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2º AÑO DE CONFIRMACIÓN - Catequesis Familiar Salta

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Los apóstoles nunca habían tenido semejante experiencia. Se sienten<br />

poseídos del Espíritu que los mueve y llena de Dios. Se ven hablando “en<br />

diferentes lenguas según el Espíritu les concedía expresarse” (Hech. 2, 4) y<br />

empieza a entender aquellas palabras del Señor. “Id y haced discípulos de todas<br />

las naciones” (Mt. 28, 19). El mensaje de salvación no sólo es para ellos, sino para<br />

todo el mundo porque Dios llama a todos a la vida eterna con Él. Por eso las<br />

palabras les salen en lenguas, para ellos desconocidas, pero bien claras para<br />

quienes los escuchan. Se sienten apremiados por el Espíritu a proclamar el<br />

mensaje de Jesús, como se siente apremiada por el mismo Espíritu cualquier<br />

persona que de verdad siga al Señor. La Iglesia empieza a dar sus primeros pasos<br />

en la historia. Lo había dicho Él: “Fuego he venido a encender en la tierra, y ¡cuánto<br />

desearía que ya estuviera ardiendo!”. (Lc. 12, 49).<br />

El acontecimiento no ha pasado desapercibido y un remolino de gente se<br />

apiña entorno a la estancia de los apóstoles. Los primeros en llegar han sido un<br />

grupo de “judíos devotos” (Hch. 2, 5) que por razones de estudio residen en<br />

Jerusalén, probablemente cerca del Templo. Detrás de ellos llegan un número de<br />

peregrinos extranjeros que están en Jerusalén por la fiesta de Pentecostés. Todos<br />

han oído el ruido de un viento recio y quieren saber qué ocurre. Su sorpresa es<br />

mayúscula cuando los apóstoles les dirigen la palabra. No dan crédito a sus oídos<br />

porque les están oyendo hablar cada uno en su propio idioma. Alguien que había<br />

visto y oído a los apóstoles exclama: “¿No son galileos todos éstos que están<br />

hablando? (Hechos 2, 8). El peculiar acento de los galileos y su tendencia a reducir<br />

las sílabas los delataba en cualquier conversación, pero no es eso. Los curiosos,<br />

que proceden de muy diferentes sitios y hablan diferentes lenguas, se miran ahora<br />

unos a otros maravillados. Se dan cuenta de que les está hablando en la lengua de<br />

sus padres y que entienden. La pregunta es. ¿Estamos soñando? “Cada uno los<br />

oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua”. (Hch. 2, 11).<br />

Por increíble que parezca en el versículo 14 del libro de los Hechos, el<br />

humilde pescador de Galilea, el que negara al Señor tres veces, es ahora el<br />

portavoz del Espíritu Santo. Una multitud de judíos, fieles a Abrahán, Isaac, Jacob,<br />

Moisés y la Alianza, le escuchan atónitos. Escuchad mis palabras y enteraos bien<br />

de lo que pasa” (Hch. 2, 14), les dice. El mensaje es claro, sencillo y, al mismo<br />

tiempo, impactante. Pedro justifica su intervención recordándoles una profecía de<br />

Joel, bien conocida por cualquier judío que empieza así: “Derramaré mi espíritu<br />

sobre todo hombre”. (Joel 3, 1 – 5; Hech 2, 17 – 21). La era del Espíritu Santo ha<br />

empezado.<br />

Todos han advertido el estruendo del viento y ahora escuchan asombrados<br />

el mensaje de Pedro, cada uno en su lengua para que nadie diga que no ha<br />

entendido. La profecía se está cumpliendo delante de todos. No querer entender<br />

será cerrarse al Espíritu que pide que se le escuche. “Escuchadme, Israelitas”<br />

(Hech. 2, 22). Pedro es claro, no tiene escrúpulos en decirles que, pocos días<br />

antes, habían crucificado a Jesús, a quien “Matasteis en una cruz” (Hech. 2, 23),<br />

pero proclama al mundo la resurrección del Señor porque “Dios lo resucitó,<br />

rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo<br />

su dominio” (Hech. 2, 23 – 24). El apóstol continúa con una profecía que dice: “No<br />

me abandonarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (Hech. 2, 27;<br />

Salmo 16, 10). Son palabras de David, el rey salmista, muerto hacía ya mil años, y<br />

que, por lo tanto, no pueden referirse a él. Pedro las aplica a Jesucristo. El grito del<br />

apóstol es una formidable proclamación de Cristo resucitado. “Pues bien, Dios<br />

resucitó a ese Jesús y todos nosotros somos testigos”. (Hech. 2, 32).<br />

• No muchos años más tarde Pablo, tocando la carne de sus brazos<br />

delante de los cristianos de Corinto, proclamaría: “Porque esto corruptible tiene que<br />

vestirse de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad” (1ª Cor.<br />

15, 53), porque la resurrección de Cristo es prenda de la nuestra, la que<br />

proclamamos en el Credo cuando decimos: “Espero la resurrección de los muertos<br />

y la vida del mundo futuro. Amén”.<br />

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