a XY; uno, el que casi había matado a Carroll, y<br />
los otros tres, bellezas plateadas que previamente picaron a seis enfermos graves de<br />
fiebre amarilla, cuatro gravísimos y dos que murieron.<br />
Ahora todo iba bien con los experimentos de Quemados: ocho personas fueron<br />
picadas por los mosquitos sin que nada les pasara, es verdad, pero los dos últimos,<br />
James Carroll y XY, que fueron verdaderos conejillos de Indias, contrajeron la fiebre<br />
amarilla— el corazón de Carroll casi cesó de latir—; más ahora se encontraba en vías<br />
de recuperación, y Carroll, entusiasmado, escribía a Walter Reed, esperando con<br />
orgullo la llegada de su jefe para mostrarle las historias clínicas. El único que se<br />
mostraba un poco escéptico era Lazear, pues era un investigador concienzudo, de los<br />
mejores, que exigía todos los requisitos, como todo buen investigador; y pensaba:<br />
—Es una lástima, dado el heroísmo de James Carroll y XY; pero antes de<br />
enfermarse ya estuvieron una o una dos veces en las zonas peligrosas. No fue un<br />
experimento completamente perfecto; no se sabe con seguridad si fueron mis<br />
mosquitos los que les trasmitieron la fiebre.<br />
Lazear era un escéptico, pero las órdenes son órdenes, así que todas las tardes<br />
pasaba por entre las filas de camas del hospital de Las Animas, en aquel pabellón<br />
impregnado de un olor extraño, para poner boca abajo, sobre los brazos de los<br />
enfermos de ojos inyectados, los tubos llenos de mosquitos hembras, dejándolos<br />
hincharse de sangre. El 13 de septiembre fue un día funesto para Jesse Lazear,<br />
porque mientras se ocupaba de la insignificante tarea de alimentar a los mosquitos,<br />
uno de los que volaba por la sala se posó en el dorso de su mano.<br />
¡Bah, no es nada!— pensó—. Imposible que sea precisamente el tipo de mosquito<br />
transmisor— murmuró, y lo dejó hartarse, aunque, fijémonos bien, era un mosquito<br />
que vivía en un lugar donde había varios moribundos de fiebre amarilla.<br />
Esto ocurría el 13 de septiembre.<br />
«En la tarde del 18 de septiembre, el doctor Lazear se queja de malestar, y tiene<br />
escalofríos a las ocho de la noche», dice el parte, médico del hospital de Las Animas.<br />
«19 de septiembre: al mediodía —sigue diciendo el lacónico parte—:temperatura<br />
39°, pulsaciones 112. Ojos inyectados, cara congestionada...<br />
«Seis de la tarde: Temperatura: 39.9°, pulsaciones: 106. Al tercer día aparece la<br />
ictericia. La historia clínica subsiguiente corresponde a un ataque progresivo y fatal de<br />
fiebre amarilla (y al llegar aquí, el parte se humaniza un poco); la muerte de nuestro<br />
lamentado colega acaeció en la tarde del 25 de septiembre.»<br />
IV<br />
Al volver Reed a Cuba fue recibido con entusiasmo por Carroll, y si bien sintió la<br />
muerte de Lazear, se alegró mucho de los otros dos casos afortunados: Carroll y XY.<br />
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