05. Robots e Imperio
Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.
Robots e Imperio es una novela de ciencia ficción escrita por Isaac Asimov y publicada en 1985. Es la continuación de Los robots del amanecer, dentro de su serie de novelas sobre robots. Esta novela es, cronológicamente, la que da inicio a las siguientes sagas de Asimov, como el Tríptico del Imperio y el Ciclo de Trántor, y en la que el robot Daneel Olivaw se erige como un personaje de gran importancia en la historia de la humanidad.
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Esta velocidad no es resultado de la casualidad, sino el resultado de la radiación cósmica<br />
que produce mutaciones a ritmo lento. En la Tierra algo produce muchas más mutaciones<br />
que en otros planetas habitables y no tiene nada que ver con los rayos cósmicos porque<br />
no se dan con demasiada profusión en la Tierra. Vea usted ahora con más claridad, si el<br />
"Por qué" podría ser importante.<br />
—Pues bien, doctor Mandamus, puesto que le sigo escuchando con más paciencia de<br />
la que creía poseer, conteste usted la pregunta que formula con tanta insistencia. ¿O<br />
conoce usted la pregunta pero no la respuesta?<br />
—Tengo una respuesta —contestó Mandamus— y se basa en que la Tierra es única<br />
en lo secundario.<br />
—Deje que me anticipe —objetó Amadiro—. Se refiere a su gran satélite, Seguro,<br />
doctor Mandamus, que no habla de ello como de un descubrimiento suyo.<br />
—En absoluto —respondió Mandamus, molesto—, pero tenga en cuenta que los<br />
grandes satélites parecen ser corrientes. Nuestro sistema planetario tiene cinco, la Tierra<br />
tiene siete, y así sucesivamente. Todos los grandes satélites, excepto uno, giran<br />
alrededor de gigantes de gas. Solamente el satélite de la Tierra, la Luna.gira alrededor un<br />
planeta poco mayor que ella.<br />
—¿Puedo atreverme a emplear de nuevo la palabra "casualidad", doctor Mandamus?<br />
—En este caso sí puede ser casualidad, pero la Luna sigue siendo única.<br />
—De acuerdo. ¿Qué posible conexión puede tener el satélite con la profusión de vida<br />
en la Tierra?<br />
—Puede no ser obvio y una conexión improbable, pero es mucho más improbable que<br />
esos dos ejemplos únicos en un solo planeta puedan no tener ninguna conexión. Yo he<br />
encontrado esa conexión.<br />
—¿De verdad? —preguntó Amadiro súbitamente alerta. Ahora era el momento en que<br />
debía manifestarse la prueba evidente de su locura. Miró de soslayo a la cinta horaria de<br />
la pared. Realmente no le quedaba mucho más tiempo que malgastar, pese que toda su<br />
curiosidad seguía despierta.<br />
—La Luna —prosiguió Mandamus— se aparta lentamente de la Tierra debido al efecto<br />
de la mareas sobre ella. Las grandes mareas son una consecuencia única de la<br />
existencia de ese gran satélite. El sol de la Tierra también produce mareas, pero son un<br />
tercio de las producidas por la Luna, lo mismo que nuestro sol produce pequeñas mareas<br />
en Aurora.<br />
Como la Luna se aleja debido a su acción sobre las mareas, en los comienzos de la<br />
historia de su sistema planetario se encontraba mucho más cerca de la Tierra. Cuanto<br />
más cerca esté la Luna de la Tierra, mayores son las mareas. Estas tenían dos efectos<br />
importantes sobre la Tierra. Mantenían continuamente flexible la corteza terrestre y hacían<br />
más lenta la rotación, ambas logradas a través del movimiento y la fricción de las aguas<br />
del océano sobre los bajíos... de forma que la energía rotacional se convertía en calor.<br />
Por tanto, la Tierra tiene la corteza más delgada que la de cualquier otro planeta habitable<br />
conocido que despliegue acción volcánica y que posea un sistema activo de placas<br />
tectónicas.<br />
Amadiro comentó:<br />
—Pero incluso todo eso puede no tener nada que ver con la profusión de vida en la<br />
Tierra. En mi opinión, doctor Mandamus, debe llegar al fondo del asunto o marcharse.<br />
—Le ruego, doctor Amadiro, que tenga un poco más de paciencia. Es muy importante<br />
comprender el fondo del asunto una vez que lleguemos a él. He hecho una cuidadosa<br />
computarización simulada del desarrollo químico de la corteza terrestre, teniendo en<br />
cuenta el efecto causado por las mareas y las placas tectónicas, algo que nadie había<br />
hecho hasta ahora de forma tan difícil y meticulosa como yo he conseguido hacer, si me<br />
permite que me alabe.<br />
—¡Oh, no deje de hacerlo! —murmuró Amadiro.