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La vida desnuda

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abominable. Pero cuando el reclamante murió en<br />

la miseria, a finales de siglo, dejó escrita una<br />

confesión diciendo que no era sir Roger, sino sólo<br />

Arthur Orton, de Wapping (un barrio pobre de<br />

Londres), marinero y carnicero en Wagga-Wagga,<br />

Australia. Y sin embargo, había conseguido<br />

engañar a la madre, ansiosa de recuperar al hijo<br />

muerto, y a los estrictos y cerradísimos cursis de<br />

la nobleza británica, que no habían advertido en él<br />

modos groseros ni acentos plebeyos. Lo cual, en la<br />

jerarquizada sociedad inglesa de la época (véase<br />

Dickens), supone una proeza incalculable. Incluso<br />

el escritor norteamericano Mark Twain, que vio al<br />

hombre durante el juicio, dijo de él que era un tipo<br />

«muy elegante y aristocrático».<br />

Siempre me han fascinado estas gentes que,<br />

como el reclamante o como Anastasia, la supuesta<br />

hija del último zar, sostienen durante toda su <strong>vida</strong><br />

una identidad que los demás les niegan. Quizá sean<br />

fraudes, como el de Tichborne: esto es, quizá<br />

hayan nacido llamándose otra cosa y con otro<br />

destino. O puede que sean personajes trágica e<br />

injustamente negados: de Anastasia, por ejemplo,

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