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C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s<br />
P a u l d e K r u i f<br />
de cristal en el vientre de los pobres animales, y extraía unas cuantas gotas de<br />
líquido, que colocaba bajo la lente más o menos empañada del microscopio, para ver<br />
si los fagocitos de los animales inmunes se comían a los bacilos, así fue, las células<br />
errantes estaban atiborradas de microbios. «Ahora voy a demostrar que estos<br />
microbios, que los fagocitos llevan dentro, siguen estando vivos»—exclamó<br />
Metchnikoff, y para ello mató los conejos de Indias, y con otros tubos de cristal<br />
extrajo parte del sedimento gris de las células errantes, que se había acumulado en el<br />
vientre de los animales, para darse un banquete de microbios. Los fagocitos murieron<br />
al momento, porque son muy delicados cuando se trata de conservarlos vivos fuera<br />
del cuerpo, y al abrirse dejaron escapar los bacilos «vivos» que habían engullido; con<br />
gran presteza inyectó Metchnikoff estos bacilos, estos microbios que habían sido<br />
comidos por los fagocitos, a otros conejos de Indias no inmunizados, que murieron<br />
prontamente.<br />
Con docenas de brillantes experimentos de ese género, Metchnikoff obligó a sus<br />
contradictores a admitir que a veces los fagocitos se comen a los microbios<br />
perjudiciales; que siempre estuvo haciendo experimentos en defensa de una idea, sin<br />
tratar de hallar verdades de la Naturaleza.<br />
Hacía fines del siglo XIX, cuando la caza romántica del microbio empezó a<br />
convertirse en una profesión normal a la que se dedicaban médicos jóvenes<br />
observantes de las leyes científicas y no meros profetas o atolondrados<br />
investigadores, empezaron a ser menos terribles para Metchnikoff los amargos<br />
encuentros con las gentes que no tenían fe en él, recibió medallas, premios en<br />
metálico, y hasta los alemanes le aplaudían y acogían con respeto cuando entraba<br />
majestuosamente en algún Congreso científico. Un millar de investigadores habían<br />
acechado a los fagocitos en el acto de engullir gérmenes maléficos, y aunque esto no<br />
explicaba en modo alguno por qué muere un hombre de pulmonía, mientras otro<br />
rompe a sudar y mejora, no cabe duda de que en algunas ocasiones los fagocitos se<br />
comen y hacen desaparecer a los microbios de la pulmonía. Así, pues, Metchnikoff.<br />
descontando su asombrosa falta de lógica, su intolerancia, su terquedad, descubrió<br />
realmente un hecho que puede hacer llevadera la vida a la Humanidad doliente,<br />
porque algún día puede hacer su aparición un soñador, un genio de la<br />
experimentación, y resolver el enigma de por qué los fagocitos unas veces engullen<br />
microbios y otras no, y hasta, quién sabe, pudiera enseñar a los fagocitos a tener<br />
siempre apetito.<br />
VII<br />
«Las enfermedades sólo son episodios —escribía— No es suficiente curar, (él no<br />
había descubierto cura alguna), es necesario descubrir cuál es el destino del hombre y<br />
por qué ha de envejecer y morir, cuando su deseo de vivir es más fuerte» 'Entonces<br />
Metchnikoff abandonó sus trabajos sobre fagocitos y se dedicó a fundar ciencias<br />
fantásticas para buscar la explicación del destino del hombre y evitarlo; a la ciencia de<br />
llegar a viejo le dio el sonoro nombre de «Gerontología», y a la ciencia de la muerte,<br />
el de «Tanatología», eran muchas ciencias pavorosas, aunque las ideas fuesen<br />
optimistas, y las observaciones que insertaba eran tan imprecisas, que el viejo<br />
Leeuwenhoek se habría levantado de su tumba, de haber tenido conocimiento de<br />
ellas.<br />
La idea de morir aterraba a Metchnikoff; pero como sabía que tanto él como todo<br />
el mundo tenían que pasar por ese trance final, se dedicó a inventar una esperanza de<br />
una muerte fácil, en lo que no había ni una sola partícula de ciencia. En alguna de sus<br />
numerosas lecturas había encontrado noticia de dos señoras viejas que, habiendo<br />
llegado a edad muy avanzada, no conservaban el menor deseo de seguir viviendo;<br />
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