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05. Robots e Imperio

Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.

Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.

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en mí una niña, más joven que cualquiera de vosotros. La mayor parte de mis años han<br />

valido solamente para cansarme y aburrirme; los menos, para enriqueceros y<br />

estimularos... Así que, dígame otra vez, señora Lambid, ¿qué edad tiene?<br />

Lambid sonrió:<br />

—Tengo cuarenta y cuatro años útiles, señora Gladia.<br />

Se sentó otra vez y los aplausos atronaron incesantes. A cubierto del ruido, D.G.<br />

preguntó con voz ronca:<br />

—Señora Gladia, ¿quién le enseñó a manejar un público como éste?<br />

—Nadie —musitó—. Nunca lo había intentado hasta ahora.<br />

—Abandone mientras los domina. La persona que ahora se pone de pie es nuestro<br />

principal halcón de guerra. No necesita hacerle frente. Diga que está cansada y siéntese.<br />

Nosotros nos ocuparemos del viejo Bistervan.<br />

—Pero es que no estoy cansada. Y me divierto.<br />

El hombre que tenía ante ella, ubicado en la extrema derecha pero muy cerca de la<br />

tribuna, era alto, vigoroso, con unas cejas hirsutas y blancas, caídas sobre sus ojos. Su<br />

escaso pelo también era cano y sus ropas, de un negro profundo, llevaban una línea<br />

blanca a lo largo de cada manga y cada pernera como si quisiera poner límites a su<br />

cuerpo. Su voz era profunda y musical.<br />

—Mi nombre —declaró— es Tomás Bistervan y me conocen muchos como El Viejo, en<br />

especial, creo yo, porque les gustaría que así fuera y que no me demorara mucho en<br />

morir. No sé cómo dirigirme a usted porque no parece llevar un apellido y porque no la<br />

conozco bastante como para llamarla por su nombre. Y a fuer de ser sincero, tampoco<br />

deseo conocerla.<br />

Aparentemente, ha salvado usted una nave de Baleymundo en Solaria contras las<br />

trampas y artefactos montados por su gente, y se lo agradecemos. A su vez nos ha<br />

largado una sarta de tonterías pacatas sobre amistad y parentesco... ¡Pura hipocresía!<br />

¿En qué momento su gente se ha sentido emparentada con nosotros? ¿Cuándo han<br />

sentido los espaciales algún tipo de relación con la Tierra y su gente? Es obvio que<br />

ustedes, los espaciales, descienden de la Tierra. No lo olvidamos. Tampoco olvidamos<br />

que ustedes sí lo han olvidado. Por más de veinte décadas, los espaciales controlaron la<br />

Galaxia y trataron a los del planeta Tierra como si fueran animales odiosos, de vida breve<br />

y contaminados. Ahora que estamos volviéndonos fuertes, nos tiende la mano de la<br />

amistad, pero esta mano lleva un guante, como todas vuestras manos. Procura no apartar<br />

su nariz de nosotros, pero esa nariz, aunque no se volviera, lleva filtros. ¿Qué? ¿Estoy en<br />

lo cierto?<br />

Gladia levantó ambas manos y dijo:<br />

—Puede ser que el público que está en este salón, y mucho más la gente que me ve<br />

por hiperonda, no sepa que llevo guantes. No se notan, pero aquí están. No lo niego. Y<br />

llevo filtros que tamizan el polvo y los microorganismos sin interferir mi respiración. Tengo<br />

mucho cuidado en pulverizarme periódicamente la garganta. Me lavo quizás algo más de<br />

lo que requiere la mera limpieza. No niego nada.<br />

Pero esto es el resultado de mis limitaciones, no de las vuestras. Mi sistema<br />

ininunológico no es fuerte. Mi vida ha sido demasiado cómoda y no he estado expuesta a<br />

casi nada. No fue elegido deliberadamente por mí, pero debo pagar por ello. Si alguno de<br />

vosotros se encontrara en mi infortunada situación, ¿qué haríais? En especial, el señor<br />

Bistervan, ¿qué haría usted?<br />

Bistervan respondió, sombrío:<br />

—Haría lo mismo que usted y lo consideraría un indicio de debilidad, un indicio de que<br />

no estoy adaptado ni preparado para vivir y que, por lo tanto, debo dejar el sitio a los que<br />

son más fuertes. Mujer, no nos hable de parentesco. No es parienta mía. Es una de<br />

aquellos que nos persiguieron y trataron de destruirnos cuando ustedes eran fuertes, y<br />

que vienen gimoteando ahora que se sienten débiles.

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