05. Robots e Imperio
Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.
Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.
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Se movió inquieta. ¿Era eso lo que D.G. había querido decir al hablarle de decadencia<br />
de una sociedad robotizada?<br />
Pero ahora volvía a estar en el espacio después de tanto tiempo y, además, en una<br />
nave de la Tierra.<br />
No había visto gran cosa de ella, pero lo poco que había vislumbrado la angustiaba<br />
terriblemente. Le parecía que todo era rectilíneo, con ángulos cortantes y superficies lisas.<br />
Todo lo que era superfluo había sido eliminado aparentemente. Era como si nada,<br />
excepto lo funcional, debiera existir.<br />
Aunque ella ignoraba lo que era exactamente funcional en un objeto determinado de la<br />
nave, sentía que era todo lo necesario, que no podía permitirse que nada interfiriera en la<br />
distancia más corta entre dos puntos. Todo lo aurorano (todo lo espacial, podía decirse,<br />
aunque Aurora era en este aspecto el más avanzado) se hacía a capas. La funcionalidad<br />
era la del fondo, uno no podía realmente prescindir de ella, excepto en lo que era puro<br />
ornamento, pero por encima había siempre algo para agradar a la vista y los sentidos, en<br />
general; y encima de esto, algo para satisfacer al espíritu.<br />
¡Cuánto mejor era así! ¿O representaba tal exuberancia de creatividad humana que los<br />
espaciales no pudieran ya vivir con un Universo sin adornos... y era esto malo? ¿Iba el<br />
futuro a pertenecer a esos geometrizadores móviles? ¿O era solamente que los<br />
colonizadores no habían aprendido aún la dulzura de vida?<br />
Pero entonces, si la vida tenía tanta dulzura, ¿por qué ella había encontrado tan poco?<br />
No tenía nada más que hacer a bordo de esta nave sino plantearse esas preguntas y<br />
responder a ellas. Este D.G., este bárbaro descendiente de Elijah, había metido en su<br />
cabeza, con su tranquilo convencimiento, que los mundos espaciales estaban muriendo,<br />
aunque pudo ver en su breve estancia en Aurora (seguro que lo había visto) que era un<br />
mundo profundamente repleto de riqueza y seguridad.<br />
Había intentado huir de sus propios pensamientos contemplando los holofilmes que le<br />
habían proporcionado y mirando con moderada curiosidad las imágenes temblorosas y<br />
rápidas en la superficie de proyección, cómo la historia de aventuras (todo era historia de<br />
aventuras) iba de acontecimiento en acontecimiento, con poco tiempo disponible para la<br />
conversación y ninguno para pensar o disfrutar. Igual que su mobiliario.<br />
D.G. entró cuando estaba a mitad de una de las películas, pero ya realmente había<br />
dejado de prestar atención. No la tomó por sorpresa.<br />
Sus robots, que guardaban la puerta, habían señalado su llegada con tiempo de sobra<br />
y no le habrían permitido entrar si no hubiera estado en situación de recibirle. Daneel<br />
entró con él.<br />
—¿Cómo le va? —preguntó D.G. Luego, al ver que su mano apretaba un botón y las<br />
imágenes perdían intensidad y desaparecían, añadió: —No debió apagarlo. Lo hubiera<br />
visto con usted.<br />
—No es necesario. Ya estaba cansada.<br />
—¿Está usted cómoda?<br />
—No del todo. Me siento... aislada.<br />
—¡Lo lamento! Pero, yo también me sentí aislado en Aurora. No permitieron a ninguno<br />
de mis hombres que viniera conmigo.<br />
—¿Y ésta es su revancha?<br />
—En absoluto. En primer lugar le he permitido que sus dos robots la acompañen. En<br />
segundo lugar no soy yo, sino mi tripulación la que lo quiere así. No les gustan ni los<br />
espaciales ni los robots. Pero ¿por qué le importa tanto? ¿No disminuye este aislamiento<br />
su temor a la infección?<br />
La mirada de Gladia era altiva, pero su voz sonó apagada:<br />
—Me pregunto si no soy demasiado vieja para temer una infección. De todos modos ya<br />
he vivido mucho. También tengo mis guantes, mis filtros nasales y..., si fuera necesario,<br />
mi mascarilla. Además, dudo que se moleste en tocarme.