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capítulo iii. siglo xviiidiscurso de un día natural”, lo que era “más que suficiente para el abasto de un molinopara uso de lavar sus trigos”.Determinaron que la menor concesión a favor de los particulares era de cincopajas, que la toma de un real era sobrada para cualquier comunidad, y que a hospitalesy fuentes públicas les bastaba con 24 pajas (0.18 l/s). A su vez, Iglesias le informóal virrey “que la detención de las aguas en su curso a esta ciudad provenía de queteniendo los molinos cuatro o seis cubos que llenar, dejaban venir todo el tiempoque se necesitaba para rebosarlos”. Para remedio de esto propuso que se “pusieranunas compuertas en los cubos, teniéndolos siempre llenos”. Agregó que el mal olory mal sabor del agua de las fuentes resultaban de lavar el trigo en la cañería, lo queocasionaba su azolvamiento. Por ello pedía que se separara el agua que iba a los molinosy que no se incorporara a la cañería que abastecía a la ciudad. El virrey aprobóen 1793 lo anterior, concedió 18 pajas a los molinos y estableció el valor de cadamerced, o sea, 5 pajas en 50 pesos anuales, y pidió que los particulares compusieransus propias cañerías. A fin de evitar fugas, las cañerías subterráneas se prepararon y seinstalaron nuevos conductos de barro, como lo indica un apéndice remitido por elvirrey al ministro de Gracia y Justicia de Indias, el 28 de febrero de 1794, al referirsea la calle de Tacuba.En una ciudad como la capital del virreinato existían sectores poblacionales conun pobre servicio de abasto hidráulico que se limitaba a adquirir agua a través de losaguadores, quienes subían sus precios constantemente, y no quedó otro recurso paralavar ropa y bañarse que acudir a instalaciones destinadas a ello, de ahí la tendenciaprogresiva de solicitudes para baños en la segunda mitad de la centuria.Los baños, instalaciones entonces desconocidas para ese objeto en Europa y enNorteamérica, empezaron a ser parte de la infraestructura de los barrios y a la vez desu popularidad hasta prácticamente después de la primera mitad del siglo XX. En losrumbos de San Hipólito, El Carmen, San Pablo, La Concepción, Monserrate y otrosmás, los habitantes, básicamente de clase media, convirtieron dichas instalacionesen centros de reunión; algunos ejemplos de estos baños con nombres comercialesfueron los de Andrea, en el Salto del Agua; el de las Manzanitas, en la calle de lasMoras (hoy Bolivia); y el de los Pajaritos, en el barrio de Belem. Sin embargo, estotrajo también problemas de promiscuidad, razón por lo que se emitieron las respectivasordenanzas con la estricta prohibición de entrar por parejas. El número deestablecimientos para uso exclusivo de hombres o de mujeres aumentó, y también seincrementó el servicio dentro de instituciones diversas, incluido el Hospital de SanJuan de Dios (en la actual av. Hidalgo), “donde las recién paridas permanecían una297

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