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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

que se dejó arrastrar por el entusiasmo, cablegrafió dramática y autoritariamente al<br />

doctor Park, de Nueva York:<br />

«La toxina antidiftérica es un éxito; empiece a prepararla».<br />

IV<br />

Al modo de Behring, aunque tal vez con más apasionamiento que éste. Roux creía<br />

firmemente y de antemano, que la antitoxina salvaría a los niños de las garras de la<br />

difteria; dejó de ocuparse de los métodos preventivos, olvidó lo de las gárgaras y se<br />

afanó, yendo y viniendo de las cuadras al laboratorio, llevando grandes frascos<br />

panzudos y asaeteando los cuellos de los pacientes caballos. Precisamente, entonces,<br />

en opinión de Roux, una raza de bacilos diftéricos muy virulentos se estaba infiltrando<br />

en las casas de París. En el hospital de niños, cincuenta de cada cien de éstos, o —al<br />

menos así constaba en las estadísticas, eran conducidos al depósito de cadáveres, con<br />

las caritas cárdenas. En el Hospital Trousseau subía a sesenta por ciento la proporción<br />

de niños que morían: pero no está claro que los médicos tuvieran la segundad que<br />

toda la mortalidad fuese debida a la difteria. El día 1° de febrero de 1894, Roux, el del<br />

tórax estrecho, cara de halcón y gorro negro, entraba en la sala de diftéricos del<br />

hospital de niños llevando frascos de su suero ambarino y milagroso.<br />

En su despacho del Instituto de la rué Dutot, con un resplandor en los ojos que<br />

hacía olvidar a sus deudos que estaba condenado a muerte, permanecía sentado un<br />

hombre paralítico que quería saber, antes de morir, si uno de sus discípulos había<br />

conseguido extirpar otra plaga; era Pasteur, en espera de noticias de Roux. Además,<br />

en todo París, los padres y madres de los niños atacados rezaban para que Roux se<br />

diese prisa, conociendo ya las curas maravillosas del doctor Behring, que, al decir de<br />

las gentes, casi resucitaba a los niños, y Roux se imaginaba a todas aquellas personas<br />

elevando hacia él sus manos implorantes.<br />

Preparó sus jeringuillas y sus frascos de suero con la misma tranquilidad que<br />

había causado el asombro de los ganaderos, años antes, con ocasión de los grandes<br />

días de la vacunación antirrábica en Poully-le-Fort, Mertín y Chaillu, sus ayudantes,<br />

encendieron la lamparilla de alcohol y se dispusieron a anticiparse a la menor<br />

indicación de su jefe. Roux miró a los médicos impotentes y después a las caritas de<br />

color plomizo, a las manitas que agarraban convulsivamente las sábanas de las<br />

camas, y a los cuerpos que se retorcían para conseguir un poco de aire.<br />

Era un dilema horrible. Quedaba por apurar otro argumento que el espíritu del<br />

investigador que Roux llevaba dentro podía haber opuesto al hombre de sentimientos;<br />

podía haberle preguntado: «Si no salimos de la duda haciendo el experimento con<br />

estos niños, el mundo puede caer en la creencia de que dispone de un remedio<br />

perfecto para la difteria; los bacteriólogos cesarán de buscar otros, y en años<br />

venideros podrán morirse miles de niños que podían haberse salvado, de haberse<br />

continuado una investigación científica tenaz».<br />

Las jeringuillas estaban preparadas; el suero penetró en ellas al tirar de los<br />

émbolos, y dieron comienzo las inyecciones misericordiosas y tal vez salvadoras; cada<br />

uno de los trescientos niños que entraron en el hospital en el transcurso de los cinco<br />

meses siguientes recibió su buena dosis de antitoxina diftérica. Afortunadamente, los<br />

resultados obtenidos justificaron al humanitario Roux, porque aquel mismo verano,<br />

una vez terminado el experimento, dijo en un Congreso al que asistieron médicos<br />

eminentes y sabios de todo el mundo:<br />

—El estado general de los niños a los que se aplica el suero mejora rápidamente.<br />

En las salas apenas si se ven ya caras pálidas y plomizas: las criaturas están alegres y<br />

animadas.<br />

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