Ruy Pérez Tamayo – ¿Existe el método científico?
Ruy Pérez Tamayo – ¿Existe el método científico?
Ruy Pérez Tamayo – ¿Existe el método científico?
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
IX.4. ¿PARA QUÉ LE SIRVE AL CIENTÍFICO LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA?<br />
comentado que, con ciertas restricciones, tal libertad de acción está mucho más cerca de la realidad en la ciencia de<br />
nuestros días que la adherencia a un solo <strong>método</strong> rígido e inflexible.<br />
Pero si los <strong>científico</strong>s de hoy hemos empezado a darnos cuenta de que los esquemas propuestos por muchos<br />
filósofos de la ciencia contemporáneos son realmente camisas de fuerza conceptuales heredadas d<strong>el</strong> siglo XIX, y<br />
que es necesaria una reconstrucción de la filosofía de nuestras actividades profesionales que considere no sólo la<br />
historia sino toda la inmensa extensión y complejidad de las ciencias modernas, también conviene que nos demos<br />
cuenta d<strong>el</strong> surgimiento de una nueva forma de estudiar y de caracterizar a la ciencia, que es a través de la<br />
sociología d<strong>el</strong> conocimiento. Aunque con antecesores tan importantes como Marx, Nietzsche, Sch<strong>el</strong>er y Freud,<br />
probablemente fue Karl Mannheim (1893-1947) la figura inicial en <strong>el</strong> movimiento desarrollado alrededor de la<br />
idea de que <strong>el</strong> conocimiento surge en situaciones históricas y sociales concretas, a las que necesariamente refleja.<br />
Para Mannheim la epistemología está determinada socialmente, por lo que en sociedades distintas <strong>el</strong> conocimiento<br />
será diferente, no nada más en la forma en que se expresa sino en su contenido mismo. Este r<strong>el</strong>ativismo (que ya se<br />
mencionó al hablar de Kuhn) se formó al mismo tiempo que florecía <strong>el</strong> positivismo lógico, que como ya vimos<br />
buscaba establecer <strong>el</strong> conocimiento <strong>científico</strong> sobre bases tan sólidas, permanentes e inalterables como la lógica y<br />
la experiencia objetiva de los sentidos; la influencia d<strong>el</strong> positivismo se dejó sentir en Mannheim, quien hacía<br />
excepción de la lógica y de las matemáticas como las únicas formas d<strong>el</strong> conocimiento que no estaban influidas por<br />
la historia y la sociedad, o sea que no estaban determinadas "existencialmente". Pero en épocas más recientes tales<br />
excepciones han dejado de aceptarse y los sociólogos de la ciencia consideran que todo <strong>el</strong> conocimiento está<br />
socialmente determinado, que todo lo que se acepta como científicamente establecido depende de las<br />
características de la sociedad en donde se genera, y que si tales características cambian (ya sea históricamente, en<br />
la misma sociedad, o cuando se comparan distintas sociedades) <strong>el</strong> conocimiento <strong>científico</strong> será diferente. En otras<br />
palabras, lo que pasa por ser científicamente cierto no depende de su grado de concordancia con la realidad sino de<br />
su aceptación como tal por la sociedad; lo que <strong>el</strong> hombre de ciencia busca no es tanto <strong>el</strong> conocimiento de la<br />
naturaleza sino lo que en <strong>el</strong> momento histórico y en <strong>el</strong> grupo social en que le ha tocado vivir se acepta como tal<br />
conocimiento.<br />
Naturalmente, este r<strong>el</strong>ativismo epistemológico extremo puede aplicarse a la misma tesis de la sociología d<strong>el</strong><br />
conocimiento (o sea, que la postura que caracteriza <strong>el</strong> conocimiento <strong>científico</strong> como "nada más" una construcción<br />
social es propia de nuestro tiempo y de la sociedad capitalista d<strong>el</strong> hemisferio norte, pero que en otros tiempos y en<br />
otros sitios ha habido, hay y seguramente habrá, otras posturas igualmente válidas), con lo que dejaríamos de<br />
tomarla muy en serio. Pero no cabe duda que lo que cuenta como conocimiento <strong>científico</strong> es lo que ha alcanzado<br />
consenso en la comunidad de la ciencia, mientras más amplio mejor, después de que ha sido comentado en pasillos<br />
y comedores, presentado en seminarios y congresos, y publicado en revistas y libros; en otras palabras, no hay<br />
duda que <strong>el</strong> conocimiento <strong>científico</strong> posee un componente social, puesto que surge en, y depende de, la sociedad.<br />
Pero entre esto y que <strong>el</strong> contenido de la ciencia sea "nada más" una construcción social, hay gran distancia. Sin<br />
embargo, algunos sociólogos de la ciencia no la perciben (probablemente porque sufren de miopía "sociológica") y<br />
en sus estudios insisten en manejar <strong>el</strong> producto de la investigación científica como un "hecho social". Un ejemplo<br />
casi paradigmático de esta tendencia es <strong>el</strong> libro de Latour y Woolgar titulado. La vida en <strong>el</strong> laboratorio: la<br />
construcción social de los hechos <strong>científico</strong>s, que apareció en 1979. Este volumen no es <strong>el</strong> producto de la secreción<br />
cerebral de filósofos encerrados en sus bibliotecas, sino <strong>el</strong> resultado de una investigación realizada por un<br />
sociólogo (Woolgar) y un filósofo (Latour) durante año y medio en un laboratorio de investigación científica d<strong>el</strong><br />
más alto niv<strong>el</strong> (<strong>el</strong> Instituto Salk para Estudios Biológicos, en California), mientras se trabajaba en un proyecto<br />
cuyos resultados finalmente culminaron en un premio Nob<strong>el</strong>. Para establecer la r<strong>el</strong>ación más íntima y completa<br />
entre los autores d<strong>el</strong> libro y los investigadores que estaban siendo estudiados, uno de los autores (Latour) trabajó<br />
como técnico de laboratorio mientras realizaba sus estudios sociológicos. Cuando finalmente apareció, <strong>el</strong> libro<br />
escrito por Latour y Woolgar se transformó casi instantáneamente en un clásico de la literatura sociológica. Yo lo<br />
adquirí en 1982 sin saber de lo que se trataba, atraído por <strong>el</strong> título y por la <strong>el</strong>ogiosa descripción de la contraportada,<br />
y confieso que después de mi primera lectura me pareció interesante pero controversial, y que marqué algunos<br />
párrafos con signos de admiración (que en mi taquigrafía significa aprobación) y otros más con ojo (que quiere<br />
decir "cuidado", "dudoso", "falso" o hasta francamente "pernicioso"). Pero no fue sino hasta después de varios<br />
años (en 1985) que mi buen amigo Carlos Larralde me hizo llegar <strong>el</strong> texto de una int<strong>el</strong>igente y perceptiva revisión<br />
suya de la segunda edición de este libro, que regresé a sus páginas y adquirí plena conciencia de su significado más<br />
general, histórico y filosófico.<br />
Latour y Woolgar postulan que los productos tangibles de un laboratorio de investigación son sus artículos<br />
<strong>científico</strong>s, repositorios de una serie de hechos descubiertos y caracterizados por los investigadores. A<br />
http://omega.ilce.edu.mx:3000/sites/ciencia/volumen3/ciencia3/161/htm/sec_59.htm (3 of 5)01-11-2004 10:50:33