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05. Robots e Imperio

Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.

Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.

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me espíe en Solaria... —Esperó por si ella protestaba, y al no oír nada, dijo con cierto<br />

cansancio en la voz: —Señora, si rehúsa, no voy a obligarla, porque no tendré que<br />

hacerlo. Ellos la obligarán. Pero no me gusta. El antepasado no lo hubiera querido así.<br />

Hubiera querido que viniera conmigo por agradecimiento a él y por otra razón... El<br />

antepasado trabajó para usted en condiciones en extremo difíciles. ¿No quiere<br />

esforzarse, en memoria suya?<br />

A Gladia le dio un vuelco el corazón. Sabía que no podría resistirse; contestó:<br />

—No puedo ir a ninguna parte sin mis robots.<br />

—Tampoco esperaba que lo hiciera. —D.G. volvió a sonreír. —¿Por qué no llevarse a<br />

mis dos tocayos? ¿Necesita más?<br />

Gladia miró a Daneel, pero estaba inmóvil. Luego miró a Giskard, y lo mismo. De<br />

pronto le pareció, pero fugazmente, que su cabeza se movía, muy ligeramente, en señal<br />

afirmativa. Tenía que confiar en él. Dijo:<br />

—De acuerdo, iré con usted. Estos dos robots son los únicos que necesitaré.<br />

Segunda parte - SOLARIA<br />

EL PLANETA ABANDONADO<br />

14<br />

Por quinta vez en su vida, Gladia se encontró en una nave espacial. No recordaba, así<br />

de pronto, cuánto tiempo hacía que ella y Santirix fueron juntos al mundo de Euterpe<br />

porque, se decía, y era reconocido por todas partes, que sus bosques bajo la lluvia eran<br />

incomparables, especialmente a la luz romántica de su brillante satélite Gemsíone.<br />

El bosque había resultado, en efecto, esplendoroso y verde, con los árboles<br />

perfectamente plantados en hileras y la vida animal cuidadosamente seleccionada para<br />

dar mayor colorido y placer, aunque evitando todas las criaturas desagradables o<br />

venenosas.<br />

El satélite, de más de ciento cincuenta kilómetros de diámetro, estaba bastante cerca<br />

de Euterpe y brillaba como un resplandeciente foco de luz cegadora. Estaba tan cerca del<br />

planeta que podía vérsele ir de este a oeste en el cielo, adelantándose al movimiento de<br />

rotación, más lento, del planeta. Brillaba al subir al cenit y se iba apagando al hundirse<br />

otra vez en el horizonte.<br />

Uno lo contemplaba fascinado la primera noche, menos, la segunda, y con un vago<br />

descontento la tercera..., suponiendo que el cielo estuviera despejado aquellas noches,<br />

que no solía estarlo.<br />

Descubrió que los euterpanos nativos nunca lo miraban, aunque naturalmente lo<br />

alababan tumultuosamente ante los turistas. En general, Gladia disfrutó del viaje, pero lo<br />

que recordaba más vivamente era la alegría del regreso a Aurora y su decisión de no<br />

volver a viajar excepto en circunstancias de extrema necesidad. (Pensándolo bien, había<br />

sido por lo menos ocho décadas atrás.)<br />

Por un momento vivió con el inquieto temor de que su marido insistiera en otro viaje,<br />

pero jamás volvió a planteárselo. Podía muy bien ser, pensó alguna vez, que él llegara a<br />

la misma conclusión y temiera que fuera ella la que quisiera viajar.<br />

Evitar los viajes no les hacía diferenciarse de los demás. Los auroranos, en general, y<br />

también los espaciales, tendían a no moverse de casa.<br />

Sus mundos, sus viviendas, eran demasiado cómodos. Después de todo, ¿qué placer<br />

podía ser mayor que el de sentirse cuidado por sus propios robots, robots que conocían el<br />

más mínimo ademán y, por ello mismo, sus costumbres y deseos sin necesidad de tener<br />

que decírselo?

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