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CAZADORES DE MICROBIOS

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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />

P a u l d e K r u i f<br />

ignoraban (os rústicos; se encontraba a sus anchas entre los microscopios, tubos y<br />

aparatos de los relucientes laboratorios; en pocas palabras, estaba saturado de la<br />

presuntuosa sabiduría que se ríe de los dichos del vulgo, que se burla frecuentemente<br />

de las perogrulladas aldeanas. Pero a pesar de toda su ciencia, cosa extraña<br />

tratándose de un hombre como Smith, no confundía los hermosos edificios y los<br />

aparatos complicados con la facultad de discurrir, parecía que siempre desconfiaba de<br />

lo que leía en los libros o veía en los tubos de ensayo; comprendía que el patán más<br />

tosco tenía profunda razón cuando, quitándose la pipa de entre los dientes ni muy<br />

limpios, gruñía: «Marzo ventoso y abril lluvioso, sacan a marzo florido y hermoso».<br />

Escuchó el relato de Kilborne acerca de la teoría de las garrapatas, estúpida al<br />

parecer, y se enteró, además, de que los ganaderos del Oeste estaban de acuerdo en<br />

que los causantes de la enfermedad eran esos bichos.<br />

—Bueno —musitó Smith—; esas gentes están seguramente libres de toda<br />

influencia extraña que pueda corromperles las ideas, apestan a ternera y a vaca, son,<br />

podríamos decir, una continuación de los mismos animales y los únicos que<br />

permanecen en vela sabiendo que la espantosa enfermedad transforma en agua la<br />

sangre del ganado, privando del pan a sus propios hijos.<br />

Y aquellas gentes llenas de experiencia que se veían obligadas a enterrar a las<br />

reses, decían a coro: «Donde no hay garrapatas no hay fiebre de Tejas».<br />

Theobald Smith decidió ir en busca de los ganaderos y observar la enfermedad lo<br />

más cerca posible, tal como la veía aquella gente, se presentaba la ocasión de una<br />

nueva clase de caza de microbios, siguiendo los pasos a la naturaleza para intentar<br />

modificarla poniendo en juego los recursos cada vez más calurosos.<br />

V<br />

Auxiliado por Kilborne, mandó construir un laboratorio al aire libre, no encerrado<br />

en cuatro paredes, sino bajo el cielo ardiente; las salas de aquel refugio de la ciencia<br />

eran simplemente cinco o seis campos cercados y polvorientos. El 27 de junio de 1899<br />

fueron desembarcadas de un vaporcito siete vacas algo flacas, pero perfectamente<br />

sanas, procedentes de los ranchos de la Carolina del Norte, corazón de la región<br />

invadida por la fiebre de Tejas, en donde moría todo el ganado que se enviaba. Las<br />

siete vacas estaban plagadas de garrapatas de todos los tamaños, tan pequeñas<br />

algunas, que había que recurrir a la lente de aumento para descubrirlas; magníficas<br />

hembras otras, de centímetro y medio de largo, repletas de la sangre chupada a sus<br />

pacientes anfitriones. Smith y Kilborne metieron cuatro de esas vacas del Sur<br />

plagadas de garrapatas, en el cercado número 1, poniéndoles como compañía seis<br />

vacas sanas del Norte, pensando: «Las garrapatas invadirán bien pronto el ganado del<br />

Norte, animales que nunca han estado cerca de la fiebre de Tejas, pero que tienen<br />

suceptibilidad para la enfermedad, y veremos lo que ocurre. Y ahora, vamos a hacer<br />

la prueba para ver si son, efectivamente, las garrapatas las que tienen la culpa».<br />

Y Theobald Smith realizó la primera prueba, llamémosle experimento si<br />

queremos, que podía habérsele ocurrido a cualquier ganadero medianamente listo, de<br />

no haber estado demasiado preocupado para llevarlo a cabo; fue un experimento que<br />

todos los demás hombres de ciencia norteamericanos consideraron como una cosa<br />

estúpida. Se dedicó, con Kilborne, a quitar a dedo todas las garrapatas que traían las<br />

otras vacas del Sur.<br />

Al atardecer de aquel día no encontraban ya una sola garrapata en las tres vacas<br />

de la Carolina del Norte, a las que encerraron en el cercado número 2, con cuatro<br />

animales sanos del Norte.<br />

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