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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

gargantas mudas de aquellos cuerpecitos a los que los médicos no pudieron conservar<br />

la vida; ponía esta materia en delgados tubos de cristal tapados con algodón, o bien la<br />

coloraba para observarla al microscopio, descubriendo curiosos bacilos en forma de<br />

maza, microbios en los que el colorante destacaba puntos y fajas o bandas. Estos<br />

bacilos aparecieron en todas las gargantas, y se apresuró a mostrárselos a su<br />

maestro.<br />

Es evidente que Koch llevó de la mano a Loeffler en este descubrimiento.<br />

—No tiene objeto sacar conclusiones precipitadas —debió decirle—. Debe usted<br />

hacer un cultivo puro, e inocularlo, después, a animales; si estos contraen una<br />

enfermedad exactamente igual a la difteria humana, entonces...<br />

¿Cómo podría extraviarse Loeffler, teniendo detrás al más meticuloso y minucioso<br />

cazador de microbios, perseguidor de la verdad, que con toda su pedantería lo miraba<br />

a través de sus perpetuas gafas?<br />

Loeffler examinó, uno tras otro, a los niños muertos; hurgó en todos los rincones<br />

de aquellos cuerpecitos; tino centenares de preparaciones de todos los órganos.<br />

Intentó, y pronto lo consiguió, desarrollar aquellos bacilos en estado de pureza. Pero<br />

en ninguna parte de los cuerpos que examinó, encontró aquellos microbios: sólo<br />

aparecían en las gargantas obstruidas por las membranas.<br />

—¿Cómo es posible que unos cuántos microbios, que sólo se desarrollan en la<br />

garganta, sin moverse de allí sean capaces de matar a un niño con tanta rapidez? —<br />

musitaba Loeffler—. Pero tengo que seguir las instrucciones del Dr. Koch.<br />

Y así, inyectó los microbios procedentes de los cultivos puros en la tráquea de<br />

unos cuantos conejos y debajo de la piel de varios conejillos de Indias, y todos<br />

murieron en dos o tres días, como los niños, o tal vez con mayor rapidez; pero los<br />

millones de microbios que había inyectado permanecieron en el mismo punto de la<br />

inyección... y algunas veces ni aún allí, o en número tan escaso y tan debilitados que<br />

parecían incapaces de causar daños a una pulga...<br />

—Pero, ¿cómo explicar que estos bacilos, arrinconados en una pequeña parte del<br />

cuerpo, sean capaces de acabar con un animal un millón de veces mayor que ellos<br />

mismo? —se preguntaba Loeffler.<br />

Jamás ha existido un investigador más concienzudo que Loeffler, ni con menos<br />

imaginación que acelerase o estropease su precisión casi automática. Con todo<br />

cuidado se sentó a escribir un informe científico, modesto, frío, poco prometedor, que<br />

se limitaba a exponer los pros y los contras sobre la cuestión de si este nuevo bacilo<br />

era o no el causante de la difteria. Era tanta su objetividad, que puso los contras al<br />

final de su escrito. Casi podemos oírlo murmurar mientras escribía: «Este microbio<br />

puede ser el causante, aunque en algunos niños muertos de difteria no lo he hallado...<br />

ninguno de los animales a los que inyecté quedó paralizado como ocurre con los<br />

niños...; pero lo que más contradice mis suposiciones, es que he encontrado este<br />

mismo microbio, tan virulento para los conejos y conejillos de Indias, en la garganta<br />

de un niño que no presentaba ningún síntoma de difteria».<br />

Llegó al extremo de subestimar el valor de su hermosa investigación; pero, al<br />

final de su trabajo, dio la clave a los más imaginativos Roux y Behring, que le<br />

sucedieron. ¡Qué hombre tan extraño fue Loeffler! Aparentemente incapaz de tomar la<br />

iniciativa, predijo lo que otros habían de descubrir:<br />

«Estos microbios se congregan en una pequeña parte de tejido muerto en la<br />

garganta de los niños, y se esconden en un punto debajo de la piel de los conejillos de<br />

Indias. Jamás se reproducen por millones y, sin embargo, matan. ¿Cómo? Deben<br />

producir algún veneno, destilar una toxina que se infiltra hasta un órgano vital. Hay<br />

que descubrir ésta toxina en los órganos de los niños muertos, y en los cadáveres de<br />

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