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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

muerte de los enfermos incurables. ¡Curarlos! No con conjeturas, ni estando a su<br />

cabecera, ni poniéndoles las manos encima, ni esperando milagros de la naturaleza,<br />

sino... ¿cómo curarlos? Estos pensamientos hacían de él un mal médico, porque los<br />

médicos han de ser compasivos y no desesperarse a la vista de enfermedades ante<br />

las que se reconocen impotentes. Además, Pablo Ehrlich era un médico desagradable,<br />

porque los sueños le atenazaban el cerebro; su mirada atravesaba la piel de sus<br />

pacientes; sus ojos se convertían en supermicroscopios que sólo veían complicadas<br />

fórmulas químicas en la materia vibrante de células. ¡Claro! Para él, la materia<br />

orgánica era sólo cuestión de ciclos de benzol y cadenas laterales, al igual que las<br />

substancias colorantes, y por ello, Pablo Ehrlich, sin importarle las teorías fisiológicas<br />

modernas, inventó una química biológica propia y anticuada. Así pues, vemos que<br />

Pablo Ehrlich era todo menos un gran médico: como tal, habría sido un fracasado.<br />

¡Pero no murió!<br />

¡Voy a teñir animales vivos! — exclamo —. La composición química de los<br />

animales es igual a la química de mis colorantes: ¡tiñéndolos en vivo descubriré su<br />

constitución!<br />

Tomó azul de metileno, que era su colorante favorito, e inyectó una pequeña<br />

cantidad en la vena auricular de un conejo; vio el color difundirse por la sangre y el<br />

cuerpo del animal, tiñendo misteriosamente de azul únicamente las terminaciones<br />

nerviosas. ¡Qué extraño! Por un momento olvido sus conocimientos fundamentales.<br />

—Tal vez el azul de metileno mate el dolor— murmuró, y de inmediato procedió a<br />

inyectar este producto a sus siguientes enfermos; pero se presentaban dificultades de<br />

naturaleza más o menos cómica que, tal vez, atemorizaban a los pacientes, lo que es<br />

muy comprensible.<br />

Fracasó en su intentó de descubrir un buen anestésico; sin embargo, del extraño<br />

comportamiento del azul de metileno entrando en un solo tejido de entre los<br />

centenares que componen los seres vivos. Pablo Ehrlich sacó la fantástica idea que lo<br />

conduciría a su bala mágica.<br />

—He aquí un colorante —musitaba— que sólo tiñe un tejido de los varios que<br />

forman el cuerpo animal; debe existir una substancia que no se fije en ninguno de los<br />

tejidos que componen el cuerpo humano, pero que tina y mate microbios que atacan<br />

al hombre.<br />

Durante más de quince años abrigó este sueño, antes de tener la oportunidad de<br />

llevarlo a cabo.<br />

En 1890, Ehrlich regresó de Egipto: no había muerto de tuberculosis. Robert Koch<br />

le aplicó su terrible remedio, que tampoco lo mató, y poco después entró a trabajar<br />

en el Instituto Robert Koch, en Berlín, en aquellos días trascendentales en que<br />

Behring sacrificaba conejillos de Indias para arrancar a los niños de las garras de la<br />

difteria, y cuando el japonés Kitasato obraba maravillas con los ratones atacados de<br />

tétanos. Ehrlich era el animador de aquel lugar tan serio. Koch solía entraren el<br />

laboratorio de su discípulo, donde todo era confusión y amontonamiento y en el cual<br />

había hileras de frascos llenos de vistosos colorantes que Ehrlich no tenía tiempo de<br />

usar. Pueden estar seguros que Koch, el zar de aquel recinto, consideraba<br />

disparatados los sueños de balas mágicas de Ehrlich; pero entraba para preguntar:<br />

—Mi querido Ehrlich ¿qué nos dicen hoy sus experimentos?<br />

Entonces Ehrlich soltaba una catarata de explicaciones atropelladas, que en<br />

aquellos días versaban sobre las indagaciones que estaban realizando acerca de la<br />

posibilidad de inmunizar a los ratones contra los venenos contenidos en las semillas<br />

de ricino y jequirití: —Ve usted, puedo medir exactamente— es invariable— la<br />

cantidad de veneno necesaria para matar en cuarenta y ocho horas a un ratón de cien<br />

gramos; sabe usted, ya conozco la curva del aumento de inmunidad de mis ratones<br />

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