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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
que nunca se le había ocurrido a Ehrlich que pudiese ser curada. Aquellos esclavos<br />
trabajaron como sólo pueden hacerlo hombres influidos por un fanático de frente<br />
arrugada y amables ojos grises.<br />
¡Y consiguieron modificar el Atoxil! ¡Fabricaron maravillosos compuestos de<br />
arsénico, que curaban, efectivamente a los ratones! Pero entonces, y por desgracia,<br />
cuando habían desaparecido los crueles tripanosomas del mal de caderas, aquellos<br />
medicamentos prodigiosos convertían en agua la sangre de los ratones o les<br />
provocaban una ictericia mortal.<br />
Y ¿quién lo creería? Algunos de esos compuestos arsenicales hacían bailar a los<br />
ratones, y no en un momento, sino que todo el tiempo que les quedaba de vida se lo<br />
pasaban dando vueltas y vueltas y más vueltas, saltando arriba y abajo; el propio<br />
Satanás no podía haber inventado una tortura peor para seres recién arrancados de<br />
las garras de la muerte. Encontrar un producto curativo perfecto parecía una tarea<br />
ridícula e imposible. ¿Y qué hacía Ehrlich a todo esto? Pues escribir. «Es muy<br />
interesante el hecho de que el único daño producido a los ratones sea convertirlos en<br />
bailarines. Las personas que visitan mi laboratorio, deben quedar impresionados por<br />
el gran número de ratones bailarines que tengo». ¡Era un hombre notable!<br />
Inventaron docenas de compuestos; trabajo desesperante, que se estrellaba,<br />
además, con el extraño problema de la fijeza del arsénico. Al ver Ehrlich que una<br />
dosis elevada de compuesto era demasiado peligrosa para los animales, intentó<br />
curarlos dándoles varias dosis pequeñas; pero, por desgracia, los tripanosomas se<br />
acostumbraron al arsénico y no morían de manera alguna, mientras que los ratones<br />
perecían a montones. Tal fue el calvario que tuvieron que recorrer con los primeros<br />
quinientos noventa y un compuestos de arsénico.<br />
VI<br />
A marchas forzadas, porque ya habla cumplido la cincuentena y le restaban pocos<br />
años de vida activa, tropezó Paul Ehrlich. por casualidad, con el famoso preparado, el<br />
606: aunque conviene advertir que sin la ayuda de Bertheim no lo hubiera encontrado<br />
nunca. El 606 fue el resultado de la síntesis química más sutil: peligroso de obtener,<br />
por el riesgo de incendios y explosiones ocasionados por los vapores de éter, que<br />
intervenía en todas las fases de la preparación, y difícil de conservar, porque la menor<br />
traza de aire lo transformaba en un veneno enérgico.<br />
Tal era el célebre preparado 606. que disfrutaba del nombre: «p.p-Dihidroxidiaminoarsenobencero»<br />
y cuyos efectos mortíferos sobre los tripanosomas fueron tan<br />
grandes como su nombre. Una sola inyección de 606 hacía desaparecer todos los<br />
tripanosomas de la sangre de un ratón atacado de mal de caderas; una dosis mínima<br />
los barría, sin dejar uno para contarlo, y, además, era inofensivo, aunque contuviera<br />
gran cantidad de arsénico, la droga favorita de los envenenadores; no dejaba ciegos a<br />
los ratones, ni les convertía en agua la sangre, ni los hacía bailar. ¡Era inocuo!<br />
Y, en efecto, ¿qué días más sensacionales en toda la historia de la bacteriología,<br />
exceptuando los tiempos de Pasteur? El 606 era inocuo, curaba el mal de caderas,<br />
precioso beneficio para los ratones y las ancas de los caballos; pero, ¿qué más? Pues<br />
que Paul Ehrlich tuvo una inspiración afortunada a consecuencia de haber leído una<br />
teoría desprovista de verdad. Paul Ehrlich habla leído en 1906 el descubrimiento<br />
hecho por un zoólogo alemán, llamado Schaudinn, de un microbio fino, pálido y en<br />
forma de espiral, que parecía un sacacorchos sin mango. «Schaudinn descubrió este<br />
microbio pálido y con aspecto de sacacorcho sin mango y lo denominó «Spirocheta<br />
paluda», demostrando que era la causa de la enfermedad que lleva un nombre<br />
aborrecible: La sífilis.<br />
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