2º AÑO DE CONFIRMACIÓN - Catequesis Familiar Salta
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3. Los no cristianos, especialmente el pueblo judío, que, aunque no aceptó a<br />
Cristo, fue depositario de las promesas mesiánicas y es descendiente de<br />
aquellos patriarcas de quiénes los cristianos son hijos espirituales. Por tener<br />
fe en el verdadero Dios y el hecho que un día, que solo Dios sabe,<br />
aceptarán a Cristo, permite decir que los hebreos están también ordenados<br />
al pueblo de Dios.<br />
4. Los paganos: que no han conocido jamás el Evangelio de Dios viviente,<br />
pero que lo buscan todavía siempre que intentan vivir en armonía con la ley<br />
natural grabada en su corazón y en la que, al menos implícitamente,<br />
reconocen la voz de Dios que desea que todos lleguemos al conocimiento<br />
de la verdad (1Tim. 2,4).<br />
Así pues, el pueblo de Dios está dotado de un dinamismo particular y por su<br />
misma naturaleza es ecuménico y misionero. Ecuménico porque está llamado a<br />
convertir en miembros perfectos del pueblo de Dios a todos los que se adhieran a<br />
Cristo; misionero porque quiere llevar el Evangelio a todos los hombres invitándolos<br />
a entrar en la Iglesia para gozar la plenitud de la vida. Este dinamismo se<br />
prolongará hasta que no exista un solo infiel que sin culpa ignore el Evangelio.<br />
Justamente puede llamarse este pueblo “familia de Dios” porque El la engendró,<br />
“Templo de Dios” porque El lo habita, “rebaño de Dios” porque El lo gobierna, y<br />
especialmente “Cuerpo de Cristo” porque la vida circula por el, es la que Cristo le<br />
infundió. Es “IGLESIA”, es decir, comunidad de elegidos.<br />
SOMOS INSTRUMENTOS <strong>DE</strong> DIOS<br />
Dios regala a cada uno de nosotros un carisma especial. “:::Cada uno recibe del<br />
Señor su don particular: unos éste, otros aquél:” (Corintios 1, 7,7). Ese don, ese<br />
carisma, nos enriquece y nos hace valiosos si lo ponemos al servicio de los demás.<br />
Por él Dios nos hace instrumentos suyos para la edificación del reino.<br />
En la carpintería del relato, había un instrumento en el que nadie reparó. Allí<br />
estaba, humilde y silenciosa, pese a saber lo mucho que se la necesitaba para<br />
construir el lindo mueble. Ese instrumento infaltable era la cola para pegar, para<br />
unir. El buen carpintero sabe que siempre que une dos piezas distintas debe<br />
untarlas con la cola para asegurar su unidad. Aunque se claven o aseguren con<br />
tornillos, estos pueden aflojarse con el tiempo pero la cola siempre las mantendrá<br />
unidas.<br />
En estos tiempos que nos toca vivir apreciamos – no sin dolor- la fragmentación<br />
de la cultura, de la familia, de las instituciones y del ambiente social que nos rodea.<br />
Ya casi nos parece imposible poder lograr la unidad.<br />
Pero ese logro será posible si cada uno de nosotros –saliendo de nosotros<br />
mismos y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y<br />
engendran competitividad, desconfianza y envidias- abrimos nuestros brazos para<br />
abrazar a los que Dios ha colocado en la esfera de nuestra vida, nuestra familia,<br />
nuestro trabajo, nuestro barrio y nuestras instituciones, en el marco de una<br />
auténtica espiritualidad de comunión. Seamos COLA para favorecer la unión con<br />
todos ellos. Ese es el instrumento que Dios necesita que seamos en los tiempos<br />
que nos toca vivir.<br />
“Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos<br />
sean uno en nosotros, para que el mundo crea…” (Jn. 17,21).<br />
Y reflexionando sobre la realidad social que nos toca vivir, no es difícil pensar<br />
que ante tanta angustia y dolor caigamos en la desesperanza de no poder<br />
completar un proyecto de vida digno, y nos preguntemos: ¿Dónde está Dios? ¿Es<br />
que se ha olvidado de nosotros? ¿Se arrepintió de la obra de sus manos?.<br />
Lo cierto es que nuestro Creador es un Dios que tiene un proyecto con cada<br />
uno de nosotros, pero necesita de nuestra ayuda, de la ayuda de todos. Toda<br />
injusticia tiene su raíz más profunda en el pecado que no nos permite conocer la<br />
verdad. Hoy, más que nunca, Jesús nos propone el desprendimiento y la<br />
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