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2º AÑO DE CONFIRMACIÓN - Catequesis Familiar Salta

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Esta venida del Espíritu Santo se realiza en Jerusalén en un ambiente de<br />

recogimiento y de expectación. Forman una comunidad de sentimientos, de fe y de<br />

oración. Todo lo esperan de lo alto y lo esperan con seguridad, junto con María, la<br />

Madre de Jesús. Algunos días llegan a ser hasta 120 personas (Hch. 1, 15). El<br />

mundillo de Jerusalén no ha cambiado. Han pasado algunas semanas desde la<br />

Resurrección del Señor y aún está por llegar la fiesta judía de “Shabuot”,<br />

literalmente “semanas”, entendiéndose que son 7, pero que en griego es<br />

“Pentecoste Emera”, o sea “el día 50”, porque se celebraba 50 días después de la<br />

Pascua.<br />

Han pasado 50 días desde la Pascua. Los apóstoles están “en el mismo<br />

sitio” (Hch. 2, 1), una estancia grande y aislada del exterior. Están en oración,<br />

esperando al Espíritu Santo que el Señor les había prometido. Este ambiente de<br />

recogimiento contrasta con la animación de las calles, desbordadas por un pueblo<br />

que conmemora la alianza que un día hiciera con su Dios en el SINAI y que se<br />

siente distinta de las demás naciones. Jerusalén es un hervidero, una ciudad<br />

animada por la presencia de peregrinos que han llegado de todas las partes del<br />

mundo para celebrar la fiesta de Pentecostés. Esta solemnidad había sido, en un<br />

principio, una fiesta de acción de gracias por la cosecha, pero se ha convertido en<br />

una conmemoración de la entrega de la Ley a Moisés en Sinaí, y de la Alianza de<br />

Dios con su pueblo. Muy pronto iba a tener otro significado.<br />

Lucas nos relata: “De repente un ruido del cielo, como de viento recio,<br />

resonó en toda la casa donde se encontraban y vieron aparecer unas lenguas como<br />

de fuego que se repartían posándose encima de cada uno” (Hch. 2, 2 – 3). El viento<br />

y el fuego son señales que anuncian al Espíritu Santo. Lo había prometido el Señor<br />

y ahora llega: “Yo le pediré al Padre que os de otro abogado que esté siempre con<br />

vosotros” (Jn 14, 16). Dentro de la estancia hay un puñado de hombres, que<br />

perplejos, lo reciben. Sabían que vendría, pero no se imaginaban cómo. Habían<br />

tenido miedo, pero ahora sienten una fuerza diferente que los llena. Empiezan a<br />

comprender. Ya se lo había dicho Jesús: “Cuando él venga, os irá guiando en la<br />

verdad toda” (Jn. 16, 13). Uno es el viento que resuena sobre la diversidad de los<br />

reunidos, también uno es el fuego que se reparte sobre ellos, como es uno el<br />

Espíritu Santo que se derrama sobre los apóstoles. Todo lo contrario al caos de la<br />

torre de Babel y del desbarajuste al que lleva querer ser como dioses. La razón es<br />

sencilla: “El Espíritu es fuente de unidad y no de división”; es avenencia y<br />

armonía, no desorden. San Cirilo de Alejandría dice estas hermosas palabras:<br />

“Todos nosotros hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu<br />

Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que<br />

nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del<br />

Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único es indivisible lleva<br />

por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí… y hace que todos<br />

aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder de la<br />

santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra<br />

formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios<br />

que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual”.<br />

El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y le<br />

llamamos “Espíritu Santo” porque éste es el nombre propio de Aquel que adoramos<br />

y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y<br />

lo profesa en el bautismo de sus nuevos hijos. El término “Espíritu” traduce el<br />

término hebreo “Ruah”, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento.<br />

Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la<br />

novedad trascendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu<br />

divino. Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres<br />

Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el<br />

lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco<br />

posible con los demás empleos de los términos espíritu y Santo” (Catecismo de la<br />

Iglesia Católica 691).<br />

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