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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

hidrofobia. ¡En el proceso no había ritmo, ni medida, ni regularidad! ¡Aquello no era<br />

ciencia! Y lo mismo sucedió con los conejillos de Indias y con los conejos, dos conejos<br />

empezaron a arrastrar las patas traseras y terminaron muriendo en medio de<br />

horribles convulsiones, mientras que otros cuatro siguieron tranquilamente royendo<br />

las hortalizas como si estuvieran a miles de kilómetros de todo virus de perro rabioso.<br />

Un buen día, se le ocurrió a Pasteur una pequeña idea, que se apresuró a<br />

comunicar a Roux.<br />

El virus de la rabia que penetra en las personas con la mordedura se fija en el<br />

cerebro y en la médula espinal. Todos los síntomas de la hidrofobia prueban que este<br />

virus, que este microbio que no podemos encontrar, ataca al sistema nervioso: ahí es<br />

donde tenemos que buscarlo; ahí es donde podremos cultivarlo tal vez, aunque no lo<br />

veamos: quizá pudiéramos emplear el cerebro de un animal vivo en vez de un matraz<br />

con caldo de cultivo.... sería un procedimiento curioso; pero... si inyectamos el virus<br />

bajo la piel hay posibilidad de que se extravíe en el cuerpo antes de llegar al<br />

cerebro...; ¡si yo pudiera introducirlo directamente en el cerebro de un perro!<br />

—Pero maestro, ¿qué dificultad hay en introducir directamente el virus en el<br />

cerebro de un perro? Yo puedo hacer la trepanación a un perro; puedo hacerle un<br />

pequeño agujero en el cráneo sin causarle daño alguno, sin estropear el cerebro, sería<br />

una cosa fácil contestó Roux —Pero ¿qué me está diciendo? ¡Taladrar el cráneo a un<br />

perro! le haría un daño tremendo al pobre bicho, y además, le estropearía el cerebro,<br />

le dejaría usted paralítico. ¡No! ¡No puedo consentirlo!<br />

A causa de su sentimentalismo estuvo Pasteur a punto de fracasar por completo<br />

en su intento de legar a la Humanidad el más maravilloso de sus dones; se resistía<br />

ante el grave experimento exigido por su fantástica idea pero el fiel Roux, el ahora<br />

casi olvidado Roux, fue desobediente y le salvó. Pocos días después, aprovechando<br />

una ocasión en que Pasteur tuvo que salir del laboratorio para asistirá una reunión,<br />

Roux cogió un perro sano, sin dificultad alguna le anestesió con cloroformo, y<br />

haciéndole un pequeño agujero en la cabeza, dejó al descubierto la masa encefálica<br />

viva y palpitante. Puso en una jeringuilla una pequeña cantidad de cerebro<br />

machacado de un perro recién muerto de rabia, y por el agujero practicado en el<br />

cráneo del perro anestesiado metió la aguja de la jeringuilla y lentamente inyectó la<br />

mortífera substancia rábica.<br />

A la mañana siguiente Roux contó a Pasteur lo que había hecho.<br />

Como era de esperar, aún no habían transcurrido dos semanas, cuando el pobre<br />

animal empezó a lanzar aullidos lastimeros, a desgarrar la cama y a morder los<br />

barrotes de la jaula muriendo a los pocos días. Como más adelante veremos, este<br />

animal murió para que miles de hombres pudieran vivir.<br />

Pasteur, Roux y Chamberland contaban ahora con un procedimiento seguro, de<br />

éxito positivo cien veces de cada cien, de contagiar la rabia a perros, conejos y<br />

conejillos de Indias.<br />

Ni en toda la historia de la Bacteriología ni en ciencia alguna se ha dado jamás<br />

otro experimento tan fantástico; jamás ha habido otra proeza científica tan poco<br />

científica como esta lucha sostenida por Pasteur y sus ayudantes contra un microbio<br />

que no podían ver, contra un ser fantasmagórico cuya existencia sólo conocían por su<br />

invisible desarrollo en el cerebro y médula espinal de una serie indefinida de conejos,<br />

conejillos de Indias y perros; la única prueba positiva que tengan de la existencia de<br />

algo así como el microbio de la rabia, era la muerte convulsiva de los conejos<br />

inoculados y los horribles aullidos de los perros trepanados.<br />

En toda la historia de la humanidad no había un solo testimonio de hombre o<br />

bestia que se hubiera salvado de esta horrible enfermedad, una vez declarados los<br />

primeros síntomas, una vez que los misteriosos mensajeros del mal habían ganado<br />

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