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La vida desnuda

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osques. Pero también hubo jefes irlandeses que<br />

les acogieron y que luego pagaron esta ayuda con<br />

sus <strong>vida</strong>s. Cuéllar, por ejemplo, consiguió llegar al<br />

amistoso castillo de MacClancey, y ahí le dieron<br />

de comer y le vistieron. A las pocas semanas, los<br />

ingleses enviaron mil setecientos hombres<br />

armados contra MacClancey; el jefe irlandés, que<br />

carecía de fuerzas suficientes, se retiró a las<br />

montañas. Cuéllar habló con los otros ocho<br />

españoles que MacClancey había recogido: se<br />

sentían incapaces de volver a vagar por los<br />

montes, desnudos y maltratados como perros, y<br />

prefirieron morir como soldados. Así es que se<br />

quedaron en el castillo y juraron defenderlo hasta<br />

el final. <strong>La</strong> fortaleza estaba situada en medio de un<br />

pantano y era muy sólida; cuando llegaron los<br />

ingleses no pudieron asaltarla directamente y<br />

tuvieron que conformarse con sitiarla. Dos<br />

semanas después, unas terribles tormentas de nieve<br />

obligaron a los asaltantes a retirarse: nuestro<br />

capitán había vuelto a salvar el pellejo de milagro.<br />

Pasaron seis meses. Cuando los<br />

supervivientes de la Invencible (varios centenares

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