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La vida desnuda

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sin saber qué hacer con él, entre la ginesta, entre<br />

las zarzas. Hay criaturas que nacen como inertes<br />

botones de carne y que no dan señales de <strong>vida</strong><br />

hasta que no se les palmea vigorosamente en las<br />

espaldas. Pero el hijo de María Rosa lloraba,<br />

lloraba cuando se enganchaba en los espinos, lloró<br />

hasta que le mató a golpes contra el suelo. Así de<br />

implacable es la desgracia.<br />

Esto pasó hace un año, cuando María Rosa<br />

tenía veintiuno. Desde entonces permanece<br />

encarcelada. El fiscal, atento a los atenuantes, sólo<br />

pide tres años de condena. Le pondrán<br />

seguramente menos, saldrá en breve. Pero el error<br />

y el horror consiste en equivocarse de culpable.<br />

Los legisladores, con toda su benignidad, dejarán<br />

de nuevo a María Rosa en manos de campesinos,<br />

Olegarios, tíos Enriques. Con toda su clemencia la<br />

devolverán muy pronto, convenientemente<br />

castigada, a las eras resecas y al abuso. Dentro de<br />

nada, María Rosa reencontrará a los reos de su<br />

delito, que andan libres, que siempre fueron más<br />

libres que ella, en cualquier caso. Reencontrará un<br />

futuro de árboles de Na<strong>vida</strong>d asardinados y de

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