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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

existencia de virus que pasaban de un modo misterioso de animal a animal y de<br />

hombre a hombre, acarreados por las picaduras de bichos y moscas; quería, lo mismo<br />

que su compañera, hacer investigaciones sobre enfermedades extrañas en lugares<br />

más extraños aún.<br />

El matrimonio Bruce llegó a Ubombo, colonia encaramada en una elevada colina,<br />

desde la cual se divisaba el Océano Indico hacia el Este, a través de noventa y seis<br />

kilómetros de planicie en donde el verde oscuro de los bosques de mimosas estaba<br />

cortado por el verde brillante del agua de las ciénagas. Instalaron su laboratorio en la<br />

colina, dotado de un par de microscopios, unos cuantos portaobjetos, bisturíes,<br />

jeringuillas y hasta unas docenas de tubos de ensayo; cualquier estudiante de<br />

Medicina de la época actual se burlaría seguramente de una instalación tan infantil. En<br />

estas condiciones dieron comienzo a sus tareas con caballos y bueyes traídos de la<br />

planicie, agonizando de una enfermedad que los indígenas llamaban la «nagana» o<br />

«espíritu deprimido», porque la Providencia había dispuesto las cosas de tal manera<br />

que en aquella árida colina podían vivir los animales completamente a salvo de la tal<br />

nagana; pero en cuanto un colono los bajaba a que disfrutasen de la jugosa hierba de<br />

la fértil llanura, las posibilidades de que murieran de nagana antes de que tuvieran<br />

tiempo de engordar eran de diez contra una.<br />

No tardaron mucho en dar el primer paso: en la sangre de uno de los caballos<br />

enfermos observó Bruce entre los glóbulos rojos, ligeramente amarillentos y<br />

apelotonados, una danza violenta y desusada, y haciendo deslizar la preparación en el<br />

campo visual del microscopio, llegó a un espacio libre de aquel hervidero de células<br />

sanguíneas, y allí, de pronto, descubrió la causa de toda aquella agitación: un<br />

pequeño ser, mucho mayor sin embargo, que cualquier microbio comente; u animal<br />

de cuerpo aplastado, roma una de las extremidades y provista la otra de un delgado<br />

flagelo, con el que parecía explorar lo que tenía por delante. El cuerpo, flexible, se<br />

presentaba de trecho en trecho a manera de nudos, y estaba dotado a lo largo de una<br />

membrana transparente y ondulante. En el espacio libre del campo visual fueron<br />

apareciendo, uno tras otros, varios de estos animales extraordinarios, que no se<br />

movían estúpidamente, como hacen los microbios corrientes, sino que actuaban como<br />

pequeños dragones inteligentes; cada uno de ellos se precipitaba de un glóbulo rojo a<br />

otro, atacándolo, tratando de meterse dentro, tirando y empujando, hasta que de<br />

pronto salía disparado en línea recta a esconderse debajo de la masa de células<br />

sanguíneas que formaban el borde del espacio libre.<br />

—Son tripanosomas —exclamó Bruce, apresurándose a mostrarlos a su mujer.<br />

Encontraron aquellos seres dotados de aleta, en la sangre, en la secreción de los<br />

párpados hinchados y en la extraña gelatina amarillenta que reemplazaban a la grasa<br />

debajo de la piel de todos los animales atacados por la nagana. En los perros, vacas y<br />

caballos sanos no encontró Bruce ni uno solo de estos bichos; pero a medida que las<br />

vacas se agravaban, su número aumentaba en la sangre, hasta que, a punto de<br />

perecer, los tripanosomas se retorcían en masas tan abundantes, que pudiera creerse<br />

que la sangre estaba únicamente formada por ellos. Era una cosa horrible.<br />

—Pero, ¿cómo pasan los tripanosomas de un animal enfermo a otro sano? —<br />

reflexionaba Bruce—. Aquí, en lo alto de la colina, podemos tener juntos en el mismo<br />

establo animales enfermos y animales sanos, sin que sea infectado ninguno de éstos.<br />

Aquí no, se ha conocido jamás una vaca o un caballo atacado por nagana. ¿Por qué?<br />

III<br />

Sólo llevaban cinco semanas dedicados a estudiar la nagana, cuando tuvieron que<br />

trasladarse a Pietermaritzburg, a cuidar soldados enfermos de fiebre tifoidea.<br />

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