2º AÑO DE CONFIRMACIÓN - Catequesis Familiar Salta
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entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos. No se ha ido para<br />
desentenderse del mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra<br />
para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de<br />
seguirlo en su Reino”.<br />
“Con la Ascensión, Cristo no se alejó, sino que asumió una vida con la que<br />
realmente poda estar más cerca de nosotros; adquirió una eficacia infinita que le<br />
permitía estar en todas partes. San Pablo definiría esta realidad con una frase<br />
definitiva al decir que “Subió a los cielos para llenarlo todo con su presencia” (Ef. 4 –<br />
10). “Su marcha no es, pues, una lejanía, sino una intensificación de su presencia”<br />
(Vida y Misterio de Jesús de Nazareth. Martín Descalzo, Pág. 437).<br />
Con la Ascensión, ¿Jesús desapareció de la vida de los discípulos?<br />
“En realidad, en la ascensión hay, más que una partida, una desaparición. Jesús<br />
no se va; simplemente deja de ser visible. En la ascensión, Cristo no nos dejó<br />
huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras<br />
presencias. Si la ascensión de Cristo hubiera sido una verdadera y total partida, de la<br />
que sólo nos quedase un recuerdo, como ocurre con nuestros muertos queridos, ésta<br />
sería una fiesta triste, en la que deberíamos apesadumbrarnos. Su “encielamiento”<br />
sería para nosotros como un “enterramiento”. Pero la verdad es que Cristo se quedó<br />
verdadera y realmente con nosotros hasta la consumación de los siglos. Así lo había<br />
prometido, así lo cumplió. Por la Ascensión Cristo no fue a otro lugar, sino que entró en<br />
la plenitud de su Padre ya como Dios y como hombre.<br />
Fue exaltado, glorificado en su humanidad. Y, precisamente por eso, se puso<br />
más que nunca en relación con cada uno de nosotros. Es, por ello muy importante<br />
entender qué queremos decir cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que está<br />
sentado a la diestra de Dios Padre”. (Martín Descalzo, ob. Cit. Pág. 436). “El cuerpo de<br />
Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las<br />
propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta<br />
para siempre. Pero durante los 40 días en los que él come y bebe familiarmente con<br />
sus discípulos y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos<br />
de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada<br />
irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo<br />
donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios” (CATIC, 659).<br />
¿Qué simboliza el cielo y el “estar sentado a la derecha del Padre”?<br />
En la Biblia la palabra cielo no denomina propiamente un lugar, es un símbolo<br />
para expresar la grandeza de Dios. Cuando el hombre percibe la distancia que hay<br />
entre él y Dios, abre los ojos y no encuentra otra forma de expresión que señalar la<br />
distancia entre la tierra y el cielo, como el niño que dice a su madre que la quiere<br />
“desde aquí hasta el cielo”. Así la Biblia habla de que “Dios está en los cielos y<br />
nosotros en la tierra” (Ecl. 5,1), y solo está queriendo decir que Dios es grande y<br />
pequeño el hombre. Este ve que el cielo no está sujeto a las leyes comunes de la<br />
materia conocida por él; que lo domina todo; que nadie puede escalarlo; que incluso la<br />
mirada del hombre es impotente para descubrirlo entero. ¿Qué mejor símbolo podía<br />
encontrar para describir la grandeza de Dios? Pero con todo, es evidente que no se<br />
está diciendo que Dios esté arriba en un lugar concreto, y que a ese lejano lugar se<br />
haya ido Cristo. Por eso cuando decimos que “Cristo está sentado a la derecha del<br />
Padre”, no caigamos en la ingenuidad de creer que se trata de un desplazamiento<br />
local, o en la tontería de creer que entonces el Padre estaría a la izquierda del Hijo. Lo<br />
único que esas palabras quieren decir es que Cristo ingresa en la plenitud de su gloria.<br />
Pues, lo mismo que al encarnarse, al venir al mundo para salvarnos, no por ello se<br />
alejó de su Padre, igualmente ahora al “irse al Padre” sigue estando con nosotros.<br />
(Martín Descalzo, ob. Cit. Pág. 437).<br />
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